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- Marina Pérez Muraro
- 15 ene 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 may 2023
Releí el tomo II de mi Libro de Lecturas y me quedé pensando en lo que escribí en mayo de 1995 sobre percibir por mí misma un lugar o una persona que me interesan mucho. Me llamó la atención que hablo de “obsesión”, de que algo o alguien me obsesiona porque decido mucho tiempo y energía a conocerlo y cuando finalmente estoy frente a esa persona o en ese lugar, mi obsesión se calma porque “deja de ser idea y pasa a ser sensación”. Algo que pensé recién al releer esto es que hace muchísimo que no me obsesiono así (ahora me entusiasmo con muchas cosas pero no profundizo en el conocimiento de ninguna); creo que la razón principal es haber formado una familia, convivir con dos personas, ocuparme de ellas además de mí y trabajar para los tres: algo notorio al releer este tomo II es el tiempo que tenía disponible para leer, investigar, escribir, etc. Por otro lado esta idea de 1995 de viajar no para coparme sino para percibir “aunque sea por unos minutos a esa persona o ese lugar con mis propios ojos, haber sentido sobre esa tierra mi propio peso, haber respirado ese aire aunque (…) hayan pasado 100 años” me parece hermosa y muy diferente al viaje como trip tal como lo describí en 50; y sin embargo tampoco me motiva ahora. Es cierto que ahora no me motiva nada por la ola de calor: hace 2 días que estamos los 3 atrincherados en el living, único lugar de la casa con aire acondicionado, porque el resto es un horno; anoche dormimos los 3 acá como en un campamento. La temperatura real está alrededor de los 40° y la térmica más aún (según el Servicio Meteorológico Nacional, 46°2 a las 16 horas). Es apocalíptico. Ahora no tengo ganas de nada, salvo volver a ver El sol del membrillo que la encontré entera en YouTube y en el tomo II cuento la primera vez que la vi.

Y la vi, nomas, por segunda vez después de 26 años y 46 días de verla por primera vez, y por primera vez completa (no me acordaba de que la vez anterior me faltó ver el comienzo y el final pero eso dice mi registro de diciembre de 1994). Me volvió a gustar mucho, no desmerece su recuerdo ni lo que yo hice con ella. Muy bella. Hermoso el pintor, hermoso lo que se propone. Lo de “estar al lado del árbol” tiene que ver con lo que escribí hace un rato, “haber sentido sobre esa tierra mi propio peso”, me gusta que él lo siga buscando, que para él su pintura necesite eso: corporalidad, presencia, inmanencia; no solo reproducir un efecto visual. De alguna forma lo relaciono con lo que hago acá —ayer pensé que al incluir todo lo que me rodea en el momento de escribir, estoy haciendo de “lo que distrae” mi materia. Todo lo que interfiere del entorno, aquello de lo que debería abstraerme para concentrarme en escribir, yo lo registro y lo dejo plasmado—. Me gusta también, es muy potente, la obstinación del pintor por captar en profundidad un momento efímero. Él quiere “acompañar al árbol” pero el árbol y el clima no lo acompañan a él, siguen su propio ritmo natural. (Me puse a mirar fotos de Antonio López y dejé de escribir; además, por fin descargó la tormenta tan esperada).
15.1.22

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