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Marina Pérez Muraro

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Bajo el jardín y dos pájaros iguales me reciben, uno caminando por el suelo, el otro revoloteando en la copa de un árbol. Doy una vuelta y mis ojos caen sobre una mariposa grande y naranja posada sobre una flor rosa fuerte de un arbusto. Cuando levanta vuelo, pasa por la línea de mis ojos, muy cerca de mi cara.

Refrescó, por fin una temperatura razonable. Me acomodo al sol a pleno mediodía, disfrutando su caricia que cada vez aprieta más. Juego conmigo a ver cuánto aguanto. Se imponen las voces de vecines, en algún balcón, un diálogo joven que inunda el aire. Hay limones en el limonero, uno de ellos ya amarillo. Hay muchas mandarinas bebé en el mandarinero, chiquitas, color verde oscuro pero brillantes donde reflejan el sol. Me muevo a la sombra para escribir, hay una brisa suave. Pasa un colectivo por la calle, su presencia roja brillante y furtiva atraviesa por unos segundos el rectángulo iluminado al final del largo pasillo; ahora que pasó, queda la vista de un verde arbóreo.

Fantaseo con mudarme a algún lugar más verde y con más pájaros visibles cuando me jubile, ¿a dónde podría ser? Reaparecen les vecines invisibles pero sonoros. Me planteo hacer poesía con lo que hay, sea lo que sea: voces de vecines hablando de algo que no me importa, una mariposa fugaz, dos pájaros marrones y dos palomas grises, un rectángulo rojo en movimiento que deja paso al verde, ladridos poco convincentes, la sombra movediza de los árboles agujereada por círculos de luz, el triángulo celeste claro delimitado por mi edificio, el galpón de al lado y la copa del árbol; el otro triángulo celeste, un poco más intenso, delimitado por el otro lado del edificio, la pared del patio y la Inmensidad, un bichito negro revoloteando. Lejano, escucho el paso de un avión. La rosa china tiene muchas menos flores rojas que la última vez que bajé, pero tiene un pimpollo. Me picó un mosquito en el talón y esta vez bajé sin repelente.

Le saqué punta al lápiz (escribo con un Staedtler 4B de cuerpo rojo y negro como el 181 que cruzó a la distancia) y me mudé a una hamaca. Ahora mi culo se balancea suavemente mientras escribo. Libreta y lápiz van para atrás y para adelante acompasadamente, al unísono. El sistema mano-lápiz-libreta no se altera porque es un conjunto. La letra sale más despatarrada pero sospecho que con un poco más de dedicación, saldría mejor. Mis pies están descalzos sobre la arena que todavía tiene las marcas de las gotas del chaparrón de ayer, excepto donde ya las borré. Está fría. Estaba fría, al ratito me acostumbré. Cuánto hace que no piso arena. Me picó otro mosquito en el mismo pie, sobre el empeine. Levanto los pies de la arena para frotarme uno con el otro para aliviar la picazón.

Ahora los volví a apoyar. Levanto los talones sin despegar los dedos y después los dedos sin despegar los talones, alternativamente; con este movimiento mínimo me hamaco sin pausa. Cuando apoyo los talones, las rodillas están más estiradas; cuando apoyo los dedos, más flexionadas. Puedo intensificar esta flexión y así aumentar el movimiento. Se parece a caminar pero sin avanzar. Un movimiento de pies y piernas que traslada torso y etcétera.

Ahora detuve el movimiento para jugar a juntar arena con mis pies. Hay muchas hojitas secas amarillas y marrones, también coquitos de los árboles.

Me cubrí los pies con arena para ver si el frío calmaba la picadura de los mosquitos. A ver, si me quedo quieta... parece que algo ayuda. Ahora apareció una mosca caminando por mis pies. Y otro mosquito más revoloteando cerca. Si me pica uno más, abandono. También hormigas.

26.3.23


P.D.: dos días más tarde, me asomo al balcón para cerrar el ventanal y la mariposa naranja cruza mi cara por la línea de mis ojos.


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