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- Marina Pérez Muraro
- 15 abr 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 16 abr 2023
Ahora sí, llegó el otoño y el sol es una bendición. Bajé al jardín en su busca a pleno mediodía. Acá estoy desde hace un rato, paladeando la nada. Bajé con libreta e instrumentos de escribir porque este parece ser el momento ideal del fin de semana para escribir: tengo unas horas de soledad y el día está hermoso. Sin embargo, tengo más ganas de moverme y de cantar que de escribir. Pero el fin de semana pasado no escribí, no quiero faltar dos veces seguidas a la cita. Al final me dije: bueno, pruebo cómo es escribir sin tantas ganas, a ver qué sale.
Una prueba adicional es que elegí escribir con un resaltador verde fluo. Es raro porque estos elementos no están hechos para escribir sino para trazar líneas más o menos gruesas. Este tiene una punta tipo pluma caligráfica, cortada en chanfle, entonces escribo con la parte finita de la punta. Igual la sensación es rara. Voy más lentamente y la letra sale diferente. Caligráfica. El color es muy suave pero ahora, que escribo al sol, lo veo bien.
Así que acá estoy, una vez más, paladeando la nada en la escritura. Escribir sobre nada, escribir sobre los lápices y etc. que uso, sobre las libretas que completo, sobre mi mano agarrando un nuevo instrumento. ¿Tiene que alterar su posición para usar este resaltador? Un poco sí. Escribo apoyada sobre mi rodilla derecha apoyada a su vez sobre mi rodilla izquierda. El aire resplandece y siento una calidez agradable.
Me gusta esta letra diferente. Si quisiera escribir con la parte gorda saldría así. Ilegible.

Hay que usar la parte fina.
Estoy sentada al lado de una planta con flores que parecen tacos de reina pero son amarillas y rosas, no rojas. Cuando llegué había una abeja sobre las flores (qué bueno, ¡abejas!). Ahora apareció una mariposa naranja a mis espaldas. Hay una fila de áloes y más allá el arbusto de romero. Hay una brisa agradable y un suave murmullo de hojas. Ahora aparece una abejorro negro y peludo. Están muy concurridas estas flores.
Estoy casi abajo del mandarinero, las mandarinas siguen pequeñas y oscuras. La rosa china esconde muchos pimpollos todavía verdes. Camino unos pasos por la sombra para refrescarme. La mariposa sigue revoloteando en el mismo lugar, contra la pared blanca. Es naranja con pintitas negras. Aletea y se aquieta. ¿Estoy asistiendo a la muerte de una mariposa? ¿O solo está descansando? Se despegó de la pared, voló un rato sin apartarse de ella y se volvió a posar más arriba. Unos segundos más tarde, lo mismo. ¿No sabe a dónde ir? ¿No tiene fuerzas para elevarse? ¿No sería mejor posarse sobre una planta o sobre la tierra que sobre ladrillo? Qué intrigante la vida de la mariposa. Tan chiquita y tan misteriosa.
Cerró sus alas. Sospecho que es mala señal. Del lado de abajo tiene manchas blancas. Las abre y las cierra acompasadamente, cada vez más levemente. Parecen latidos que se apagan. ¿Cómo muere una mariposa? ¿Cómo duerme (si duerme)? ¿Con las alas abiertas o cerradas? Las volvió a cerrar. Un breve aleteo, de nuevo cerradas. Juntas. Quieta, así ni se ve. Reaparece el abejorro negro, como él sí se mueve, atrae mi atención. Va de flor en flor. La mariposa permanece en el mismo lugar, plegada. No me parece un buen lugar para dormir una siesta.
Abre las alas y camina por la pared hacia arriba un largo trecho. Luego vuela hasta las flores cercanas, eso me deja más tranquila. No voy a ser testigo del fin de una existencia hoy.
15.4.23

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