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- Marina Pérez Muraro
- 21 ago 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 17 sept 2023
Como me prometí a mí misma la vez pasada, hoy escribo en mi habitación. Territorio recuperado. No hay escritorio ni silla ni banquito, el único lugar para sentarse es la cama. Estoy sentada en el centro de la cama, a lo ancho (transversal a como duermo), enfrente de la ventana; lo que veo del jardín es la parte de arriba del níspero (sus frutos ahora verde claro ya se Irán amarillando) y a la derecha el costado izquierdo de la copa del ficus. Más allá, las ramas otoñales de los árboles de la calle, con hojas secas; y a mi izquierda el borde del galpón oxidado, sus ventanas con vidrios rotos. En este momento hay poco más verde que chapa oxidada ante mi vista. Más allá, asoman edificios y la mitad del espacio visible es cielo; un cielo invernal, pálido, cubierto, más blanco que gris, con un manchón celeste muy pálido arriba a la izquierda.
Mas acá están las cortinas gruesas de tela tipo telón de teatro y en el centro de la ventana un colgante de adorno que era de Manuel pero con el acomodamiento de estos meses ya no lo quiso tener. En una tanza cuelgan cuentas de vidrio, un delfín traslúcido, un velero hecho con tres piezas de vidrios de colores, dos espejitos ovales y abajo de todo un ancla también de vidrio, remendada, porque se rompió hace años. A la derecha de la ventana, sobre la misma pared, hay una estantería con libros y cajas de guardado. Después, de un lado una cajonera grande, del otro un armario pequeño, y finalmente la cama donde estoy yo. Improvisé un escritorio portátil con la bandeja plegable (de esas que se usan para llevar el desayuno a la cama) que usaba Manuel (también salió de su habitación con el nuevo orden). Está pintada de verde, el color preferido de Manuel cuando era chico. Las paredes de la habitación están inmaculadamente blancas, recién pintadas, y el piso brillante, limpio, recién plastificado. Yo, que siempre fui de pegar imágenes en las paredes, esta vez necesité dejarlas blancas, peladas, lo más posible. Estaba tan abigarrada la casa antes del arreglo que este blanco de monasterio me hace bien. Además, salvo en las paredes y los armarios, por todos lados hay color. La cama quedó muy Silví, con sus almohadones y una frazada de lana que era de ella.
Escribo, entonces, sobre esta mesita portátil, con una birome gris y los pies colgando en el aire. Hice yoga al despertarme, después comí algo, y Manuel todavía duerme. Es feriado, lunes, un día extra para mí después de destinar sábado y domingo a tareas domésticas y sociales. Acá estoy, en medio del silencio. Con los pies un poco fríos y el cielo cada vez un poco más celeste. Hasta apareció una luz solar sobre el níspero y el ficus.
Entre la estantería y el armario, armé un "sector musical y de bienestar corporal" que desde esta posición queda escondido a mi vista. Colgué de la pared la guitarra que dejó Rubén, mi ukelele, la kalimba, la pulsera de pezuñas, el tambor uruguayo en el suelo, la esterilla de yoga y los flotadores de gomaespuma para estirar cervicales. Tengo varios cacharros para automasaje que deberían ir ahí pero quedaron en una especie de canasto sobre la cajonera.
No fue fácil decidir qué libros traer a la habitación. Los primeros fueron los de poesía, tenía muchas ganas de tenerlos acá y además en el living estaban amuchados de mala manera. Después vinieron los de teoría y algunos de narrativa pero en un orden que no me convence, no está claro el criterio más que el de "salir del paso y terminar de una vez". No estoy conforme con qué está acá y qué en el living, pero bue, el orden perfecto quedará para más adelante. Lo que sí me gusta mucho es tener los libros a la vista. Como tantas cosas de mi vida, estaban, pero tapados, ocultos por muebles o cosas ajenas.
Aterrizó un bichito en el vidrio de la ventana. Por cómo se mueve y su forma circular, supongo que es una vaquita de San Antonio, pero como está a contraluz, no distingo sus colores. Camina por el borde. El cielo se volvió a cubrir.
Me siento con la mente en blanco hoy. Me parece que tengo más ganas de leer que de escribir. Aproveché una promoción bancaria y me compré varios libros esta semana, después de un par de años de no comprarme ninguno. Y tengo tanto en mis estantes para ponerme a leer por primera vez o releer... Hay que priorizar, pero me hago un plan de lecturas y cambio sobre la marcha.
Aparecieron unas pinceladas grises sobre la tela blanca del cielo. La mancha celeste se va corriendo hacia la derecha, atravesando mi ventana de lado a lado. Me pregunto si esta blancura mental mía de hoy es parte del proceso de sanación. O consecuencia de haber hecho yoga más temprano. Aunque no logre escribir ni una línea que valga la pena, es pacificadora.
Tendría que despertar a Manuel. Dejo acá. Falta un mes para la primavera.
21.8.23
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