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  • Foto del escritor: Marina Pérez Muraro
    Marina Pérez Muraro
  • 21 sept
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 26 oct

Nuevo cafecito de barrio / de especialidad al que vinimos a parar, un domingo al mediodía; comienzo de la primavera, dicen; por supuesto llovió y sigue frío y nublado. El café me hace pensar en una caja de zapatos, es un poco más grande que un dormitorio, tiene paredes naranjas, techo negro, mesas y sillas blancas; en la pared del fondo está el mostrador, la máquina de café, el hombre que atiende; la pared del frente, la que da a la calle, es toda ella un vidriera: poco menos de la mitad, puerta de vidrio; la otra parte, observatorio del mundo. Estoy sentada de espaldas al mostrador y de frente a la calle, Pablo enfrente de mí, leyendo. Me fascina este cuadrado recto de calle ante mi vista.

En la vereda de enfrente hay un arbolito (o arbusto?) lleno de hojitas verdes que se mueven suavemente. Dudo de si es árbol o arbusto porque las ramas se bifurcan apenas asoman de la tierra, casi ni hay tronco central. Atrás del árbol y a sus lados puedo ver dos vidrios donde se lee “Peluquería” con letras antiguas, ya despintadas; a la derecha una casa negra, a la izquierda el edificio beige que sé que es el banco Provincia de la esquina.

Entraron cuatro personas (un hombre mayor, un adolescente, un hombre y una mujer de alrededor de 40) y saludaron al dueño del lugar como viejos conocidos. Se sientan y se ponen a hablar de la salud del padre del del café (¡cuántos problemas! ¡y yo que estoy preocupada por mis padres! hay cosas peores). La otra asistente del bar es una chica joven que ya estaba cuando nosotres llegamos, lee fotocopias con una birome en la mano, por eso supongo que está estudiando. Pablo lee a Perec.

Notas a favor del bar: apenas entramos, el aroma a café era fragante y acogedor, el ambiente está calentito, nos sirvieron el café caliente y es rico, y la música que ponen es muy agradable y está a un volumen adecuado. Gran hallazgo este cafecito.

A mí me deslumbra la calle. Hay algo peculiar en la vista que proporciona esta vidriera. Es un corte neto en la realidad, ¿tres metros o menos?, no veo nada hacia los costados, por lo tanto, los paseantes aparecen de golpe en el escenario visible, caminan lentamente los pocos metros que veo de la vereda de enfrente y desaparecen. A veces aparece alguien por la derecha y alguien por la izquierda en simultáneo, y me atrapa registrar el momento en que se cruzan y ya se alejan, de espaldas, ignorándose, no siendo nada el uno para el otro sino para mí, comparsas de mi coreografía improvisada.

La estudiante llama al hombre por su nombre (Nacho) y le pregunta si tiene algún café diferente para probar, además de los que ya probó (que Nacho recuerda), todo muy familiar (estoy en la mitad del cuarto cuadernillo, más de la mitad de la libreta).

Por estos días cumplimos un año del Edén y el domingo que viene cumplimos dos años juntos. Semana de festejos.

Pasó un joven con buzo y capucha negros, una lata de cerveza en la mano izquierda de la que también colgaba una bolsa de plástico blanca con una macetita con una planta de flores naranjas —nota de color en el gris exterior—, la mano derecha junto a su oreja, supongo que con su celular. Otra nota de color exterior es el estacionamiento para bicis municipales, azul eléctrico. Hace un rato un joven se llevó la última bici disponible.

Algo copado de este lugar es que todos hablan en voz queda. Debe de ser gracias al tono de la música y su volumen, a que el lugar es muy chiquito y todos estamos cerca unos de otros, vaya una a saber cuál es el motivo, pero lo agradezco. Los ruidos más fuertes son los de la máquina de café.

Pasan autos también, siempre hacia la derecha, ciclistas en los dos sentidos, personas con perros de la correa, familias con niños, personas con cajas, bolsas, canastos, objetos diversos, changuitos de compra, etc., pocos miran hacia adentro del bar, yo los miro a todos. Una pareja entra a pedir un café para llevar. (Qué bien, suena" Wish you were here", cómo me gusta).

A mi derecha hay varias macetas con plantas y flores rosas (creo que son azaleas). Nacho habla primero con la joven estudiante y después con el adolescente sobre las delicias que prepara. Se lo nota orgulloso de sus creaciones. Pablo lee W o el recuerdo de infancia y me lee un fragmento en voz alta.

Entra un rayo de sol, proyecta sobre la pared de la derecha la sombra de las letras escritas en la puerta con el horario del bar. Veo aparecer nítidas e inclinadas las palabras sábado, domingo, unos números, pero rápidamente se desvanecen; el rayo, tal como asomó, se escondió. El árbol volvió a agitar sus hojitas, en la casa vieja de la derecha crece un yuyo verde oscuro que se mueve al mismo compás del árbol, dos verdes diferentes muy cercanos. Pasó una moto y una 4x4. Palomas picoteando el suelo. La estudiante guardó los apuntes en la mochila y escribe mensajes por wasap mientras saborea el café especial que le hizo Nacho.

Un auto blanco se detuvo justo en la puerta del café, con las luces intermitentes. ¿Por qué acá? ¿Alguien va a subir o bajar? ¿A comprar café? ¿O espera un pasajero?

El cartel negro del café también se balancea.

21.09.2025

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