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Marina Pérez Muraro

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¡VOLVÍ!! ¡Cuántas ganas! Casi un mes sin escribir. ¡Primer fin de semana sin laburo extra! Domingo, me abalancé sobre la libreta apenas despertarme (bueno, no exactamente: primero puse ropa a lavar, después me hice un mate, después bajé el jardín y acá estoy, escribiendo).

Ademas del tiempo libre para escribir, también acompaña el tiempo climático: por fin sol y una temperatura agradable después de lluvia y frío (por supuesto, después de las loas a la primavera de mi entrada anterior, inmediatamente volvió el frío y la lluvia; después de nuevo sol y calor, después de nuevo días que parecían un invierno suave o un otoño inclemente excepto porque todo estaba muy verde; y por fin, ahora, sol. Pero es así el clima porteño, más inestable que la política nacional).

Estoy sentada en un banco del jardín que está junto a las hamacas, un poco al sol y un poco a la sombra, porque no sé cuánto tiempo voy a aguantar al sol. De momento, gracias a una brisa agradable, aguanto la temperatura (una mosca grande recorre mi rodilla mientras escribo), excepto en un sector no muy grande de mi espalda entre mi hombro derecho y el cuello; ahí siento tanta presión solar que creo que me voy a tener que mudar un metro más allá solo por escapar de esta quemazón. Me hizo acordar a la historia de los Nibelungos ¿sería más o menos ahí el punto débil de Sigfrido? Pienso en héroes sobrenaturalmente invencibles con un punto débil: Sigfrido, Aquiles. En la historia de los nibelungos, además, hay exceso de confianza y traición; eso creo que no está en la historia de Aquiles.

Sigo en el mismo lugar, uno de los pocos huecos soleados de la zona arbolada del jardín, soportando estoicamente el apremio solar. Escribo con el marcador gris de punta fina porque me permite volar rápidamente sobre el papel; la letra sale bastante despatarrada. Quedan muy pocas hojas libres en esta libreta, supongo que la termino hoy. Hasta me traje la próxima acá abajo por si el cambio se produce en el jardín. Tengo muchas ganas de escribir sin parar.

Ahora sí, me mudé medio metro más allá dentro del mismo banco y sigo escribiendo a la sombra. El jardín ahora está vacío (cuando llegué había una nena de unos 8 años con otra nenita de dos o tres años –soy malísima para calcular edades, no podría jurarlo– pero las vinieron a buscar apenas me senté en el banco). Está todo verdísimo; el níspero lleno de frutos; el mandarinero bien verde, solo quedan un par de mandarinas escondidas en su copa; el limonero con limones; a mi izquierda, unas clivias que no recordaba haber visto nunca, y me están picando los mosquitos, no se me ocurrió traer repelente.

Me levanté para dar una vuelta por el jardín y reconocer los cambios: como sospechaba, los arbustos tienen más hojas y menos flores que antes. Encontré en el suelo un limón verde y me lo agarré. Hay florcitas silvestres por todos lados. También aparecieron flores silvestres en mi balcón; florecieron los malvones, rojos profundos, y en estos últimos dos días se sumaron dos nuevos habitantes: un clavel chino blanco y un cactus gordo panzón y pinchudo. Tengo que hacer jardinería de balcón pero no va a ser hoy.

El cielo esta brillante con unos tules blancos muy diluidos a lo largo. Escucho pájaros y poca cosa más. Hay macetas en los balcones y ropa colgada. Las hojas se balancean suavemente y luego se aquietan. Las picaduras de los mosquitos en mis pies cada vez se sienten menos. El secreto está en no rascarse. Si te rascás, pica más. Cuando las hojas se mueven, hacen un sonido, como si conversaran. ¿Qué estarán diciendo? El pájaro calló. Delante mío hay unos yuyos con unas flores blancas chiquitas al final de unos tallos altos y finos. A mi derecha, las copas radiantes por el sol. Cuánta paz. El pájaro volvió a cantar, muy cerca.

En estos días en que no escribí, creí que cuando lo hiciera se iba a imponer lo personal, que todo lo nuevo que viví en estas semanas iba a salir a borbotones queriendo llegar al papel; pero no, me encuentro con la libreta y vuelve a crearse el espacio para la contemplación; se detiene el flujo continuo de acontecimientos, el mundo se pone en pausa, se anulan las urgencias, se posponen los deberes, se disuelve el yo o el superyo y me encuentro fundida con el entorno, sintiendo, simplemente, que estoy viva, en este momento, en este lugar, solamente existiendo, que no es poco. Saer lo dijo tan lindo en El río sin orillas cuando responde la pregunta de Adorno: "un cuerpo único con el mundo" (lean todo el fragmento porque es bellísimo). Un cuerpo único con el jardín reverdecido, con la mañana de primavera, con el aire que está dentro y fuera de mis pulmones, pero mis pulmones también son parte del cuerpo único del mundo, existencia, presencia, y aún lo que no existe está presente en los recuerdos o la imaginación. Así que este pequeño Edén particular, minúsculo, de clase media urbana, que tiene lugar en un barrio de Buenos Aires, este pequeño paraisito transitorio está repleto de todo el cosmos como el punto inicial del universo. Así como todo está acá , también cuando se juntan mano, libreta e instrumento de escritura, sentidos, músculos, flujo sanguíneo, también está la mente, recuerdos, referencias, la señora Ph(i)Nko de Calvino provocando el bigbang con su deseo de hacer tallarines para todos, el ylem de Berger y su reflexión sobre la distancia y el amor. En este instante se movió la luz y apareció la sombra de mi mano sobre el papel, nítida, precisa, superpuesta a los trazos que surgen del marcador, bien neta mientras que la sombra de las hojas también sobre el papel son bien difusas.

Llegué a la última carilla de la libreta 7, la primera hecha por mí. Llegó el momento de despedirnos. Me acompañó en un período clave de mi vida; realmente, sin exagerar, no soy la que era cuando la empecé, cambió diametralmente mi vida cotidiana. Ahora jamás estoy sola; esté donde esté, alguien me acompaña, una suave compañía, una presencia interior. Acá mismo, por ejemplo, en el jardín, en comunión con la vida, no estoy sola, aunque no haya nadie a la vista. Y como estoy hecha de palabras ajenas, tal como estoy hecha de átomos y moléculas que no son solo míos, me voy a despedir de esta libreta con palabras de Violeta Parra, porque hace semanas que me siento volviendo a los 17 y porque hoy, lo más verdadero que puedo decir, es "Gracias a la vida que me ha dado tanto".

5.11.23




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