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Marina Pérez Muraro

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Domingo, 5 de la tarde. Quería ponerme a escribir antes pero se fue postergando. Escribo con un lápiz negro, el Pizzini facetado prismáticamente, HB, a ver qué tal nos va (a la libreta y a mí). Por el momento, todo bien, me gusta la sensación, cómo sale la letra, y que se logra leer bien. Eso sí, el acolchonamiento de la libreta se nota mucho, tal vez porque ya casi llegué a la mitad.

Hoy es domingo de fin de semana largo por Carnaval; mañana será lunes pero un lunes disfrazado de sábado y el martes se disfrazará de domingo. Es decir, tenemos un fin de semana pegado a otro fin de semana, el segundo par mejorado para quienes trabajan los sábados.

Hace mucho calor desde hace dos semanas; tenía la esperanza de que amainara un poco ayer, antes de ayer, pero todavía sigue. Ahora dicen que bajará mucho mañana a la noche o pasado mañana.

Mi balcón me dio varias sorpresas, además de los yuyos que crecen solos (y que no saqué porque me gusta que crezca lo que quiere crecer), la plantita que me regaló Silvia, que ya dio muchos hijes, volvió a procrear (busqué su nombre y solo encontré el científico: haworthia cymbiformis; la otra planta que me regaló Silvia es una haworthiopsis attenuata, las dos son de Sudáfrica) pero la gran sorpresa es que floreció la espada de San Jorge por primera vez en 12 años; tanto tiempo juntas y yo ni sabía que tenía flor. Tres varas largas con bolitas que se abrirán en pétalos blancos.

Cambié de instrumento de escritura porque el lápiz negro me estaba agotando, mucho esfuerzo y me costaba leerlo. Ahora estoy usando un filgo de color marrón pero es mucho más oscuro que el marrón del papel, queda marrón sobre marrón sepia o beige, podríamos decir. La tinta tiene unos brillitos, como una brillantina sutil que desparrama estrellitas sobre la hoja. (Está rota, esta hoja, acá al pie.) Como la tinta escribe apenas roza el papel, escribo sin presión, tratando de que la punta del filgo apenas toque el papel porque la tinta se trasluce al dorso y no quiero que influya tanto. En consecuencia, el acolchonamiento de la libreta casi no se nota. Y pasa algo raro con la tinta, a veces la veo bien (creo que cuando todavía está un poco húmeda), a veces casi no, como si escribiera con tinta invisible: veo lo que escribo en el momento de escribirlo pero apenas paso de renglón comienza a disolverse. (Esta hoja tiene un pliegue mucho más marcado en la esquina de arriba.) Voy escribiendo y lo escrito desaparece unos segundos más tarde; no desaparece del todo pero sí se va atenuando, mitigando, la tinta pierde fuerza y se asemeja al color del papel, una y otro se hermanan, se mimetizan, se amalgaman. Si los trazos tenían algún sentido, al camuflarse con el papel lo invisibilizan, lo disuelven; parece una metáfora de algo pero no se bien de qué, o no una metáfora sino una provocación: ¿escribiría si supiera que apenas escribo mi escritura se disuelve? ¿Escribiría mi obra maestra si solo pudiera vivir dentro de mi cerebro? Creo que no, pero no lo sé. Escribir y ver desaparecer lo escrito apenas escrito también podría ser liberador. Une podría sentirse más propenso/a a escribir lo que sea, total, las palabras se las lleva el viento (le vent nous portera). ¿Me libera esta disolución del color? Creo que no. Me siento igual. Tal vez porque no es total, es un atenuamiento, pero estoy segura de que voy a poder leer lo que escribí, con más o menos esfuerzo pero lo voy a lograr [al final fue mucho el esfuerzo]. Si de verdad desapareciera (si escribiera en la arena junto al mar, viendo cómo las olas borran mi tarea) otro gallo cantaría.

Paré para hacerme un mate y me colgué buscando más plantas de mi balcón en la web, porque no todo lo que crece silvestre es lo que habitualmente llamaríamos “yuyos”, por ejemplo la hermosa planta de hojas verdes con manchas blancas que apareció en la maceta de las clivias y cada vez está más grande no es “yuyo”, es muy bella. Parece que se llama “paleta de pintor” y es una hypoestes phyllostachya. Y el yuyo que apareció entre los áloes parece que es un bledo. ¡Qué lindo! Solo conozco los bledos por la expresión “me importa un bledo”, ¡ahora tengo bledos en mi balcón! Y sí que me importan. Parece que son muy nutritivos, pero no me los voy a comer.

Los brillitos de la tinta se ven cuando levanto las páginas, ahí las letras relumbran y, paradójicamente, también desaparecen, porque con tantos destellos resultan ilegibles. Casi sería una ilustración de la frase “brilla por su ausencia” pero invertida: al brillar, se ausentan, no puedo leerlas. Y no voy a lograr mostrar esto con una foto.

Me gusta esta sensación de escribir tan etéreamente; me refiero al paso casi inmaterial  del filgo sobre el papel, casi intangible, y sin embargo, escribe (eppur si muove). La escritura de hoy está cercada por la inaprensión, tanto en su inicio como en su resultado: la punta del filgo casi no toca  el papel, sin embargo, escribe; la tinta del filgo se ahoga en el color del papel, y sin embargo, se lee. Esta sensación de no rozar el papel también está dada por el acolchonamiento de la libreta, cada hoja parece no apoyarse por completo en la de abajo, cada hoja parece estar un poco en el aire ella misma. Todo muy aéreo hoy.

Llegué a la mitad de la libreta, dos cuadernillos ya escritos a mi izquierda, dos sin escribir a mi derecha. Tengo ganas de seguir escribiendo, garabateando la nada, gambeteando la nada, aunque todo desaparezca, aunque su origen sea inasible, pero también tengo ganas de ver a Alguien ahora mismo, así que dejo por hoy. Hasta más ver.


11.02.2024



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