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Marina Pérez Muraro

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Me dio tanto placer retomar la escritura que acá estoy de nuevo. Además, asomaron las dimorfotecas, la primera antes de ayer, la segunda ayer, y esto hay que registrarlo. Se abren blancas, con el centro oscuro, y durante el día se van alilando hasta volverse violetas. Hoy, no sé si por la lluvia o por la poca luz, entrecerraron sus pétalos formando copas. Hay montones de pimpollos, en cualquier momento estallan y me llenan el balcón de flores violetas. En estos días también floreció el arbusto del jardín, repentinamente, de la nada. Y comprobé que el mandarinero sí tiene mandarinas, grandes, naranjas, listas para ser comidas, pero están ocultas entre las hojas. Qué curioso, el año pasado estaban tan a la vista que las veía desde mi depto; este año están muy bien escondidas.

Antes de ayer, y sobre todo ayer, hizo calor, un calor repentino e inusitado para esta época del año; no sorpresivo porque los pronósticos meteorológicos ya lo habían anunciado, pero aunque la mente estaba sobre aviso, el cuerpo tiene su propio ritmo de reacción. Ayer, caminando por la calle con ropa liviana después de tantas semanas de salir enfundada de arriba a abajo, tenía la sensación de estar en otra época del año, digamos, comienzos de octubre, por ejemplo. Al mismo tiempo miraba todo con extrañeza y me decía a mí misma "qué luz rara"; había algo desajustado en el brillo del sol. Cuando llegué a casa Manuel me dio la explicación; hablando del calor, me dijo: "hace calor como de primavera o verano pero el sol está bajo, hace calor de verano pero con sol de invierno, asociamos este calor a otra posición del sol". Tan es así que cuando oscureció a las 7 de la tarde me sorprendí, porque con un calor semejante no oscurece tan temprano.

No nos damos cuenta de cuán incorporados (en el sentido más literal) tenemos los movimientos terrestres y los ciclos solares hasta que algo nos descoloca. En España lo sentí con mucha fuerza, en invierno los días eran más cortos que en Buenos Aires y en verano eran notoriamente más largos (me refiero a las horas de luz). A pesar de vivir siete años en Catalunya, siempre me sentí asombrada por la diferencia. Así une descubre que lo que cree que ES, más allá de une, "objetivamente", en "la realidad", también está condicionado por el lugar donde se crió. (Una experiencia corporal anterior fue pasar una sequía de meses cuando vivíamos en las sierras de Córdoba y darme cuenta de que extrañaba el agua con todo el cuerpo; aunque nunca me faltó el agua para beber o ducharme, sentí la sequía en el cuerpo.)

Volviendo al calor inusitado de ayer, a la noche, como pronosticaban, llovió. Suavemente, persistentemente, durante horas, hasta recién, que acaba de parar. Se fue el calor, volvió la temperatura anterior, el cielo sigue completamente cubierto, los nubarrones se desplazan hacia mí, se acercan, van a pasar sobre mi cabeza; una nube un poco más blanca asoma por atrás del árbol del jardín, destacándose sobre el fondo de nubarrones grisesazulados, se eleva, se expande, y se disuelve. Aparece la segunda, más ancha, ocupa toda la parte visible del cielo, dos pájaros negros salen volando del ficus y dan una vuelta, y ahora, de coté, un rayo de sol se filtra por entre los nubarrones, roza el jazmín y uno de los malvones y entra en mi living. Cambio de posición para verlo, me pongo al final de su camino (como si buscara la olla de oro al final del arco iris), me da de lleno en la cara, el Rey Sol, majestuoso; cierro los ojos, levanto la cara para disfrutarlo a pleno y adorarlo.

El mundo está limpio, bañado por la lluvia, como un bebé recién bañado, y ahora viene el sol a secarlo, como una madre con una toalla suave y cálida, para que el mundo siga limpio y reluciente resplandezca.

3.8.2024



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