Otro apunte rápido al aire libre, aunque todavía no pasé en limpio el anterior. No sé si podré continuar, a metro y medio hay un perrito ladrón que me rompe los oídos. Estamos en un barcito frente al Parque Chacabuco, en la vereda, y justo en la otra mesa se sentó una pareja con dos perritos minúsculos, el que está aúpa de la mujer está en perfecto silencio, pero el que está aúpa del hombre ladra a todo lo que ocurre, qué insoportable. Ya tomamos nuestros cafés, ahora Pablo lee y yo trato de escribir. Es un domingo primaveral, ya de tarde, vinimos caminando directo al café antes de ir al parque. La temperatura es ideal, el cielo despejado, me banco los autos y colectivos que pasan por la calle, pero por favor, callen ese perro. Otro problema es la inclinación de la mesa, la mano que escribe está demasiado alta. Voy a cambiar de posición.
Ya está. Ahora no escribo sobre la mesa sino sobre el segundo libro que se trajo Pablo (un tomo gordo de entrevistas a Duras) apoyado sobre mis rodillas cruzadas una sobre la otra. Giré la silla para mirar de frente al parque. Pablo lee La narración objeto de Saer (antes, en casa, leímos juntos, él en voz alta, partes de El entenado y lo comentamos por el camino). Pasan los autos por la calle, las personas por la vereda, y un poco más allá los autos por la autopista que atraviesa el parque (otro de los crímenes de la última dictadura).
Me está saliendo una letra horrible, a ver si mejoro (lo intento). Escribo con una birome gris. Un auto estacionó delante de mí, la persona que bajó del lado de la vereda era una mujer con una muleta, y justo frente a ella había: la mesita con la pareja con perros, un árbol con el cartel del café y una bicicleta entre el árbol y la mesa, por lo cual la pobre mujer, con sus dificultades, tuvo un espacio minúsculo para desplazarse y llegar a la vereda sorteando bici y árbol. Del lado del conductor bajó un hombre con un perro también minúsculo pero de otra raza en los brazos, lo dejó en el suelo, el recién llegado se acercó al perro ladrador moviendo contento la cola y el ladrador le tiró un mordisco mostrando los dientes. Confirmado: es un perro de mierda. Me parece que es perra, su dueña la llamó Luna. El silencioso es entre gris y beige pero los pelos alrededor de los ojos y por encima y por debajo de la boca son mucho más oscuros, casi negros, le dibujan una barba. Curioso, un perro con barba. Este solo saca su lengua para lamer el aire.
Hay un par de chicas junto a la ventana del café donde se despacha café para llevar, charlando amigablemente. Y ¡qué alegría! El perro desagradable se fue en brazos de sus dueños junto con su compañero.
Hay una brisa muy agradable y pájaros cantando. También suenan bocinas y motores de autos. Varias nubes blancas difusas van poblando el cielo. Los árboles que tengo más cerca no tienen sol, pero por entre ellos asoma una palmera dorada y soleada. Los días son cada vez más largos y brillantes. Por suerte todavía no aparecieron los ejércitos de mosquitos.
¡Sorpresa! ¡A esta libreta le quedan libres solo esta carilla y una hoja más! Hoy se acaba, supongo, no traje la siguiente para seguir escribiendo porque no me di cuenta de que quedaba tan poco en blanco. No sé cuándo podré pasar esto y lo anterior en limpio porque tengo laburo extra.
Casualidades, coincidencias: veo sobre la misma vereda del café, muy cerca nuestro, dos hombres transportando una heladera y metiéndola inclinada en una camioneta (creo que ni siquiera es una camioneta propiamente dicha sino un “utilitario”, un auto con espacio atrás). La casualidad es que ayer, más o menos en las mismas condiciones, trasladamos la heladera de Magdalena de vuelta a su departamento. No es tan común ver heladeras por la calle. (Otra casualidad fue que hoy soñé con mi tía Elisa y al despertar encontré un mensaje de mi vieja diciendo que se iban a pasar el día a lo de Oscar y Elisa.)
No sabía si contarlo no, pero ya que apareció la heladera... Pablo y yo alquilamos el departamento que está al lado del mío. Ahora tenemos un lugar común donde estar solos a nuestras anchas (anchas, largas, profundas, intensas y maravillosas comodidades). Tiene un balcón como el mío y también da al jardín así que al toque pasé macetas de un balcón al otro (el mío estaba sobrepoblado) y algunos libros. Magdalena nos dejó una mesa, dos sillas y una heladera; solo compramos un colchón. Con tan poco, ya hay hogar, aunque el hogar no son las cosas sino la mutua compañía. Ayer cumplimos un año. Es extraordinario poder celebrar el primero año juntos con un espacio común. Como dije al empezar esta libreta (y como recordamos ayer juntos) hay algo que emana de nosotros, algo que no es ni él ni yo, que forma un “nosotros”, fluye entre una y otro y nos une, estemos donde estemos.
Y se acabó la libreta, la escribí muy espaciadamente por esto, me acompañó unos 5 meses y ya terminó. ¡¡Gracias!!
29.9.24
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