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Marina Pérez Muraro

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En el cine club casero vimos ayer una película de la que no sabíamos nada previamente, ni el título (en el afiche estaba en alemán, y en el archivo en un idioma desconocido). Pablo la eligió por el afiche, con un olfato cinematográfico envidiable, porque resultó ser una película iraní bellísima, tiernísima, agridulce. Me dejó el alma impregnada, preguntándome ¿cómo puede ser que los regímenes totalitarios prohíban sentimientos tan nobles e inocentes como el amor, la alegría, las ganas de celebrar la vida, el baile, la música, la amistad, el encuentro? ¿Cómo puede ser que se sostengan gracias a miles de seres anónimos que se hacen eco de sus delirios? ¿De donde saca fuerzas esta voluntad tanática que arrasa al mundo? (La vimos anoche y al despertarnos había ganado Trump.)

¿Cómo no conmoverse ante la vida, ante lo que crece? Cada mañana miro las plantas de los balcones, observo qué cambió, qué hay de nuevo entre ayer y hoy, y cada día me maravillo con alguna hoja, algún pétalo. ¿Cómo no celebrar este sol clemente, brillante, y esta brisa revitalizadora? Sociedades suicidas, dijo Pablo. No lo entiendo. Por suerte tenemos nuestro refugio mutuo.

Hoy es miércoles, aproveché que me levanté temprano para escribir un ratito antes de ponerme a laburar. El lunes diluvió, ayer estuvo hermoso y hoy, parece, va a estar divino también. El sol atraviesa las hojas de mi balcón y llega hasta mis pies, acariciándolos (estoy sentada en el silloncito).

Tengo ganas de escribir porque me pasó con la última entrada que mientras la escribía todo me parecía inconexo pero después, al pasarla en limpio, tomó forma y me gustó. Revisé las fechas de las últimas entradas y comprobé que este año vengo escribiendo una vez por mes, dos como mucho; no es un buen ritmo, extraño el hábito. Esta semana decidí organizar mis sesiones de yoga así: media hora los martes, media hora los jueves, más una hora de gimnasia los sábados con Noelia, fenómeno. Martes y jueves por lo general trabajo en casa, Manu se va a cursar al mediodía, puedo hacer media hora después de que él se vaya, como una pausa en mi trabajo. Si pienso en hacer una hora me parece demasiada interrupción, me siento culpable, pero media hora no se le niega a nadie. Más o menos con el mismo ánimo me permití escribir hoy, miércoles, antes de laburar. Media hora no se le niega a nadie.

Además, ayer releí algunas entradas de este año y al reencontrarme con ellas a la distancia, despegada del momento de escritura, me sorprendí disfrutando de la lectura como si fuera algo escrito por otra persona. Lo que más me sorprendió fue darme cuenta de que me gustaba de verdad, que mi propia escritura me engancha como lectora. Entonces, ¿cómo no proveerme de más lectura? Es como quien cultiva una huerta para autoabastecerse. Como mis propias lechugas, mis propios tomates y zanahorias. Me tomo el laburo de escribir y pasar en limpio y en el futuro tengo lectura, como quien hornea un pastel y espera a que se enfríe para comerlo (otra influencia de la película de ayer: la protagonista hornea un pastel; y al guglearla a posteriori descubrí que el título se traduce como Mi pastel favorito).

La película anterior del cine club casero fue Bonnard Pierre et Marthe. Al releerme volví a sentir que un buen título o subtítulo para las libretas podría ser Apuntes del natural. Cuando lo pienso tengo en mente lo que hacen tantos pintores, como se ve a Bonnard en la película: bocetos a lápiz en una libreta pequeña, solo líneas, figuras, que después desarrolla en sus cuadros. Algo así siento con mis libretas: tomo apuntes del natural, del presente pleno, y cuando los paso en limpio toman forma. Y aprovecho que llegué al final de una carilla para dejar acá e irme a trabajar.

6.11.24



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