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  • Foto del escritor: Marina Pérez Muraro
    Marina Pérez Muraro
  • 4 mar
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: hace 5 días

Martes de Carnaval (feriado) y cumple de mi sobrino mayor. Hace dos días completos que llueve persistentemente, insistentemente. Hoy pensé que había parado la lluvia (hasta escuché pajaritos) pero un rato más tarde volvió con fuerza y se largó otro chaparrón. Por supuesto, el cielo sigue cubierto y gris. Todavía no nos levantamos. Escribo en la cama, Pablo todavía está adormilado, y como no quiero perturbar su descanso, no corrí las cortinas, así que escribo con muy poca luz, la suficiente como para ver el trazo que la birome deja en el papel a medida que mi mano se desplaza sobre la libreta, pero no tanta como para distinguir con claridad las letras que estoy escribiendo. Cuando mire esto con luz, supongo que me va a asombrar lo que encuentre. Es un experimento interesante, una forma de desprenderse de lo visual y resaltar el acto mecánico y el acto mental de escribir.

Podría levantarme sin hacer ruido y sentarme a escribir en el living, pero no quiero. Quiero investigar escribir en estas condiciones y quiero estar al lado de Pablo cuando se despierte. Bastante esfuerzo representa para mí no estar abrazándolo en este mismo instante, retirarme del contacto con su piel para escribir. Retirarme más aún, hasta la habitación de al lado, dejar el lecho común para sentarme en una silla, me resulta intolerable.

Así que escribo en la cama, como otras veces, pero esta vez es una cama compartida y hay Alguien a mi lado, dormido. No cualquiera sino Alguien. Con Pablo me siento unida en todo momento, incluso cuando cada uno lee su libro, incluso si escribo a su lado. Terminamos de leer juntos El idioma materno y en la última página Morábito dice que escribir es traicionar al mundo. Me impactó, conversamos juntos sobre el sentido de la frase. Yo la interpreté como que para escribir hay que apartarse del “mundo”, en cierto sentido hay que “dejar de estar” para “ver”, dejar de ser protagonista para ser testigo, narrador. Morábito llamó a eso “traición”, como si nuestro deber fuera permanecer, actuar, no narrar. Dice más cosas bellas que ahora no recuerdo y no quiero levantarme a buscar el libro. Realmente tengo que hacer un esfuerzo por no dejar la libreta y besar a Pablo. Me fascina tanto, me atrae tanto, es tan hermoso estar juntos que es lo único que quiero hacer. ¿Habrá algún peligro si este estado de enamoramiento se prolonga indefinidamente? ¿Caer en la inacción total, en alguna especie de atrofia? No lo sé, pero ¿cómo negarse a este nirvana? Sería un sacrilegio.

Interrumpí porque Pablo se desperezó, se despertó, me abrazó y me dijo “ah, ¿estás despierta?” y nos abrazamos y dijimos buen día. Dormimos abrazados pero al despertar nos saludamos como si hiciera mucho que no nos vemos. Nos levantamos, ahora él está haciendo el desayuno y yo escribo sentada al lado del ventanal del living. Efectivamente el cielo está totalmente gris; el suelo del patio, encharcado, y todos los verdes limpios y relucientes. Escucho los sonidos de Pablo en la cocina y ya llega a mi nariz el olor a pan tostado. Asoma el primer rayo de sol en varios días. En un ratito voy a dejar para desayunar. ¿Retomaré la escritura más tarde? Tengo ganas de terminar esta libreta y empezar otra, pero todavía le quedan 4 hojas libres. A la tarde pasaremos a saludar a mi sobrino. Ya está listo el café.

Retomo después del desayuno. Pablo salió a hacer algunas compras, yo me quedé para seguir escribiendo. Como estoy sola, me instalé en una de las sillas playeras de frente al balcón. El cielo relumbra y las copas de los árboles se mueven suavemente. En el balcón las que se mueven son los malvones y las santalucías, muy suavemente, con un balanceo casi imperceptible. La enredadera que surgió de la nada creció un montón, largó ramificaciones, se enredó a la maceta colgante y atravesó el enrejado del techo en varios lugares. Hay pocas flores ahora, ojalá vuelvan. Hay malvones blancos pero desde donde estoy quedaron ocultos por las hojas de la dimorfoteca. Todo está en paz, y hay tanto silencio que escucho el murmullo de las copas de los árboles.

Sigo pensando en la “traición” de Morábito, evidentemente no acuerdo con él. Varias veces comentamos al leerlo que lleva las cosas a un extremo, las amplifica para que las podamos ver mejor; también condensa al extremo, una sola frase tiene tantas ideas que cada una merecería su propio desarrollo, pero él solo las menciona, dejándonos la tarea de desplegarlas. A mí me da la impresión de que la idea de traición implica un aprovechamiento por parte del que traiciona, la búsqueda de algún beneficio para el traidor. Sería un traidor el escritor que escrutina el mundo para obtener material para su escritura, el que usa impiadosamente las confidencias y sentimientos de la gente que conoce (esta figura reaparece muchas veces, siempre criticada; hace poco leí una nota que me impactó mucho porque pintaba así la relación entre Alice Munro y sus propias hijas). Pero aquella escritura que se abre al mundo e intenta que el mundo se exprese a través de ella, ¿traiciona? Pienso en el narrador de “El parecido” de Saer, el que dice “deseé ser una clase especial de cantor, el cantor del mundo visible, el cantor de todas las cosas…”. Pienso, por supuesto, en lo que intento hacer yo, modestamente (que por supuesto no me sale, o no sé si me sale) cuando agarro libreta y birome y contemplo el mundo deseando retratarlo. No hay traición, hay comunión. Me aparto (momentáneamente) de las personas, pero no del mundo. ¿Morábito estaba pensando en los lazos sociales?

Un pájaro se posó en el techo del galpón y quedó justo en mi línea de visión enmarcado por uno de los cuadrados del enrejado del balcón. A pesar de que no lo veo bien por la distancia, me pareció que podía estar segura de que es un benteveo. Se quedó unos segundos mirando para un lado y otro y luego avanzó por el techo caminando a saltitos. Se detuvo más allá y volvió a avanzar. Ahora ya no lo veo más. Me vino bien su aparición para sacarme de las elucubraciones mentales. Tal vez no debería prestarle tanta atención a Morábito, ya sabemos que exagera. Dijo “traición” porque suena bien, impacta más que "separación” o “abandono”. Ya lo dijo Platón, no hay que confiar en los poetas. Ahora que terminamos El idioma materno queremos seguir con otro libro pero no sabemos bien con cuál. Dejamos una pila de posibles para ir tanteando cada mañana.

Sin embargo, vuelvo a la frase de Morábito, me capturó. Más la pienso y más insostenible me parece. No puede ser un deber moral no escribir, no narrar, no fabular, imaginar, crear… está presente en la vida humana desde la noche de los tiempos. Los humanos de las cavernas que pintaron animales en las cuevas de Chauvet se apartaron de sus presas para protegerse y alimentarse pero cuando las pintaron en la roca, recreándolas, sospecho que fue cuando más unidos a ellas estuvieron. Sería lo opuesto de abandonar el mundo para escribir: fagocitarlo, incorporarlo, digerirlo y devolverlo transformado.

El cielo se está poniendo muy negro. Da la impresión de que en cualquier momento se larga otro chaparrón intenso. Pablo va a volver empapado, pobre.

Esta es la última hoja de la libreta. La letra salió muy horrible. Voy a ir cerrando la sentada de hoy y la libreta 10. No sintonicé mucho con ella, pobre. Me gustó fabricar algo así pero no me resultó placentero usarla. Por otro lado (no es culpa de ella) como vengo escribiendo tan espaciadamente, perdí también el placer de la cotidianidad de la escritura. Escribir hoy en la cama junto a Pablo fue una gran cosa. No tengo más remedio que sustraerme al abrazo común para escribir, pero hacerlo a su lado es seguir sintiendo nuestra comunión.

Se largó el chaparrón, nomás, pero sin demasiada violencia por ahora. El día está muy oscuro. Dejo acá. Gracias, libreta 10, por los servicios prestados.

04.03.2025



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