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  • Foto del escritor: Marina Pérez Muraro
    Marina Pérez Muraro
  • 30 mar
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: hace 4 días

Una sentada de escritura breve como el paseíto que salimos a dar, minúscula como el barcito donde nos sentamos a tomar un café, el más reciente de los cafecitos esquineros, nueva moda diseminada por Buenos Aires (o, al menos, por el barrio): casi cada manzana tiene un café diminuto justo en la esquina, unos triangulitos minúsculos donde entran con suerte dos o tres mesitas además del mostrador y los enseres de trabajo. Este en el que paramos hoy es nuevo, abrió hace una semana.

Al mediodía salimos a dar una vuelta en bici (sí, es domingo) breve también, suficiente para sentarnos un rato bajo los árboles y llenarnos de verde. El día estaba tan radiante que dudamos del pronóstico meteorológico que anunció lluvia esta tarde, pero ahora las nubes demostraron su poder, el cielo está cada vez más cubierto y la atmósfera está tan bochornosa que deseamos que por fin descargue.

Pablo lee del otro lado de la mesita y en la otra de las dos que hay en el exterior hay una pareja joven, ella habla permanentemente. Pasan muchos perros paseando sus dueños con correa (no se puede dejar sueltos a los dueños de perros, son capaces de cualquier dislate) y todos son lindos (los perros, no sus dueños). Hay uno dentro del café con su dueña. Recién pasó una señora con dos perros: uno tenía una pata vendada, caminaba saltando, y el otro tenía un ojo ciego (creo, por el color). Hay, además, por supuesto, omnipresentes, mosquitos.

Empezó el otoño, hace una semana nos regaló algo de fresco y lluvia, como anunciándose, pero sabía que el calor volvería y así fue: hace tres días que hace calor. Me acordé de un poema que escribí hace años dudando de otra lluvia otoñal sorprendentemente puntual. Ahora anuncian que las temperaturas bajan los próximos días. El otoño se va acercando. Es un tema recurrente en Saer, la tormenta subtropical que clausura el verano e inaugura el otoño. La cantan también Ellis Regina y Tom Jobim: las aguas de março fechando o verâo.Y, sin embargo, sigo dudando de la tormenta anunciada. Veo posible que el viento se lleve de largo las nubes.

Pablo lamentó el volumen de la joven que habla a sus espaldas, tiene razón, habla fuerte. Su acompañante es más moderado, pero ella domina la conversación. Se fue la señora del perro y entró un chico muy jovencito, le sirvieron una bebida violeta —debe de ser un licuado de arándanos (por el color) o algo así–, habla bastante con los dos muchachos que atienden el bar (que son ambos simpáticos y se parecen mucho entre sí, sospechamos que son parientes). Supongo que el joven del licuado también es conocido de ellos, se lo ve muy suelto de cuerpo dentro del bar, como Pancho por su casa.

Quería escribir hoy aunque sea algo breve, y aunque todavía no pasé en limpio la sentada anterior, porque tengo laburo extra durante todo abril (ahora, dentro de un rato, me voy a trabajar hasta la cena), temo no encontrar cuándo escribir hasta mayo, pero no quiero dejar tanto tiempo sin escribir, es perder el hábito, el entrenamiento. No quiero que esto se diluya.

Pablo tiene razón, me estoy enterando de todos los viajes de la parroquiana del bar, los pasados y los futuros.

Hoy en el desayuno terminamos de leer al unísono También Berlín se olvida de Fabio Morábito, el libro con el que seguimos cuando terminamos El idioma materno. Es un gran compañero matinal, Fabio (después de tantas semanas juntos, nos permitimos tutearlo). Va a ser difícil encontrar a otro como él. Nos tentamos con recomenzar El idioma materno y vivir en estado de lectura permanente de Fabio, pero no podrá ser enseguida porque se lo prestamos a mi madre (que cumplió 86 hace cuatro días).

Entró un hombre que saludó con mucha familiaridad a los dueños del bar y se sentó con el joven del licuado. Siguen hablando todos con todos, reforzando mi idea de que ya se conocen más allá del bar. El bochorno me está agobiando. Cruza la calle la segunda embarazada desde que nos sentamos acá. Sale gente de sus casas con changuitos de compra. Pasan muchas bicis, en esta esquina se cruzan dos bicisendas, es un buen punto para cambiar de dirección. También muchos autos, pero esos no me interesan.

El árbol que está atrás de la pareja tiene unos frutos de color verde claro del tamaño de una ciruela grande pero con forma casi de pera. No lo reconozco ni al árbol ni sus frutos.

Salieron del bar el hombre y el muchachito, cuando pasaron a mi lado, el hombre preguntó “¿te hiciste amigo del muchacho?”. Creo que el jovencito contestó “son muy simpáticos”, pero no estoy segura. Así que tal vez no se conocían de antes y sea todo una amistad reciente.

Queda poca luz solar. Los del bar encendieron unas luces que iluminan las mesas; le viene bien a Pablo para leer; a mí, mi mano me hace sombra sobre donde estoy escribiendo, pero todo lo demás está tan iluminado que igual veo bien. La silla es dura, escribo con un marcador de punta fina celeste.

Pablo se levantó a pagar la cuenta. Voy cerrando por hoy.

30.3.25.



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