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  • Foto del escritor: Marina Pérez Muraro
    Marina Pérez Muraro
  • 6 jul
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 8 jul

Domingo al sol. Después de unos días de frío extremo (que, con la proverbial exageración porteña, calificamos de “polar”) volvió el invierno tan querido de Buenos Aires: soleado, límpido, muy agradable. Ni lerdos ni perezosos (pero tampoco madrugadores), después de desayunar salimos a pasear en bici. Vinimos hasta el parque de Agronomía que Pablo no conocía; para mí, fue pasar por varios mojones de mi vida (la casa de la Hilda, mi barrio en los 90, el barrio de Coto primero y después de la Negra). Dimos una vuelta por el parque, nos sentamos a charlar al sol, y vinimos a almorzar en el café Rayuela en la calle Julio Cortázar. Ahora estamos de sobremesa en el bar, Pablo lee y yo escribo mientras el sol nos acaricia.

Cambié de instrumento de escritura porque no estaba cómoda con el marcador celeste con el que empecé. Ahora escribo con una birome verde y quedó un rulo de prueba de la birome donde fue el cambio. Pablo lee a Marguerite Duras, tiene los cachetes rojos por el sol (¿o por la cervecita que acompañó el almuerzo?), su mano derecha pasó de mi rodilla a su mejilla (con el codo apoyado en la mesa) y ahora al libro para dar vuelta las hojas. Yo tengo mi codo izquierdo apoyado en la mesa; mi mano izquierda sostiene mi mejilla izquierda mientras escribo con la derecha (como siempre).

El sol está divino. Da ganas de lagartear. En este barrio de casas bajas hay más sol disponible. Qué maravilla. Soy la "escritora salteada", escribo unas cuantas palabras e interrumpo para levantar mi cara hacia el sol como un girasol (me gustaría poner "como un heliotropo" para evitar la rima interna, pero no sé si los heliotropos miran al sol como los girasoles). Imprescindible hacer la digestión antes de emprender el regreso en bici. Da ganas de dormir una siesta de sol.

Anoche compartimos un brownie con cannabis y me pegó súper lindo, un relax tan pacífico y feliz como hace tiempo que no sentía. Al venir en bici para acá cruzamos el puente de la avenida San Martín, me costó esfuerzo la subida. Paseando por el parque, estaba llena de semirrecuerdos difusos e inasibles que no pude reconocer si eran de sueños o de vivencias lejanas. Creo que la mezcla de cannabis, esfuerzo físico y paseo por lugares de mis vidas pasadas me dejó en un estado de apertura psíquica, como si el umbral entre conciencia e inconsciente, habitualmente tan tajante, se hubiera transformado en una zona amplia, de intercambio fluidos, como una vasta playa patagónica de kilómetros de arena húmeda visitada morosamente por las olas del mar, con sus restos de caracolas, animales y aves marinas, crustáceos, vestigios de civilización (como los que buscan Jules, Jim y Catherine) que aparecían ante mi vista inesperadamente; una amplia zona porosa, permeable, llena de imágenes difusas que no logré identificar como sueños o recuerdos. Me dejó perpleja tamaña ambigüedad psíquica. Para colmo (o justamente por eso) estaba / estamos en el barrio donde viví la mayor inmersión psíquica en mi propio inconsciente, el periodo previo a Los elementos.

Nos mudamos de mesa para que nos dé el sol, pero ya pedimos la cuenta, en breve nos levantaremos para pasear por el barrio. Me encanta este sol y me encanta mi reencuentro con mi inconsciente. Me gustaría seguir describiendo esta experiencia, pero se levanta la sesión.

6.07.2025

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