top of page
Buscar
  • Marina Pérez Muraro

23

Releí Tentativa de agotar un lugar parisino de Georges Perec y no encontré la frase sobre la baguette tal como la recordaba pero si, en un “Bosquejo de un inventario de algunas de las cosas estrictamente visibles”, estos dos ítems:


"—Un pan (baguette).

—Una lechuga (¿francesa?) que desborda parcialmente de una bolsa para las compras."


y justo antes, en la mini introducción:


"Hay muchas cosas en la plaza Saint-Sulpice, por ejemplo: (...). Un gran número de estas cosas, si no la mayoría, fue descripto, inventariado, fotografiado, contado o enumerado. Mi objetivo en las páginas que siguen ha sido más bien describir el resto: lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia, lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes." (el subrayado es mío)


que me hizo acordar a lo que me pregunté alguna vez en la libreta verde, ¿qué pasa cuando no pasa nada? ¿Qué percibimos cuando nada salta a la vista, cuando nada reclama nuestra atención? Otra frase de este libro de Perec: "tengo la impresión de que la plaza está casi vacía (pero hay al menos veinte seres humanos en mi campo visual)". Evidentemente su libro es un largo ejercicio de percepción. Y eso es lo que más amo de él, más que sus proezas oulipianas, su amor por "lo infraordinario" como él lo llamaba: aquello que no vemos por intrascendente pero nos constituye.


Hoy es sábado, hubo días de calor, anoche tormenta, hoy puedo estar sin ventilador, no hay silencio porque afuera el viento sacude las copas de los árboles, hay sol, cielo bien celeste o nubes blancas. Por suerte no hay vecinos aulladores en el jardín.

Quería escribir con la lapicera de madera con tinta verde y cuando la agarré, muy decidida, ya no tenía tinta, tampoco la plateada (aunque no las volví a usar después de probarlas, ¡misterio!). Y los cartuchos amorosamente guardados por 30 años tampoco tenían tinta. Así que agarré la birome que tanto placer me dio con la libreta verde y a las dos páginas también ¡se quedó sin tinta! Sigo ahora con un instrumento, no sé cómo se llaman estas cosas modernas, no es una birome ni una lapicera, tiene punta metálica y no es recargable. Espero que la tinta me dure todo lo que quiera escribir hoy. Supongo que por estas cosas deje de usar mis lapiceras. A un ministro que solo use su lapicera de oro para estampar firmas o una médica que solo escriba recetas los cartuchos les deben de durar muchos días, pero para tomar apuntes en la facultad, tener que cambiar cartuchos en medio de la clase no es lo más práctico. Y después, con los años, dejé de escribir a mano. Ahora ya no anoto casi nada a mano: mi agenda es una aplicación del celular, mi cuaderno de notas también, mi lista de cosas por hacer también, etcétera. A veces tomo alguna nota en reuniones de trabajo, pero si son virtuales (como fueron este año) también apunto en la compu en vez de en papel. La única actividad que sigue siendo a mano es la lista de las compras, y eso en parte por practicidad y en parte porque prefiero no sacar el celu cuando estoy en la calle.

Así que acá estoy ahora con una uniball con tinta color petróleo que recuerdo de veces anteriores que no me resulta dúctil para escribir ni me gusta la letra que me sale con ella pero hoy se está portando bien, o se lleva bien con la libreta nepalesa, y no me está torturando. Creo que voy a tener que seguir con tinta acá porque hoy antes de arrancar releí lo escrito y me di cuenta de que el grafito no se lee bien, parece como si se hubiera borroneado. La tinta no se corre. Lo que sí pasa es que se transparenta más del otro lado, así que cuando escribo en el lado izquierdo de la libreta, el lado que descansa sobre lo escrito, las líneas del dorso se dejan ver bastante y eso me molesta un poco. Eso también molesta a la lectura. O sea que tendría que buscar alguna tinta más clarita (creo que con la birome no pasaba tanto porque el azul era más suave). Pero hoy no quiero perder más tiempo buscando tintas, será la próxima.

El fin de semana pasado no escribí pero hice nuevamente jardinería de balcón. Tengo una producción de aloe vera maravillosa, crecen felices y se reproducen a lo loco. Saqué los dos más grandes, les progenitores, los trasplanté (incluyendo poda de raíces como me comentó Flor y corte de pencas para hacer gel) y dejé lugar en la maceta para sus ocho hijitos. Me falta hacer eso con la segunda maceta de aloe. Gracias a esta movida ubiqué el cedrón junto a los aloes y quedó más despejado el balcón, más accesibles los jazmines. Mientras hacía todo esto metí manos y pies en la tierra (de las macetas) (no los pies en las macetas sino tierra en el suelo del balcón y yo descalza) y fui feliz, lo más parecido a meter los pies en la tierra que pueda mi depto. Me encantó, me energizó, fue revitalizante.

Faltan menos de dos semanas para que se acabe el 2020, supongo que nunca hubo tanto consenso mundial en cuanto a desear que se acabe un año, como si el calendario pudiera modificar algo. Deseamos que se acaben las penurias, más que el año. Anoche leí algo genial, que en el comienzo del 2020 se juntaron como nunca la verdad del "año nuevo, vida nueva" y "tené cuidado con lo que deseás porque se puede cumplir". Hace un rato, antes de agarrar la lapicera, pensando en esto recordé una frase de Saer de "El parecido" (de La mayor), texto que amo y del cual ya hablé en cuentogotas. Así que volví al texto de Saer y lo releí no completo sino desde "Durante muchos días ese parecido me inquietó...” hasta el final, y lo que pasó fue muy fuerte, porque me emocioné, me conmovió profundamente, y me encantaría ser capaz de describir ese sentimiento. Otra vez experimento la pobreza del lenguaje para expresar lo que sentí, pero el culpable no es el lenguaje sino mi torpeza, Saer sí habría podido describirlo, él fue capaz de expresar con palabras sentimientos sutiles y complejos como pocos. Intentémoslo, aunque no me salga bien, en su honor y reverencia.

Es el reencuentro con algo amado, que vive conmigo desde hace 30 años y despliega su potencia atravesándome. En el texto está la idea, la imagen, el sentimiento y sobre todo el ritmo, el baile de las palabras. Está, de nuevo, todavía, mi primer encuentro con este texto, y tantas otras veces que volví a él, tantas que ya ni hay novedad al releerlo, todo es reencuentro (y ayer le comenté a Rubén la teoría filosófica griega de que conocer es recordar, todo es recuerdo). Aun siendo reencuentro, sin el impacto de la novedad, tiene el poder de conmoverme medularmente. Algo parecido sentí anoche cuando Sebastián puso en su programa de radio "Teach your children" de Crosby, Stills, Nash & Young y yo le dije que era uno de los temas de mi infancia gracias al final de Melody, que todavía cuando lo escucho me da ganas de subirme a una zorra ferroviaria y huir hacia el horizonte, y que esa canción es como alguien de mi familia. ("El parecido" no es alguien de mi familia sino parte de mi ADN.) Y también me pasa con "Teach your children" que se junta la belleza de la música con la letra, la película y todas las veces que la vi (también recuerdo la primera vez, en un cine, yo tenía la misma edad que los protagonistas) y todo lo que me provocó cada vez (hace varios años volví a ver la película como adulta y me pareció buena más allá de mi infancia).

¿Cómo es que unos cientos de palabras pueden conmover tanto? Me asombra menos que la música me conmueva porque la música es un enorme misterio para mí, está fuera de mi alcance, es una fuerza de la naturaleza, un fenómeno natural que me rodea pero en el que yo no puedo entrar. Como nadar en el mar sin sentirme pez en el agua. Entiendo que tenga tanto poder sobre mí, que me pueda exaltar, armonizar, relajar, euforizar, entristecer, etcétera. Obviamente también me pasan cosas prodigiosas con la literatura: viajar a otros mundos (mundos que nunca podría conocer en persona por lejanos en tiempo o espacio o porque nunca existieron), vivir otras vidas, profundizar sentimientos, expandir mi mente, dejar de ser yo por un rato, etcétera. La diferencia es que no estoy afuera de lenguaje, estoy adentro. El lenguaje, mi idioma, me constituye, soy parte de él, y él de mí. Además, lo saboreo; es posible que esto no le pase a todo el mundo, con los años llegué a pensar que debe de ser algo neurológico —así como hay gente que percibe la música como yo no puedo percibirla (todes les músiques) y gente que solo escucha ruidos, habrá (mucha) gente a la que no le pase lo mismo que a mí con el lenguaje— pero para mí tiene una fuerza material totalmente tangible. Cuando leo algo bien escrito (no digo que me pase con todos los escritores) lo siento en el cuerpo y sobre todo en la boca, casi siento las palabras dentro de mi boca como si pudiera degustarlas. No me pasa cuando hablamos cotidianamente (sería más bien incómodo). Me pasa con algunes escritores que usan la lengua con una maestría que la siento en mi propia lengua, valga el juego de palabras. Y esto me hace acordar lo que dijo Piglia, que les escritores son les uniques artistas que trabajan con un material que es común a todes les seres humanes (Piglia no lo dijo en inclusivo, eso es un aporte mío). Yo diría que les escritores que más me gustan trabajan la lengua (que es de todos) y trabajan la percepción (que todos tenemos pero es individual). Buceando en su percepción consiguen que bucee en la mía. Y así volvemos a Saer y volvemos a Perec, con quién empecé hoy, el encadenamiento de digresiones descubre un orden secreto, y como ya escribí bastantes páginas dejó acá para retomar la vida ordinaria y hacer que esta libreta dure.

19.12.2020


22 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

129

128

127

bottom of page