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Marina Pérez Muraro

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Me di cuenta de qué me tenía tan incómoda la vez anterior: cómo se transparentaba la tinta verde y que la letra me salía horrible. Hay mucho de estética en escribir a mano, por algo me gustan los manuscritos de escritores, por algo me gusta la caligrafía. Ayer me compré varias biromes y marcadores de punta fina, ahora estoy probando uno de los que compré, un fligo liner de punta extra fina color celeste intenso que se transparenta menos que la tinta verde pero aun así se transparenta. Estoy tratando de hacer mejor letra también, escribiendo más despacio, pero le tengo que agarrar la mano (je je, le tengo que agarrar la mano a cómo agarrar con la mano un nuevo instrumento de escritura). Pruebo un par de páginas y, si no me convence, tendré que volver al grafito. Algo interesante es que parece que todo marcha mejor si escribo con la mano "aérea", en el aire, no apoyada en la libreta, y eso produce un efecto interesante (me pasó también al terminar la libreta verde, si me acuerdo bien). No digo que consiga nada interesante en las ideas que atrapo sino en las sensaciones que me produce el no apoyarme como siempre. Pero mientras describía eso ya cambié, ahora apoyé la libreta sobre una banqueta a manera de mesa, ya no en mis piernas ni en el aire; yo estoy sentada en el sillón bajo bajo la tele (el sillón es bajo y está bajo la tele, habría que evitar la repetición de "bajo" pero la dejé a propósito, "¡porque me place!").

Es domingo a la tarde, tengo el tiempo acotado porque en una hora y media salgo a encontrarme con Patricia y su perra en una plaza, a pesar del calor, pero todo sigue organizado por el griego. El día está brillante pero está anunciada una tormenta esta noche y mañana todo el día. Mis aloes se achucharon, espero que sea algo transitorio y recuperen su lozanía, si no voy a pensar que mi jardinería de balcón no les hizo bien. El segundo malvón, descendiente del primero que me regaló mi madre, floreció por primera vez.

Aprovecho el cambio de hoja para cambiar de instrumento de escritura y volver al grafito. Había abandonado el grafito en esta libreta porque me parecía que no se leía bien, pero después de varias pruebas con tinta creo que la tinta es peor. Me faltaría probar con una birome clarita y fina pero lo dejo para otra vez. Ahora que volví al grafito hay varias cosas que me gustan: me gusta más la letra que me sale, me gusta que siento más las irregularidades del papel (pequeñas diferencias de relieve que atravieso mientras trazo líneas, letras) y sobre todo algo hermoso es que volvió el sonido de la escritura; recién ahora que vuelvo a escuchar el sonido del lápiz sobre el papel me doy cuenta de que lo había perdido al escribir con tinta. Me pregunto por qué la tinta no hace este sonido, imagino que sin darme cuenta aprieto más el lápiz sobre el papel que con los bolígrafos (es cierto que intenté apoyar las puntas de las lapiceras lo menos posible para que la tinta se vea lo menos posible del otro lado del papel). Es tan notorio el sonido que incluso lo escucho a pesar del zumbido del aire acondicionado. Me intriga que ahora se escucha tanto y no haberlo escuchado para nada cuando escribía con tinta. ¿Será el sonido del grafito abandonando su solidez para transformarse en algo casi intangible, casi inasible, que ya no puede separarse de su soporte, como son las palabras en el papel? ¿Será una especie de canto del grafito, es su voz la que se hace oír? ¿A qué le canta el grafito, o mejor dicho con qué espíritu: tristeza por perder su cuerpo, alegría por expresar el alma de quien escribe? Canto o murmullo, más bien, susurro de hojas, de copas de árboles movidas por una brisa leve, o murmullo de hormiguitas como las de Laura Devetach que cantan "chimichurri, chimichurri".

Para no colgarme me puse una alarma dentro de 40 minutos. Primera vez que escribo con límite temporal fijado de antemano y a la espera de que una señal sonora me lo indique. Creo que no vivo algo así desde el timbre del recreo en la escuela.

La pregunta que me viene dando vueltas en la cabeza desde hace unos días es ¿qué me causa placer al escribir acá: el acto físico de trazar letras en el papel o el acto mental de juntar palabras con sentido? Así planteada la pregunta podría descartar que sea solamente el acto físico porque si fuera eso podría transcribir, copiar cualquier texto (propio o ajeno) a mano y sentir el mismo placer; y aunque nunca lo intenté, diría que seguro que no me pasaría lo mismo (una prueba seria que por algo nunca lo intenté). Pero el acto físico está hecho uno con el acto mental, no puedo separarlos. En una entrevista muy vieja Saer describió lo que siente escribiendo a mano, dice que si escribe a mano incorpora el instrumento de escritura a su cuerpo, entonces papel, lapicera y cuerpo "forman una especie de esfera donde el cuerpo recibe el útil y lo envuelve como un capullo". Perec, en su "bosquejo sociofisiológico" sobre el acto de leer, menciona "toda una escuela moderna de la crítica" que desde "hace varias décadas” “pone el acento” en esto mismo sobre lo que doy vueltas yo, una y otra vez, en estas libretas. No recuerdo haber leído nada de esa escuela crítica que imagino que analiza a los grandes escritores (o aquellos que valen la pena para esa escuela) en cambio yo lo hago sobre la nada misma, sobre el mismo presente en el cual me encuentro ahora escribiendo. Podría ponerme a caminar y hablar sobre lo que siento al caminar, por ejemplo. Seguro que ya escribieron libros así.

Todo esto que escribí estuvo lleno de mini interrupciones, me levanté para distintas cosas, intercambié frases con quienes me rodean, etc. Además estoy pendiente del timbre para salir a tiempo. Tengo ganas de seguir escribiendo esta noche, cuando vuelva del paseo. Ahora, con luz diurna, el grafito se ve mejor sobre el papel que de noche, y también me pasa que hay un efecto lumínico como si por momentos el papel reflejara la luz, por más que ya no entra luz directa por la ventana. Igual este papel cambiante inunda el mundo de matices en todo momento. También cambia cuánto se hunde por la presión de mi mano en el lápiz, en algunos trazos parece hundirse, en otros, no. Cada hoja apoyada sobre las demás parece de un color uniforme pero si levanto una de ellas y la luz de la ventana pasa por ella se ve un dibujo de líneas, manchas, borrones, residuos, cientos de pequeñeces atrapadas en el papel que lo constituyen. Las zonas del papel sin pequeñeces se ven al trasluz de un color crema muy pálido y las pequeñeces en distintos grados de un marrón anaranjado. Y sonó la alarma así que dejó acá para prepararme para salir a tiempo. Me quedan 8 hojas libres de esta libreta, qué pena.

Continúo a la noche pero no mucho, quiero disfrutar las últimas páginas de esta libreta con luz diurna. Se largó la tormenta anunciada, hay truenos, relámpagos, lluvia torrencial, viento y varios grados menos temperatura. Quería explicar mejor cómo se hunde el papel cuando escribo y también el sonido del papel. El lápiz se mueve sobre el papel y el papel acompaña sus movimientos, por donde pasa el lápiz el papel se hunde levemente la fracción de segundo que tarda el lápiz en pasar por ahí y después recupera su libertad. Me hace acordar al efecto de caminar sobre algo infalible (la "caminata lunar" de mi infancia), algo que siente el peso de mi cuerpo al pasar pero recupera sus posibilidades cuando me muevo. Es mínimo, casi imperceptible, y no es igual en todos lados de las hojas ni en todas las hojas.

El sonido del papel lo descubrí hoy a la tarde, no el del lápiz sobre el papel sino el sonido del papel por sí mismo. Si doy vuelta una hoja sosteniéndola todo el tiempo entre mis dedos (en vez de darle un envión y dejarla caer para el otro lado por sus propios medios) actúa como una lámina que cambia de tensión en el trayecto, como si pasara de cóncava a convexa, y en ese pasaje emite un sonido seco, semejante a un crujido de huesos. Sinceramente no recuerdo si todos los papeles hacen este sonido, me parece que no, cuando lo descubrí me pareció único. También hace un sonido agradable si froto una hoja entre dos dedos, además de ser agradable al tacto frotarlo.

Tiempo atrás dije que no me gustaba describir y hace rato que estoy dele describir cosas materiales pero no lo estoy pasando mal porque no me preocupa si se entiende o no lo que describo, no me importa si mi hipotetique lector/a recrea en su mente aquello que yo intento describir más o menos parecido a lo que quise decir, al contrario, me gustaría que quien me lee imagine un universo propio, un zoológico de insectos que se desprenden del grafito, una sinfonía de sonidos emergiendo de mi libreta, un lápiz moribundo que canta un aria mientras agoniza, lo que sea que a cada cual se le ocurra. Y dejó acá para disfrutar con sol las últimas 5 hojas de mi maravillosa libreta nepalesa. No voy a conseguir otra libreta de papel de lokta hasta que algún maharajá se enamore de mí y me envíe 500 por avión desde Nepal como muestra de su amor. Medio improbable, mejor disfruto esta.

10.1.21


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