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- Marina Pérez Muraro
- 24 ene 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 may 2023
Inauguro mi tercera libreta en el campo, en una quinta a donde me invitaron 5 días en mis vacaciones. Esta noche vuelvo a Buenos Aires. Esta libreta también es artesanal pero argentina (eso supongo), no tiene ningún dato sobre su fabricante; la compré en un centro cultural que también distribuye productos agroecológicos. El papel es reciclado (creo) de un color suave con motas muy pequeñas y también es suave al tacto. La encuadernación es artesanal, parece hecha a mano. La retiración de tapas es de una cartulina verde claro y las tapas, rígidas, están forradas con una tela estampada con flores y hojas casi abstractas negras, amarillas y verdes sobre un fondo blanco. Tiene un elástico negro para mantenerla cerrada y una cinta-señalador también negra. Es bastante gordita (el lomo es grueso), más que las anteriores. Empecé escribiendo con la lapicera escolar Simball pero su tinta traspasaba mucho el papel así que rápidamente me pasé a una Uniball que va mejor excepto porque me está saliendo una letra horrible. Veremos si puedo mejorar. Con lo que me costó despedirme de mi libreta nepalesa, es casi un alivio que esta libreta no sea tan especial (es artesanal pero no es imposible encontrar otra parecida). Me dejó casi traumada la separación. Este papel no es único como el de lokta pero es agradable.
Escribo bajo los árboles, al aire libre. Hace muchísimo calor, ese calor que en la ciudad me obliga a refugiarme en el aire acondicionado. Acá hay una mini pileta, ya me refresqué y ahora por un rato puedo aguantar. Me invitó Silvia, una de las 3 lectoras del blog y también protagonista porque fue quien me regaló el lápiz Pessoa. Hace 4 días que estoy conviviendo con más gente que en ningún otro momento de los últimos 10 meses. Cuando llegué me di cuenta de cómo había perdido entrenamiento el músculo de la socialización, pero por suerte se recuperó pronto. Está bueno ver que se puede compartir muchas cosas con amigues tomando los recaudos que impone el griego.
Este lugar es muy hermoso. La casita es un tambo reciclado, tiene mucho encanto. Y el terreno es muy grande y está rodeado por un campo donde solo se ven caballos, así que la sensación de pampa es muy grande. El aire está muy caliente y pesado y cuando se levanta una brisa, como ahora, tampoco ayuda a refrescar. El dueño de esta quinta es biólogo, botánico, se nota en el cuidado y buen gusto de todo lo plantado. Además de la variedad de árboles, hay canteros con gran variedad de plantas y flores.
Dudé si escribir acá o no en parte porque tocaba inaugurar libreta y sentía ese primer encuentro como una ceremonia privada, algo que requiere más intimidad. También quería aprovechar mis pocos días en el campo y con amigas disfrutando el lugar y la compañía, sin el corte que demanda la escritura. Al final me dije: bueno, empecemos, aunque sea un ratito, a ver qué pasa. En este momento me parece que lo que más me perturba es el calor. Yo con tanto calor dejo de ser persona (y siempre me acuerdo de El extranjero).
Otra cosa fascinante de este lugar es el paisaje sonoro. Además de la bendición de que no haya vecinos cerca y de que, aunque esté sobre una calle, no está muy transitada, se escuchan montones de pájaros diferentes entrelazando sus cantos y eso me gusta mucho. Cuando baja el sol tenemos vista directa al atardecer, vemos el sol dorado poniéndose tras las siluetas negras de los árboles y todo el plano del cielo desde el horizonte hasta arriba de nuestras cabezas es un degradado imperceptible de naranjas, violetas y celestes hasta que aparecen las primeras estrellas. Y otra gran cosa: ¡casi no hay mosquitos! Con un poco menos de calor, es el paraíso.
Y ahora sí dejo para remojarme otro rato.
24.01.21
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