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Marina Pérez Muraro

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Llueve en Buenos Aires y está fresco, una bendición después de días de mucho calor. Llueve espesamente, cae cantidad de agua sin viento ni escándalo, como si no hubiera otra cosa que hacer más que llover, con una determinación meteorológica que parece decir “miren que esto va para largo”. Los ánimos se apaciguan y aceptan la evidente contundencia de la lluvia. Suena como un concierto de canillas. Cada tanto algo de brisa mueve las hojas más altas de los árboles. En mi balcón todas las plantas están quietas.

Hoy es sábado, estoy escribiendo con uno de los lápices nuevos que compré porque se parecen a Pessoa porque son negros por fuera y por dentro pero este tiene mina de color azul. A diferencia de Pessoa no tienen absolutamente nada escrito (ni una marca) y en el extremo opuesto a la punta afilada tienen un coqueto remate plástico semiesférico cual cuenta de collar de juguete cada uno de un color diferente (no necesariamente coincidente con el de la mina, pero en este lápiz sí coincide, es azul). Con este lápiz me está saliendo mejor letra que con la lapicera anterior, lo cual me lleva a pensar que en general me sale mejor letra con lápices que con tinta. Es un misterio para mí por qué varía tanto mi letra. Admiro a las personas con buena letra o con letras personales (a veces no del todo legibles) que mantienen su estilo siempre. Yo, cada vez que me pongo a escribir, no sé con qué letra me voy a encontrar. No es solo cuestión del soporte y del instrumento, yo misma varío mi forma de escritura por cuestiones absolutamente involuntarias y desconocidas para mí misma. Lo que sí sé es que, si empiezo con letra despatarrada, me cuesta mejorarla en esa misma “sentada”; en cambio, si empiezo bien, puede ser que al avanzar mi letra se vaya despatarrando. Quién sabe si a lo largo de estas libretas logre descubrir algo nuevo sobre estos misterios.

Hoy tengo muchas ganas de hacer cosas con colores (dudé si escribir o pintar con lápices) por eso acabo de cambiar de lápiz símil Pessoa por uno que tiene mina celeste. Me cuesta más escribir con este y queda demasiado claro sobre el papel, no se lee bien. Vuelta a cambiar.

Ahora escribo con un lápiz rojo. Es un rojo oscuro tirado un poco al azul, me da la impresión. No deja de ser rojo pero tiene una tonalidad menos naranjosa que otros rojos. ¿O lo veo así porque está muy nublado?

Los colores de los lápices Pessoa que compré son estos y dos lápices negros que no escriben como el auténtico Pessoa, son bien comunes. Ya veo que el verde también es demasiado claro para escribir acá.

¡Por fin un trueno! Llueve más fuerte ahora y se levantó algo más de viento, alguna ráfaga me trajo aire húmedo hasta mi piel aunque estoy a un metro del ventanal del balcón, por lo tanto a dos metros aproximadamente del exterior.

Cambié ahora al naranja por probar un poco todos. El cielo está blanco o gris tiza y la lluvia cae a raudales, palabra que solo uso para la lluvia y me da ganas de decir que la lluvia cae a caudales (suena más lindo porque repite cae-cau y los caudales me hacen pensar en las fortunas como la de Rico McPato; sería una lluvia cuantiosa como todas esas monedas cayendo sobre nuestras cabezas).

Ahora un poquito de verde aunque ya sé que es muy claro. Cobró intensidad la lluvia, ahora se hace notar con énfasis. No le bastó su advertencia de que pensaba durar todo el día, quiso intensidad además de duración. Fervor además de extensión (me pasé al azul again). Ya pasamos de lluvia a tormenta. Años atrás pensé algo interesante sobre la intensidad emocional y la serenidad. La intensidad me suena tensa y la serenidad, distendida. Lo intenso y lo extenso. En mi juventud busqué intensidad y con los años preferí la serenidad.

Esta lluvia captura mi atención, me llama a mirarla. Cuántas veces vi llover sin que me canse el espectáculo. Unos pájaros (creo que eran seis) pasaron volando bajo la lluvia, habrán hecho como las personas sorprendidas por la lluvia en la calle, cuando se refugian en alguna entrada para cobrar coraje y animarse a cruzar la calle corriendo bajo el agua hasta el próximo refugio que encuentren.

Volviendo a la escritura (y al rojo) esta libreta tiene un inconveniente que no tenían las anteriores: como el lomo es más gordo y bien rígido, cuando escribo (como ahora que recién la empiezo) en las carillas de la izquierda, el desnivel me resulta incómodo. A medida que avance, cuando la cantidad de hojas escritas se acerque a la cantidad de hojas vírgenes, supongo que esta incomodidad desaparecerá para reaparecer del lado derecho cuando las hojas escritas superen en mucho a las no escritas. De momento, para aliviar esta incomodidad, puse un libro con un lomo semejante bajo el lado izquierdo (el primero que manoteé de la biblioteca a mi espalda fue Otras inquisiciones de Borges). (Recién hubo un trueno largo como de vecinos corriendo muebles).

Me paso al negro ahora, con uno estos lápices símil Pessoa pero no de color. Y cambió la letra, o sea que el material de la mina influye en mi mano.

El grosor del lomo no solo se hace notar en el lado de las hojas ya escritas, también influye en el lado de las hojas por escribir (es decir, por ahora el que tiene más) porque cuando llego al último tercio del papel mi mano queda medio en el aire, no tiene ya espacio en la libreta que le sirva de apoyo. Tendría que aprender a escribir sin apoyar la mano en nada, recuperar la mano aérea que me salió alguna vez espontáneamente. Con esta frase acabo de empezar una hoja del lado derecho, el gordo, voy a intentar escribir con mano aérea y ver qué pasa cuando llegue al borde inferior.

Ahora la lluvia bajó el tono, se parece a cómo estaba cuando empecé a escribir. Vi de nuevo un grupo de pájaros volando, no sé si eran los mismos de antes u otros.

Ayer estuve jugando con colores, por eso me quedaron las ganas de seguir jugando. Pinté una cartera/bolsa de tela que compré blanca a propósito con la idea de pintarle algo. No conseguí el efecto que quería, pero igual me gusta cómo quedó. Fue raro pintar sobre una tela tan gruesa, la trama se imponía. Me pregunté cómo sería pintar sobre un lienzo. Y acá estoy en el borde inferior y con el cambió de posición me fue mejor. Veo que con esta libreta tendré que tener en cuenta varios factores materiales durante la escritura (superficie de apoyo, posición de mi cuerpo en general y de mi mano en especial, etc.).

El cielo vuelve a correr muebles. Recuerdo que en mi infancia decíamos que los truenos eran los ángeles jugando a la pelota y la lluvia los ángeles haciendo pis (como es pis de ángeles, es agua bendita). Esto en una familia atea y sin educación religiosa, o sea que esos ángeles eran unos personajes simpáticos que vivían entre las nubes y hacían travesuras, tan reales como las hadas, los duendes, los Reyes Magos y los dragones.

Mi vecino repite una frase ininteligible a un ritmo regular. Rubén dedujo que es un mantra y está meditando. Podría ser. Se incorpora al paisaje sonoro de truenos y lluvia.

Voy a dejar acá. Todavía tengo que pasar al blog la entrada anterior, dejo para que no se me acumule demasiada tarea.

30.01.21



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