Autoencuentro: libreta, lapicera y mano. El fin de semana pasado falté a la cita, esta imposible faltar o mi salud emocional se verá más afectada de lo que ya lo está. Aquí estoy, domingo al mediodía según la posición de la Tierra en su rotación pero la mañana todavía para mí: recién desayuné. Otra vez con el apoyo de Borges, esta vez agarré mi ejemplar de Ficciones, otro volumen de la colección de Emecé, impreso en 1988, con mi firma de posesión de 1989, con un papel amarillento por los años y la tipografía antigua de antes de diagramar libros con computadora, y con las tapas forradas con un por entonces típico papel de regalo usado en las librerías con un dibujo de flores de lis marrones intercaladas ordenadamente. La lapicera es la de madera, con su tinta todavía más verde que azul. Hay mucho sol, tanto que solo abrí un paño de las cortinas para sentir menos calor. Estuvo haciendo bastante calor estos días y no tengo ganas de bochorno. Hay una brisa agradable que entra por la ventana y del otro lado está el ventilador de pie aportando lo suyo. Rubén se levantó al mismo tiempo que yo, tomamos unos mates juntos y ahora lo escucho trajinando en la cocina. Manuel todavía duerme (supongo). Tengo una leve molestia en la cabeza, en los hombros, en la cintura y en los intestinos. Y en la vista y en la mano que escribe. Pero nada grave ni muy notorio. Ayer hice una hora de yoga, no había podido hacer en toda la semana por exceso de trabajo y me hizo muy bien hacer ayer, estaba hecha un nudo. Hoy sentí esa necesidad apremiante con la escritura.
Anoche antes de irme a dormir leí una nota sobre el valor del silencio para las personas; empezaba hablando de la contaminación sonora en las ciudades y la vida moderna (Rubén me alcanzó un mate), cómo antes se valoraba el silencio como la posibilidad de encontrar la palabra propia y cómo la vida actual huye del silencio, y terminaba con la posibilidad de buscar el silencio interior para posibilitar ese encuentro. Cuando la leí pensé que eso busco escribiendo acá; no exactamente silencio como cualidad sonora sino un corte con el flujo cotidiano, un apartarme de la dinámica diaria de deberes y obligaciones para adentrarme en un espacio-momento íntimo que no tiene más reglas que las que yo decida. (Rubén está a dos metros de mí, en el balcón, de pie, tomando sol en la cara y el torso).
Después de leer este artículo me fui a dormir y en algun momento de la noche tuve un sueño muy largo y complejo, con varias situaciones diferentes encadenadas, muchos personajes y escenarios, también con muchas sensaciones. Cuando me desperté pensé un rato en el sueño tratando de recordar lo más posible y despues recordé algo que me pasó esta semana y el motivo de la reunión que tendremos hoy a la tarde con mis xadres y hermanes. Lo que me pasó esta semana fue que un trámite enormemente sencillo pero enormemente significativo me trajo recuerdos de mi juventud, y mágicamente recordé con todo mi ser, es decir volví a vivenciar, la sensación de tener 20 años y tener la vida por delante, la sensación de tener tiempo y poder derrocharlo, poder explorar muchos caminos, adentrarme en uno y poder desandarlo si ya no me interesaba: una sensación que dejé de sentir hace décadas, más bien ahora lo que siento es que los pasos que ya di fueron estrechando los senderos posibles y que ya no tengo tiempo para explorar un terreno absolutamente virgen, a lo sumo puedo profundizar más o menos entre las distintas sendas que ya transito (cuando pienso en esto sobre todo hablo de mi vida laboral, pero lo laboral determina un montón de cosas de la vida diaria que, como sabemos gracias a Laura Wittner, es la única que hay). Recordar esta sensación de la juventud me ayudó a cambiar mi perspectiva hacia Manuel. Tuvimos varias charlas importantes esta semana y cambié de posición sobre sus próximos meses y estudios. La conversación de esta tarde con mi familia también tiene que ver con un trámite (otro diferente), un trámite que lleva a pensar proyectos posibles de vida porque si no para qué tomarse el trabajo de hacerlo (el sol ya dejó de dar en el balcón, hay luz diurna, fuerte y brillante, pero ya no rayos de sol así que me voy a levantar para correr los otros dos tramos del cortinado) (ahora tengo el triple de ventana, y cielo y luz a mi derecha). Este trámite también me trae recuerdos de mi pasado porque décadas atrás intenté hacerlo, puse mucha energía y no salió, y ahora que hay una nueva oportunidad ya no me interesa, no tengo ganas de dedicarle tiempo, energía y dinero. Es curioso como uno/s trámite/s pueden revolver el arcón de los recuerdos, siento como si algo hubiera metido la mano en la sopa y hubiera traído a la superficie lo que estaba en el fondo, olvidado por los años, desactivado. Las sensaciones del pasado no pueden volver a activarse y funcionar en el presente, son como reliquias que puedo percibir pero ya no tienen la potencia de producir algo en mi momento actual. Bueno, me corrijo: no pueden funcionar en mí misma, pero pudieron modificarme en relación a Manuel, y eso es algo de mi presente.
Voy a seguir usando la palabra reliquia porque por algunas cosas me parece acertada: estas sensaciones de dos o tres décadas atrás vuelven a mi presente desprendidas de su contexto vital, fragmentarias, inamovibles, y con una carga simbólica o emocional importante. Irrumpen en mi presente como restos arqueológicos desenterrados de estratos profundos ya no conectados con el fluir cotidiano de mi vida y los contemplo con asombro, los reconozco parte de mí pero no puedo ver a simple vista cuándo y cómo evolucionamos y dejamos de ser lo mismo. (Está difícil decir lo que quiero). En cierto sentido también me asombra que el presente, mi sistema vibratorio actual, haya invadido tan totalmente el panorama, pero me pregunto cómo sería convivir al mismo tiempo con las percepciones del presente y las del pasado, creo que sería contraproducente (a veces me pregunto si algo así le pasa Rubén, en quien el pasado parece estar tan vivo).
Digamos que estoy atravesando un revoltijo emocional provocado por estos "trámites" y favorecido por el griego omnipresente que extiende su permanencia e instala un sistema de presencias y ausencias complejo y desgastante. Surge la tentación de calificar al revoltijo: ¿es bueno o malo? ¿lindo o feo? A veces me gustaría que no existieran estos adjetivos, que viviéramos en un mundo sin valoraciones, donde solo pudiéramos decir de las cosas lo que provoca en nosotros. Tal vez eso sean los adjetivos, una forma abreviada, por ejemplo decir "es bueno" tal vez solo es una forma abreviada decir "a mí me hace bien" (en este momento, quién sabe después), pero nos olvidamos de esto, lo tomamos como una cualidad de lo calificado y nos vemos obligados a actuar en consecuencia. ¿Cómo sería vivir en un mundo donde el lenguaje solo permita describir lo que nos pasa, sin calificar lo exterior? Necesitaría la ayuda de la tía Úrsula para imaginar un mundo así. Ella que puedo imaginar un mundo sin posesión ni material ni afectiva y un mundo con un solo sexo biológico, seguro podría imaginar un mundo sin calificativos. Y la novela estaría escrita así, en una revolución del lenguaje tal vez semejante a la que hizo Wittig con los pronombres en francés (de Wittig leí unos textos teóricos que me partieron la cabeza como un hachazo, me encantaría saber tanto francés como para leer sus obras literarias en el original). Algo así me contó Mónica (también hace décadas) que hacen en los grupos de autoayuda a los que ella iba: no hablar del otro sino de lo que a uno le pasaba con lo que el otro decía. Imaginemos llevar está sana costumbre más allá de las relaciones interpersonales, imaginemos que fuera lo único posible para el lenguaje humano. Sospecho que cambiaría radicalmente la forma de la opinión pública, la forma de hacer la guerra (¿me fui al carajo?). Lástima que no basta con abolir los adjetivos para asegurar la paz mundial, si no, ya estaría promoviendo la revolución lingüística.
La tinta se fue azulando levemente, el tiempo pasa, hoy también debería laburar un rato antes de salir, ya tengo dos entradas (con esta) sin pasar a la wix, en fin, se va terminando este momento, voy dejando, qué pena, será hasta la semana que viene, espero (no más, plis).
Último día de febrero. Ayer saludé a una amiga que cumple años y vive en España y me impresionó ver que hace un año todavía no sabía que se instalaría el griego en todo el mundo. En 3 semanas cumplimos un año juntes.
28.02.21
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