Domingo. Nublado. Hoy escribo con lápiz, un lápiz rojo y negro facetado Staedtler 4B, imagino que voy a tener que sacarle punta seguido, pero me gustan estos lápices blandos. Hace casi un mes que empezó el otoño pero parece primavera. Estuve de muy buen humor por cuestiones familiares, más que nada, a pesar de que está todo mal por la pandemia, y traté de preservar mi buen humor como una bendición inesperada que nunca se sabe cuánto puede durar. Como dice Saer en Las nubes, en esa frase que tanto me gusta: "la nueva edad de oro no será un premio o una conquista, sino un don injustificado del destino y advendrá, no porque los hombres se la hayan ganado, sino porque las Parcas, un día cualquiera, por puro capricho, dirán que si". (Saqué el libro del estante a mis espaldas para buscar la frase y lo encontré tan anotado por mí misma en alguna vida pasada que me dio ganas de leerlo para reencontrar mi lectura de entonces. Una buena forma de volver al papel y dejar de leer en pantallas por unos días.)
Interrumpí para hablar por teléfono y una interrupción se encadenó con otra. Retomo ahora pero todo cambió: sigue siendo domingo pero yo no hay luz solar, el cielo está azul francia oscuro, un par de pasos antes del negro, se fueron las nubes (el libro de Saer, no, sigue al lado mío, se fueron las del cielo); cambié de ubicación para estar más cerca de la luz del velador, hay gente en el jardín y escuchó sus voces, y mis cohabitantes están despiertos moviéndose por el departamento. El hilo que se había empezado a formar antes de interrumpir se disolvió y estoy como si empezara de cero. Me gusta escribir con lápices blandos, más que con los duros. Resulta incómodo que el tamaño ideal de la punta no dura mucho, pero prefiero sacar punta seguido a usar minas más duras. (El cielo ya está negro y mis vecinos juegan a las escondidas). Todavía me falta para llegar a la mitad de la libreta, pero por cómo es el lomo, las dos partes, vacía y escrita, ya quedan bastante equilibradas. Escribo apoyando la libreta sobre un libro tamaño A4 de tapas duras apoyando a su vez sobre mis piernas cruzadas. Anoche vi otra película de Wes Anderson (The Darjeeling Limited) que no me gustó tanto como la que mencioné la vez pasada (Moonrise Kingdom) pero tiene una escena que me emocionó mucho: cuando los tres hermanos encuentran a su madre y le hacen un montón de preguntas, ella les dice: "tal vez sería mejor si intentamos comunicarnos sin palabras. ¿Lo intentamos?". La intensidad de la mirada de Anjelica Huston me hizo acordar a Marina Abramović y su performance cara a cara con su público, uno por uno. Me emocionó esa escena, poder conectar por la mirada, sin palabras, tal vez más ahora por el año y pico de distancia social y barbijos y porque otra vez estamos confinades, paradójicamente con menos restricciones de movilidad que hace un año pero con más casos y contagios que en el peor momento del año pasado. Por otro lado lo de "sin palabras" conecta con que estoy intentando meditar un ratito todas las noches antes de dormir, otra búsqueda por fuera de lo discursivo, y hay algo emparentado que busco acá pero sí usando palabras. Uh, siento que me enredé; bueno, no que me enredé yo, sino que no logro ser clara. Es evidente que acá uso palabras; es más, me interesa ser clara. (Rubén canta el Twist del Mono Liso en la cocina, tal vez esté por comer una naranja). Vendría a ser algo así: cuando escribo acá tal como escribo, con las pautas que me propuse, en el fondo estoy buscando conectar con (o acceder) a un estado / aspecto / área de la mente que no es la que prevalece en la vida cotidiana. En esto, se parece a meditar, pero la meditación promueve dejar ir los pensamientos, las ideas, el lenguaje humano, y acá intento acceder usando el lenguaje. (Me interrumpió el lenguaje humano de mis vecinos, otra vez los niños aulladores. Me puse música con auriculares para no escucharlos tanto. Tantas interrupciones me alejan de adonde quiero llegar).
Está claro que meditar no me deja igual que escribir acá, no llego a lo mismo. Pero meditando, escribiendo acá, haciendo yoga, me aparto de la cadena de actividades y deberes (ja, pensé "cadena" como conjunto de cosas entrelazadas, pero una cadena encadena y se parece a condena). Hay un montón de cosas que sirven para apartarse del flujo cotidiano, el mundo está lleno de entretenimientos, pero con muchos de ellos siento que algo ajeno a mí se mete adentro mío y cuando se retira, a veces me deja mejor, y a veces me deja igual o peor. Meditar, escribir como me propongo escribir acá, empieza con un vacío, con una pretensión de vacío al menos, con un temor al vacío también, y con una intuición: necesito este vacío para que aparezca algo, para pasar más allá, a otro estado o terreno, para que haya creación y algo crezca. Por eso lo que hago acá es tan huidizo, como una nube que cambia de forma y sustancia, parece que se va a formar y rápidamente se deshace, escribo sobre nada, sobre la nada, desde la nada, a través de la nada, y no sé bien qué queda. Me parece que estuve injusta la vez pasada cuando escribí que no entiendo al escritor que sufre porque para mí la escritura es placer, porque no estoy intentando lo que tantes escritores pretenden al escribir, mi búsqueda es otra, y si bien recuerdo que cuando traté de escribir con formas ya establecidas también hubo mucho goce, es injusto que opine sobre qué sienten otres.
En fin. Ahora me recosté contra el almohadón a mis espaldas, levanté las rodillas, el libro está medio en el aire, un extremo en mi panza y el otro cerca de las rodillas, y la libreta inclinada sobre el libro, casi vertical, se sostiene sin deslizarse gracias a mi mano izquierda mientras escribo con la derecha. Creo que nunca escribí en estas libretas en esta posición.
Percibir algo hermoso nos expande. Pasa con el arte, con la naturaleza, con la humanidad en su mejor expresión. Conmueve y ensancha, beatifica, transforma. Todas estas experiencias las celebro y abrazo. En cambio, muchas otras veces dediqué tiempo a experiencias que solo me aportaron pasar el rato entretenida. Con la avaricia de tiempo que vivo ahora, quisiera poder saber de antemano si voy a ver algo que me va a engrandecer o que me va a dejar ni fu ni fa. Lo mismo con la lectura, la música o lo que sea. Y no es así la vida, imposible saber de antemano.
En el fondo, mucho o todo de esto debe de tener que ver con que soy introvertida (en el sentido junguiano), por eso lo que viene "de afuera" muchas veces lo percibo amenazante y necesito cerrar compuertas para armonizarme. Trato de imaginar cómo percibe el mundo un extravertido (en el sentido junguiano). Esa gente que impone sus ideas en el afuera, ¿cómo hace? Debe de ser que se perciben tanto a sí mismas que les resulta natural proyectar su ser en el universo. Yo, en cambio, tengo que buscar estos artilugios y darme estos momentos de reencuentro porque si no mi yo desaparece. Es curioso, cuando leí a Jung pensé que une introvertide se percibe más a sí misme que une extravertide, pero ahora se me ocurrió que no, que une extravertide se percibe tanto a sí misme que el entorno se borronea, por eso logran imponer sus ideas; en cambio, yo, si no me tomo el laburito de recordarme que existo, soy puro entorno.
Como esta última frase es una exageración, pero ademas de exagerar usa palabras comunes en una forma novedosa (para mí, yo nunca dije esto antes), siento que hice literatura y puedo dejar acá por hoy, suficiente para este domingo, no hace falta más, dejemos antes de que estirar la cosa se vuelva en contra.
18.04. 2021
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