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Marina Pérez Muraro

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Domingo. Mayo ya. La semana pasada no escribí pero jugué con colores, con lanas de colores, me hice unas vinchas y cintas para el pelo que resultaron ideales, exactamente lo que quiero (algo que me saque los pelos de la cara, haga que no se paren tanto pero los deje libres y que no me apriete el cuero cabelludo. La elasticidad de la lana es ideal, aunque un poco me pica).

Como ayer, sábado, fue primero de mayo, hice honor al día y no trabajé, pero para compensar pensaba trabajar hoy (lo cual es una trampa, porque si me tomo el día del trabajo a cambio de laburar otro día, ¿qué negocio es ese?). Pero algo pasó: por fin encontré en la web el libro de Elizabeth Gilbert (mi amiga de la charla TED que tanto amo sobre el genio de la inspiración), el libro del que habla en sus charlas (Eat, pray, love; Come, reza, ama), lo empecé a leer por curiosidad y me atrapó. Me lo leí en el fin de semana, en dos o tres atracones de lectura. Lo terminé hoy en la cama antes de levantarme y me dejó en un estado de serenidad tan pleno que no quería ni necesitaba hacer más nada (con lo cual se complica mi plan de trabajar hoy). Incluso pensé tampoco escribir acá, para que nada interrumpa este estado, pero después me dio ganas y acá estoy. Ubiqué el silloncito frente al ventanal del balcón (porque no entra en el balcón, si no, lo metería ahí) y estoy lo más cerca posible de mi jardín colgante. Sigue primaveral el tiempo aunque se nota que anochece muy pronto. Estamos en el peor momento de la pandemia hasta hora pero no quiero hablar de eso. Ah, otra cosa que hice estos días fue releer Las nubes de Saer también en dos o tres días (es corto), ¡qué placer leer a Saer! ¡Es sublime! Así que leí dos libros después de mucho tiempo de básicamente leer notas periodísticas o artículos de filosofía por trabajo.

Hace dos o tres días Manuel me abrazó emocionado por una historia de un juego de plataformas que se llama Celeste y trata de una chica que quiere escalar la Montaña Celeste, algo muy difícil, para lo cual tiene que vencer "sus demonios internos" y cuando lo consigue ve que superarlos es aceptarlos. Me dio ganas de acercarle algo que hubiera leído yo más o menos a su edad y me hubiera ayudado a mí de esa manera. Lo único que se me ocurrió (pensando también que no fuera muy largo) fue Un mago de Terramar de Úrsula K. Le Guin. Se lo mostré pero no le interesó. Y después pensé ¿por qué creo que es mejor experimentar algo así a través de la literatura que a través de una película o un videojuego? Al fin y al cabo, lo que conmueve es el relato. Relatos existen desde que existe el género humano (o antes, ¿que sabemos?). Cambiaron de forma, de medio, de soporte, pero nos sigue conmoviendo lo mismo (como diría Campbell, el monomito). Si a Manuel lo conmueve así un videojuego, ok. Lo que lo está conmoviendo es el monomito de Madeline escalando la Montaña Celeste y enfrentando los demonios de su mente. Y a mí el monomito de Elizabeth Gilbert me conmovió hasta las lágrimas y me dejó en un estado muy fecundo, como si la marea de mi mente se hubiera replegado dejando al descubierto una inmensa playa colmada de aire, luz y vibración. Que quietud. Una quietud activa, pero no en movimientos sino en conciencia, conexión. Me acuerdo que hace muchos años, experimentando esto mismo pero con más intensidad, dije "cuando se acaba el HACER aparece el SER". Si se desconecta el mecanismo por el cual me reconozco en lo que hago, puedo sentir que soy, incluso aunque no haga nada.

Hoy cuando terminé de leer a Gilbert, todavía en la cama, lo primero que vi fueron mis marionetas javanesas colgadas de la pared sobre mi cama. El libro de Gilbert termina en Bali (después de pasar por Italia y la India) y no sé si hay marionetas así en Bali, pero me pareció que mi querida princesa impertérrita, con su sonrisa enigmática, y su acompañante el demonio-soldado rojo, representan bien los aspectos de la mente que describe Elizabeth: los demonios monstruosos que te pueden destrozar y la magnanimidad mística que te puede salvar de todo. Pensé prestarle a Manuel el libro de Campbell pero ¿no será demasiado? Todavía no tiene ni 20 años. Yo me encontré a estos buenos guías (Campbell, Jung) después de atravesar mi propio infierno (también un divorcio, como Elizabeth, recuerdo que entonces me pareció una experiencia metafísica muy recomendable). Elizabeth también encuentra su guía espiritual cuando está en crisis. Antes de que se desencadene la crisis, ¿los guías sirven para algo?

Se levantó Rubén y está haciendo mate, la pava canta. Vuelan pájaros sobre el cielo celeste, sin ni una nube. Sigo serena, sentida, silenciosa.

2.05.2021



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