Esta noche, volviendo a casa del trabajo, me distraje y en vez de doblar donde siempre doblo, seguí de largo. De golpe no reconocí las casas y no supe dónde estaba. Cuando reconocí el lugar, en vez de retomar el camino diario, seguí un trayecto semejante pero con algunas cuadras de diferencia (siempre hago el mismo camino porque es la opción más corta). De golpe, la noche me pareció hermosa. Ayer y hasta hoy al mediodía hizo mucho calor, estaba muy pesado. Después del mediodía se empezó a nublar, se levantó viento frío, llovió y refrescó. A la noche ya no llovía, estaba fresco pero no tenía frío, había un viento suave y los nubarrones se iban yendo. Sentí el placer de caminar a la noche y de golpe mi caminata dejó de ser desplazamiento y se convirtió en paseo. Recordé la sensación de pasear de noche por una ciudad desconocida, la alegría excitada de tener todo por descubrir. Recordé lo que escribí hace poco sobre ya no encontrarle la gracia a viajar y pensé que me había equivocado; deseé estar en un lugar nuevo con tiempo para recorrerlo y asombrarme. Y entonces me di cuenta de que la gracia no está en recorrer un lugar desconocido sino en salir de la rutina. Me imaginé haciendo diferentes caminos cada noche, o paseando por la infinidad de barrios y calles que desconozco de Buenos Aires con el mismo ánimo despreocupado y abierto. Funcionaría, estoy segura. Solo con salir de la rutina, todo vibra de otra manera. Pero no me hice promesas irrealizables.
Llegué a casa, cenamos y me senté en el silloncito a escribir esto. Los nubarrones se marchan a buen ritmo y puedo ver la luna llena, brillante, alta y serena, casi en la línea de mi vista (un poco a la derecha y hacia arriba). Ayer me enteré de que se aleja casi 4 centímetros por año de nosotros. A este ritmo, ¿en algún momento ya no la atraeremos más y saldrá boyando por el espacio como bola sin manija? ¿Ella también libre de rutina, recorriendo nuevos caminos con espíritu juvenil? ¿Siglos atrás nuestros antepasados la veían mucho más grande? Por momentos los nubarrones la tapan. Gracias a su luz, a que ella está ahí, me doy cuenta de cuán rápido viajan los nubarrones. Y gracias a los nubarrones, a veces la veo y a veces, no. Me acordé de “Adivina adivinador” de María Elena Walsh y quise escuchar la canción de nuevo. Y ahora ya está, irrumpe la cotidianidad, la vida doméstica, los nubarrones tapan a la luna por completo y este breve lapso de good vibrations se va apagando (pero por suerte logré registrarlo).
22.10.2021
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