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Marina Pérez Muraro

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Calor, frío, calor, frío, calor, frío  = me agarré un resfrío de padre y señor mío. Hace cinco días que destrozo pañuelos de papel con mis secreciones. Hacía mucho que no pasaba por esto. Pensé que no iba a escribir este fin de semana por el malestar pero recién agarré la libreta para ver qué onda, releí las dos últimas anotaciones (que todavía no pasé en limpio) y me dio ganas de escribir. Le puse un cartucho nuevo a la lapicera de madera y acá estoy (la tinta todavía no sale bien, me parece que tantos días sin uso le hizo mal a la lapicera). Es domingo, esta anocheciendo, afuera apenas queda un leve reflejo anterior a la penumbra y adentro hay una luz diferente porque Rubén cambió la lamparita por una de más intensidad pero fría. Ahora encendió un velador, se parece un poco más a como era antes. Más vale que mi lapicera se ponga las pilas y empiece a escribir mejor porque me molesta que las letras queden cortajeadas por falta de tinta. Justo cuando escribí esta frase, mejoró. Lo que me gusta es que volvió el sonido de la pluma sobre el papel, un garabateo sonoro como susurro de hormigas. Chimichurri  chimichurri chimichurri dice la hormiga que canta de Devetach. El fin de semana pasado no escribí. El sábado fui a ver Río Turbio de Tatiana Mazu en la sala Leopoldo Lugones invitada por Inés, la madre de Tati. Alucinante la película; muy raro volver al centro y meterme en un cine por primera vez desde la pandemia, y muy emocionante volver a la sala Lugones donde vi tantas películas maravillosas en mi juventud. Coleccionaba los programas de la Lugones, me encantaba la información concisa que traían y el diseño sobrio; en algún lugar todavía debo de tener alguno guardado. Como el sábado hice sociales, el domingo trabajé, y a las 12 de la noche empezamos los festejos por el cumple de Manuel (cumplió 20 el lunes) que terminaron hoy con almuerzo familiar con abuelos y primos. Di vuelta la página, literalmente, y ahora, ¿qué? Ya basta de registrar acontecimientos. Ahora acá estoy, en silencio, con mi lapicera y mi libreta. Me gusta el sonido que hace y me gusta la letra que me sale excepto cuando se traba la tinta (por lo general, en las t). Me fui acostumbrando al movimiento de la libreta casi sin darle bola (la mejor forma de acostumbrarse a algo es ignorándolo). Ayer leí lo del libro blanco que van a publicar sin nada en la tapa  (salvo el logotipo editorial) , sin título y sin nombre de autor/a y me dio ganas de leerlo por acercarme así a un texto, sin paratextos, sin ideas previas ni preconceptos. No me da para comprarlo y supongo que va a durar poco el efecto, pronto se conocerá el/la autor/a y se hablará del contenido. Pero sería genial que la movida durara mucho, que se pudiera ver qué pasa con un texto desnudo. Volvemos a Menard y El Quijote, ¿leemos igual un texto si suponemos que su autor es antiguo o contemporáneo? ¿Hombre o mujer u otra identidad de género? Como el premio que le dieron a una autora española y resultó ser el pseudónimo de ¡3! hombres que escribían en equipo. Yo sé que leo diferente según qué sé sobre la autoría de un texto. Creo que es parte de esa lectura técnica de la que hablaba Piglia, leo pensando ¿cómo hicieron? ¿por qué esto o lo otro? En fin. No estoy muy lúcida hoy, el resfrío sigue molestando, y Rubén ya pasó varias veces por acá haciendo comentarios. La lapicera se retobó en la cara anterior, ahora por fin parece que fluye como me gusta. Tengo ganas de escribir, tengo ganas del acto manual de desplazar la lapicera sobre el papel y ver aparecer trazos azules, y tengo ganas del acto intelectual y espiritual de hacer aparecer algo que antes no estaba o no era visible, traer a la luz algo que antes de empezar ni puedo imaginar, algo que parece no existir, no ser, no necesitar vivir, algo prescindible, secundario, accesorio, inesencial, minúsculo, ni piedra del camino, guijarro humilde (como tú) que a veces empieza a crecer enredado entre los trazos azules, como musguito en la piedra se va enredán-doenredandó y va brotán-dobrotandó, asomándose entre las letras, saltando entre las palabras como un duende juguetón que nadie invitó pero se apesona para hacer travesuras y decir lo que se le ocurre. Ahora por ejemplo, todo esto salió de la nada, al revés de lo que sentí muchas veces, que me pongo a escribir con la esperanza de invocar a las musas, ahora salió decir que a la divinidad que aparece nadie la invitó. ¿En qué quedamos? En nada, en escribir porque sí, música vana, cuántas referencias intertextuales me están saliendo hoy, trato de que se note que son citas en medio del texto, ¿se nota? Laura Devetach, Borges, León Felipe, Violeta Parra, Conrado Nalé Roxlo: estamos todes hoy. Allá lejos Rubén puso fuerte una versión de "I’m looking through you" que no sé de quién es (no son los Beatles). Está buena. Paré para escuchar la versión de Paco Ibáñez de “Como tú”, el poema de León Felipe, la versión que escuchaba de chica, porque mis viejos tenían el disco de Paco Ibáñez en vinilo (la única forma de tener música en casa cuando yo era chica; ahora busco el tema en YouTube en mi celular y al toque aparece). Qué belleza. Qué hermoso que las piedras también sean cantos. “Canto rodado” es hermoso.  Por un hechizo, cuando se pone a cantar salen cantos rodados de su garganta o brotan mágicamente en el suelo (que salgan de la garganta suena doloroso y peligroso, mejor brotan del suelo). (De la garganta es como un cuento de Perrault donde salen flores y sapos, creo.) Brotan cantos rodados donde antes no los había (llegué al centro del cuadernillo). Interrumpí abruptamente para hacer la cena. Me parece que no vale la pena que retome hoy porque no doy pie con bola. Volviendo a lo anterior, leo diferente a León Felipe y su poema si pienso que fue antifranquista y republicano. No sería igual mi lectura si no lo relacionara con ese momento político. Así, crece como un monumento.  7.11.2021


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