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- Marina Pérez Muraro
- 19 dic 2021
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 21 may 2023
Volví cual hija pródiga. Tengo la sensación de que no escribo hace un mes o más (solo el puchito inconcluso anterior que no sé si pasar en limpio o desechar). No es sensación, es real. En este tiempo jamás dudé de la continuidad, nunca me planteé no seguir ni dudé de mí misma; sin embargo no tuve cuándo escribir. Hoy llegué atragantada, al borde del desborde por mi ausencia, deseando este momento, sabiendo que era primordial, lo más importante que todo (incluso que yoga, porque yoga pude hacer estos días —aunque no con el mismo ritmo—). Al mismo tiempo tantos días sin escribir acá también me condicionaban negativamente, algo se había desconectado. Lo importante es arrancar, ya lo dijeron tantos escritores que hablaron de “la página en blanco": lo importante es arrancar el motor, encender la mecha, light my fire, allá vamos. Anoche escribiendo en mis cuadernos íntimos me pasó lo mismo que acá, quería seguir escribiendo por el acto en sí, el gesto me hacia bien. Salieron unas frases dignas de estar acá, es lo que digo siempre. Hoy voy a necesitar más tiempo entre el encendido y pasar a 2ª o 3ª, me parece, sigo y seguiré en 1ª unas cuántas páginas más. Creo. Quién sabe. Escribo con uno de esos marcadores de punta fina que fluyen muy bien sobre el papel, este es el de tinta celeste y por ahora me gusta la letra que me sale. Trato de no apoyar toda mi mano sino un punto mínimo (me salió “el mayor punto mínimo posible”, una frase contradictoria que no sé si se entiende; creo que no; y suena interesante: “El mayor punto mínimo", casi un título. Años atrás coleccioné títulos de obras que nunca escribí, aparecían los títulos pero no las obras. Una pena. Hice librobjetos con ellos para no desperdiciarlos ). Creo que si no apoyo bien la mano, la letra sale peor. Es domingo, soleado, acá adentro de casa la temperatura es agradable, entra una brisa amigable. Estuvo muy ventoso últimamente, inusualmente ventoso para Buenos Aires. Todavía hay sol en la mitad del balcón; la mitad del verde resplandece y la otra mitad está a la sombra. Tengo un mate al lado mío que tomo cada tanto, otro amigo verde. Y tengo puesto el vestido verde que adopté como batón de entrecasa, ya me acostumbré tanto a usarlo así que cuando me lo pongo siento que está todo bien, como si fuera sinónimo de relax (cosa que no es real porque lo uso de entrecasa pero también cuando hago teletrabajo). Ayer compramos un par de cosas para la casa y las elegimos de color verde, un verde claro y brillante que le gustaba mucho a Manuel cuando era chico. Cuando nació, por casualidad, lo rodearon muchas cosas naranjas; cuando él fue más grande dijo que su color preferido era el verde y aparecieron muchas cosas verdes en su vida. Ahora hace mucho que no habla de colores. En los días pasados hubo un par de cosas de la vida de Manuel que se reactivaron, como si el largo paréntesis pandémico estuviera llegando a su fin, por fin. Es un enorme alivio. Y ahora interrumpo para saludar a Rubén que recién se levanta y para colgar la ropa porque terminó el lavarropas. Volví. Colgué un cubrecama rojo recién lavado en el balcón; ahora la mitad de arriba es roja y la mitad de abajo, verde. Volví a donde estaba antes: en el silloncito, con la libreta apoyada sobre un libro apoyado sobre mis piernas, pero sin mi mate y a la espera del que hará Rubén. En estos días leí varios libros cortos que llegaron a la biblioteca donde trabajo y me gustaron mucho todos. Con un par me pasó que caí de lleno en la ficción; quiero decir que como un par de características de sus narradoras-protagonistas coincidían con datos biográficos de las autoras, entonces empecé a leerlos creyendo que eran autobiográficos y después me di cuenta de que eran ficción. Creo que me gustó más que fueran ficción, fue como ver “mira todo lo que pudieron hacer con sus vidas". Está pasando algo muy curioso en el balcón. El cubrecama atrapa el sol que sin él caería sobre los áloes pero como la brisa lo mueve, cada tanto deja pasar un rayito de sol que ilumina un sector específico de una hoja de un aloe. Esa luz contrasta contra lo que la rodea y destaca en luminosidad. Además no es un gran sector sino un pedacito de hoja. Lo curioso es que el cubrecama se mueve muy regularmente, incluso aunque no pueda percibir la brisa, y produce una ilusión de artificialidad, como si fueran señales luminosas hechas por alguien con una linterna. Supongo que lo que me dio más la sensación de luz artificial fue la regularidad; no imaginamos algo tan regular y breve en la naturaleza, como un parpadeo (encender – apagar – encender – apagar, etc.). Ahora ya pasó, por más que el cubrecama sigue ahí, balanceándose solo, el sol ya se corrió y no da sobre los aloes. Otro libro que leí en estos días es el que me autorregalé para mi cumpleaños: Lost in translation, un compendio ilustrado de palabras intraducibles de todas partes del mundo de Ella Frances Sanders. Es muy bello y se me ocurrió agregarlo a mi arsenal de escritura, así: tenerlo a mano y, si pinta, elegir cualquier palabra (al azar o por decisión consciente) y dejarme llevar, a ver a dónde me conduce. Hoy no lo voy a hacer porque tengo bastante con dejarme llevar por mi propio atragantamiento de abstinencia de escritura. También incorporé al arsenal de escritura los dos regalos que me trajo Silvia de San Juan: una mochilta de tela donde ahora guardo mis petates y un lápiz hecho de papel que todavía no estrené. Nunca había visto un lápiz hecho de papel, además dice que tiene semillas en el cabito para plantarlo cuando ya no sirva para escribir. ¡Hermosa idea! Como el libro son semillas de Pequeño editor. Rubén me trajo un mate y aprovechó un comentario mío para hablar y pedirme que no me desconcentra con su presencia. Loable propósito que en su mismo accionar va en contra de su objetivo, porque si simplemente pasa pero no me habla es más fácil no desconcentrarme; pero si me habla y tengo que responderle es mayor el esfuerzo por volver a “mi planeta" como dice (el mayor punto mínimo reaparece). Otra cosa de la coyuntura actual es que tengo un leve dolor de cabeza y tensión en los hombros. Además de la venda en la rodilla por la caída de hace 12 días. El cubrecama que lavé es el que está acá en el living (aparecieron en el aire Simon y Garfunkel, desde la cocina, una de las canciones de mi adolescencia), mientras se seca lo reemplaza un cubrecama de estampado (¿pseudo?)oriental —es probable que sea auténticamente hindú, de la época en que se importaba mucha ropa de allá—. Está ante mi vista, lleno de personajes con los brazos en jarra, elefantes con baldaquines, flores y palmeras, todos en tonos cálidos, entre rojo oscuro y beige clarito. El elefante que está justo delante de mis ojos tiene una cara simpática. Ahora suena "Bleecker Street", esta no es de mi adolescencia sino que la descubrí hace relativamente pocos años (¿10 o 12?) y me encantó, se transformó en una de mis favoritas. La puse en el celular y la uso como alarma a veces. Despertarme con esta canción es hermoso. Recién me doy cuenta de que el rojo oscuro del cubrecama hindú es muy semejante al rojo de las tapas de esta libreta, que también son textiles, de gamuza o algo así. Y que el beige del cubrecama hindú también se parece a la tapa del libro que estoy usando para apoyar la libreta. O sea que podríamos hacer una continuidad cromática entre el cubrecama, la libreta y el libro (y si miro para arriba hay más rojos a tono, como los dos grandes almohadones cuadrados, la marioneta javanesa, el cuadro de La Negra) y el cubrecama lavado en el balcón, por un lado, y otra serie cromática verde en las plantas del balcón, los árboles más allá, mi vestido y el mate (y hay más cosas verdes pero de otro tono: mi bolso, los almohadones y las cortinas todas del mismo verde seco, una caja de archivo plástica de un verde diferente etc.). También hay azules, lilas, celestes (el cielo, los jazmines que por fin florecieron, el bidón, los libros en la mesa de luz, almohadones, una caja de guardado bajo la cama, el marcador con el que escribo). O sea que hay muchos colores que me rodean, para decir que estoy en una gama u otra tengo que seleccionar y destacar algunos y dejar de lado otros. Es siempre así con todo, ¿no? No sé si seguir por acá , pareciera que estoy jugando al “veo-veo" conmigo misma. Interrumpí para mirar un mensaje y ahora me cuesta volver. Ganan el hambre, los sonidos ambientales, el dolor de cabeza, la sensación de que estoy llenando páginas al cuete. Pero reaparece la magia: agarré el marcador para explicar por qué dejaba hoy acá y al escribir la explicación me da ganas de seguir escribiendo. Y seguir llenando páginas al cuete, ¿por qué no? Es una manera como cualquier otra de pasar el domingo. Lo que más atenta contra seguir con esto es que de verdad tengo hambre. Si me digo que dejo para almorzar y después vuelvo, lo más probable es que ya no vuelva hoy. Y cuando pienso en el trabajo de pasar todo esto al blog, me da ganas de dejar todo acá. Gana el hambre. Dejo acá y veremos cómo sigue todo.
19.12.21
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