Acabo de entrar en un estado de paz interior inesperado, probablemente breve y ansiado desde hace semanas, un verdadero regalo de las Gracias que hoy “dijeron que sí”, como dijo Saer. Va a desaparecer; antes de que se desvanezca, me siento a escribir con la lapicera de madera (como siempre que la abandono, cuando vuelvo a ella el trazo se cortajea. Igual no quiero cambiar, sigo con ella). ¿Repaso lo que pasó? Rubén empezó con fiebre y no pudimos viajar; ante la duda, nos aislamos y así estamos todavía. (Interrumpí para comer helado que pedí a domicilio; hay una ola de calor monstruosa en medio país: afuera el aire es una masa caliente y húmeda; acá estoy con el aire acondicionado, única posibilidad de sobrevivir.) O sea que por segundo año consecutivo nos quedamos sin vacaciones por el covid, pero esta vez me cayó peor por el cansancio acumulado y porque me había ilusionado con ir al verde. Me puse mal pero después redimensioné (no son tus vacaciones, ¡es la pandemia, estúpida!), me resigné y me adapté. Tengo tantos libros para leer y tantas películas para ver… mientras tenga electricidad para sobrellevar el calor, puedo sobrevivir otro verano en Buenos Aires. Mi fugaz alegría brilla un poco menos que cuando empecé a escribir, pero no quiero que se me escape. Me gustaría atraparla aunque sea por la cola, como hacia Ruth Stone con los poemas que se le aparecían como un tornado por la pradera; a pesar de la comparación con Stone lo que más me importa no es dejarla plasmada por escrito sino que dure, que siga aleteando adentro mío. Me gustaría acunarla como a un recién nacido, acariciarla como a un gato que ronronea en nuestro regazo (y creo que no usaría la palabra “regazo” en ninguna otra ocasión más que esta: para describir a un gato sobre mis piernas). Qué curioso que hace poco pensé en un gato para comparar mi tristeza y ahora pienso en un gato para la alegría. Pero lo que intento representar no es el sentimiento en sí sino mi actitud hacia mi sentimiento. Surgió la misma idea: cuidar a mi sentimiento, hospedarlo, cobijarlo. Ahora Manu vino a comer helado y yo me senté a la mesa con él mientras escribo. Siento la paz del reseteo. Hoy logré desconectar del malestar, vaciar mi mente; ahí nació la alegría. Leí un montón de libros lindos estos días, eso también me puso feliz. Dejo ahora porque me puse a charlar con Manuel.
11.1.22
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