Nuevo experimento contextual: estoy en un bar, a dos cuadras de mi trabajo vespertino, haciendo tiempo antes de entrar a trabajar. Ya me tomé un café con leche (chico pero aceptable) con dos medialunas (espantosas, pero me las comí igual, preguntándome todo el tiempo por qué me las comía). Tengo un poco menos de una hora antes de entrar al trabajo y esta página y la siguiente tienen dos manchas simétricas (la misma sustancia pegajosa manchó las dos páginas en simultáneo) que no sé si hice yo la última vez que escribí o ya vinieron en la libreta "de fábrica". Me parece más posible esto último ya que no recuerdo ningún episodio pegoteante la última vez que escribí y estas dos páginas pertenecen a distintos cuadernillos, capaz que algo pasó cuando los cosieron. Este bar está cerca de la parada del colectivo que tomaba antes para venir a trabajar. Lo miraba de afuera cuando pasaba de largo y me parecía lindo. Ahora que estoy adentro tanto no me entusiasma. Tiene ventanales grandes y afuera hay sol y algunos árboles. También hay mucho tráfico y ruido de la máquina de café y de, como se dice, "los parroquianos", especialmente una abuela con su nieta de dos o tres años. Escribo con una birome negra, típica, de cuerpo transparente y capuchón negro. Me traje la libreta antes de salir de casa por si me quedaba un rato libre entre el trámite médico que vine a hacer por acá cerca y la hora de entrar a trabajar, con la intención de escribir porque sigo con trabajo atrasado y no sé si voy a conseguir tiempo para escribir en el fin de semana (aunque el domingo es el día de los trabajadores, no debería trabajar). Hoy es viernes. Nada que ver (solo el hecho de tener que trabajar cuando pensaba no hacerlo): este año me toca ser censista por primera vez en mi vida. El bar es también una panadería. Un muchacho joven entró a comprar algo en patines tipo Roller. Me di cuenta porque se inclinó a levantar una moneda del suelo a dos o tres metros de mí y sus movientos eran diferentes, más fluidos. Salió, se sacó el barbijo y me hizo acordar a Ornshaw, el amigo de Daniel en Melody, mi amor de la infancia.
Hablemos de bueyes perdidos: uno se perdió en el bosque; otro, en el río; otro, en el prado; otro, en la montaña... Se perdieron y no saben volver. Nadie los volvió a ver. Capaz que ya no quieren volver. Tal vez encontraron un lugar más a gusto que el original. Pensemos que están bien, vivos, contentos y felices aunque no los veamos. El bar no será tan bonito como lo veía de afuera pero el ambiente parece muy familiar. Las camareras saludan a los parroquianos como si los conocieran y la abuela al acompañar a su nieta al baño dejó sobre la mesa su cartera y todas sus pertenencias. Parece otro país. Interrumpí para mirar la hora y para escuchar un wasap de trabajo y contestarlo. Dejaron la puerta abierta y entra aire fresco. Se vino el frío de golpe en Buenos Aires, a un mes del comienzo del otoño estoy abrigada como si fuera invierno. Más color local: una señora saluda a la nieta desde la puerta y se ponen a charlar. ¿Se conocían ya? Cosas que pasan por la Place Saint Sulpice: una baguette, un ramo de flores para abajo, un 127... Cerraron la puerta y encendieron el" climatizador" o como se llame. Pronto voy a tener calor porque estoy justo en el camino del aire caliente. Un sonido agudo muy fuerte a un metro de mi oído. Ahora que el sol bajó y ya no entra su reflejo por la ventana, aparecieron las sombras de mi mano que escribe provocadas por las luces del techo del bar. Son varias luces, puedo reconocer superpuestas cuatro sombras distintas de diversos grados de nitidez. Pare para mirar la nada y tamborilear la birome. No estoy cómoda escribiendo acá. No sé cómo hacen los escritores que escriben en bares. Misterio absoluto. Tampoco entiendo que entre los sonidos "relajantes" de las aplicaciones esté incluido el "ruido de cafetería" (¡y de lavarropas o aspiradoras!). No soy como "El silenciero", pero este nivel de sonidos y voces a mi alrededor interfieren la escritura. Mejor dejó acá. 29.04.22
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