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  • Marina Pérez Muraro

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Qué sensación tan extraña. Cambié de  trabajo después de un largo proceso burocrático que llevó, en total-total, más de 2 años, tal vez 3, y en mi vida personal, casi un año y medio. O sea que tuve tiempo de acostumbrarme a la idea y hasta ponerme ansiosa por cómo se estiró, y aun así, ahora que ocurrió, me siento rara. Dejé la biblioteca que tanto amo (carita triste) pero eso implicó dejar de trabajar en el turno vespertino de lunes a viernes (carita muy feliz); de momento lo que más disfruto es este cambio de horario. Voy a extrañar la biblioteca, mis compañeras, les estudiantes y los libros hermosos que me rodeaban. Fueron ocho años dichosos. Dichochos, dich8s. No quiero decir nada sobre lo nuevo porque quiero ir desgranándolo de a poco, asimilándolo paso a paso, descubriéndome en el hacer. De momento lo que veo es que hay muchas tareas posibles, muchas de las cuales me entusiasman, y que tengo mucha libertad para organizarme y encararlas a mi manera. Es genial.

Así que hoy estoy disfrutando un sábado gris, lluvioso e invernal metida en la cama con mi libreta y una birome azul. Rubén se fue a almorzar con un amigo y Manuel todavía duerme. Me levanté, acomodé cosas de la cocina, dejé un plato de comida a medio hacer y me volví a meter a medias en la cama para escribir. Será así hasta que gane el hambre (que ya se hace notar).

Uno de los últimos libros de la biblioteca que estaba leyendo es El libro del haiku de Alberto Silva. En el estudio crítico final dice algo que me hizo pensar en esto que hago acá (salvando las enormes diferencias). Dice que los poetas del haiku eligen vivir “en la intemperie”, en el camino, en el tránsito, fuera del centro, en los bordes, que su opción es “la de alguien que se mueve sin descanso en el espacio, la de quien sabe que camina, la del que hace tema de su opción caminante, la de alguien que entiende que marchar es errar”. (…) “Ponerse en camino significa aceptar que somos tránsito, que transitamos sumiéndonos en un viaje nadie sabe exactamente hacia dónde.” (…) “Quien vive en la intemperie se desajusta, se desacomoda, se desorbita. Tiene todo delante suyo, sin la mediación o el filtro de las paredes de una casa o incluso sin el marco de un paradigma axiológico o cognoscitivo. La intemperie trasunta una nueva manera de mirarse a sí mismo y de mirar a los demás.” Agrego también esta idea:


“En occidente, la idea del viaje está signada por la influencia histórica de las llamadas «religiones del Libro» (judaísmo, cristianismo, islamismo). La ruta del hombre tiene un sentido, porque está orientada en una dirección ascendente y a la vez porque contiene la esperanza de un final. En Japón rige en cambio la tradición budista: sin constituir un disparate, todo camino se practica en el sentido de un tránsito que expresa la experiencia de nuestro continuo movimiento de transformación, sin necesitar ni postular ningún término ad quem (digamos que, sin más, «se transita»).”


Cuando lo leí, sentí que mi escritura acá es como ese tránsito en la intemperie (palabra que siempre me gustó, intemperie). Obviamente no digo que estoy escribiendo haikus, ni que escribo poesía, ni que escribo o vivo como uno de esos poetas. No vivo físicamente a la intemperie ni en los márgenes de la sociedad. Quiero decir que esta escritura en mis libretas se parece a ese vivir en la intemperie, un tránsito continuo que no va a ningún lado ni prevé un final, en los márgenes de la literatura, descentrada, sin intentar tomar una forma preestablecida. Por eso dudo todo el tiempo de esto que hago acá, porque cuando lo miro desde el canon literario es algo sin forma, impracticable (impublicable, ¿qué pacto de lectura propone?); pero desde mí, tiene todo el sentido del mundo. Mi intemperie no es física ni social, tampoco cultural o lingüística como pensé alguna vez. Es la intemperie de haberme alejado de las formas literarias reconocidas como tales, ya codificadas y aceptadas. Podría decir que mi intemperie es mental. Agarro libreta y birome y salgo a la intemperie, al encuentro con la acción misma de escribir, en un tránsito que no tiene destino, bien machadiano (no hay camino sino estelas en la mar). Me sirve esto, completa la imagen. Libreta, lápiz, mano, escritura e intemperie: explorar una práctica como quien explora un terreno; transitar como quien vagabundea, descentrarse como quien habita el margen y mira desde allí. Soltamos amarras. Estelas en la mar.

9.07.22



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