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Marina Pérez Muraro

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Anoche me fui a dormir tarde porque me quedé leyendo tantas cosas hermosas de gente apasionada por algo (teatro, cine, artes, viajes, las palabras en sí), gente que logra transmitir su cope con belleza, que me quedé feliz, liviana, contenta, y por unos segundos se me cruzó el pensamiento de que podía no escribir yo y pasarme el tiempo libre leyendo, ya que hay taaaaanto para leer que es inabarcable e inagotable. Un pensamiento que es como una síntesis de lo que dije de Escila y Caribdis (voces ajenas que me capturan o el silencio desvalorizador) pero con el encanto del placer, o sea que se parece más a las Sirenas (las griegas, no las de Meri Lao): quedarme fascinada por las lecturas y sentir que leer me redime de escribir también es un peligro.

Así que acá estoy, domingo al mediodía de un agosto primaveral presantarrosino, a pleno sol en mi balcón, rodeada del verde de mi pequeño jardín colgante, acariciada por una brisa fresca que hace más soportable el sol, con mi nueva libreta 6 apoyada sobre un libraco porque necesitaba más altura (bibliografía e índice de Borges de Nicolás Helft, una obra monumental en muchos sentidos), con el marcador filgo gris, agarrándole la mano a la escritura sobre el lado izquierdo de esta libreta porque el hermoso cierre pacman hace que este lado esté permanentemente en equilibrio. A veces la belleza atenta contra la practicidad.

Acá estoy, entonces, tratando de recuperar algo que empecé a vislumbrar ayer y queria escribir pero en vez de escribir salimos a caminar. Estuve muy quieta porque me desperté con dolor de cabeza y después de almorzar me quedé un buen rato descansando a ver si se me pasaba; respirando, me fui aquietando por dentro también. Después bajé al jardín a esperar Rubén y estuve un rato sentada al sol, ya en paz sin dolor, sintiendo el ambiente ideal para mí: la temperatura era perfecta (el puntito de calor que me gusta y no molesta), mi postura recta, sentía una brisa jugando con mis rulos sobre mi cara, veía azules por dentro de mis párpados, me concentré en mi respiración tranquila, el aire entrando y saliendo de mi cuerpo y sentí que me estaba afinando a mí misma como un/a músico/a afina sus instrumentos antes de tocar, o como un/a pintor/a prepara sus pinceles y sus colores, o un/a bailarín/a elonga y calienta su cuerpo antes de danzar. Y me pregunté ¿qué es lo que afina un/a escritor/a? Pareciera que la escritura no necesita preparación alguna, ni espacio, ni siquiera instrumentos (pensemos en la literatura oral y en "El milagro secreto" de Borges). Pero están los reclamos por la torre de marfil, el faro de Flaubert, el aislamiento o no y los rituales preparatorios. Alguna preparación hay, más interior que exterior tal vez, y el sol se fue corriendo y se está por ir de mi balcón, me pregunto si bajar al jardín pero hay una pareja y me da no sé que molestarlos. ¿Se quedarán mucho?

Me mude al interior, al silloncito, y apoyé el libraco de Helft-Borges sobre la banqueta. A ver si retomo.

Ayer habia llegado hasta acá: ¿qué es lo que afina un escritor? (y por un rato abandono el lenguaje inclusivo y uso el masculino genérico porque me resulta más fluido, qué le voy a hacer). Como no puedo hablar por nadie más que por mí, me voy a explorar a mí en esta práctica modesta que está por cumplir 2 años. Intuyo que lo que me pasa a mí es muy diferente a lo que le pasa a un narrador (quiero decir ir a un novelista o cuentista; se aplicaría también a la poesía narrativa). Si la literatura es tan inmaterial que solo necesita lenguaje y memoria, son las propias capacidades lingüísticas y cognitivas las que afinamos. Ni siquiera mano o instrumentos. Ni siquiera habla, quiero decir voz (en lo último de su enfermedad, Piglia escribía con un software que guiaba con sus ojos). Y las capacidades involucradas en la narración son diferentes a las de la contemplación (ya lo dije hace décadas, es una cuestión de aliento).

Taché 6 renglones porque no me convencía lo que había escrito. Me estaba yendo para un lado que no era falso pero distorsionaba la búsqueda, me parece. La verdad, estoy trabada. Tal vez si hubiera intentado escribir esto ayer en vez de salir a caminar, me hubiera salido mejor. Interrumpo un ratito.




Empiezo de nuevo. Domingo, 2 de la tarde, el tiempo está cálido. Bajé al jardín del edificio porque en mi balcón ya no da el sol. Estoy escribiendo con un lápiz de grafito (le saqué punta a cuatro lápices antes de bajar), con la libreta apoyada sobre un libro de tapas duras a su vez apoyado sobre mis rodillas. Hay unas nubes como madeja de algodón abierta o rebaño de ovejas amuchadas que por momentos tapan el sol.

Ayer estaba en este mismo asiento, en paz, casi en meditación, y me pregunté ¿qué afina un escritor? Les músiques afinan sus instrumentos, les pintorxs limpian los pinceles, preparan los lienzos y los colores, les bailarinxs calientan sus músculos, les cantantes preparan sus cuerdas vocales... ¿y nosotres, qué? Ayer sentí que me estaba afinando a mí misma, que tenía ganas de ponerme a escribir en ese estado, pero en vez de escribir, salimos a caminar. Y ahora estoy acá, en el mismo lugar, 20 horas más tarde, mirando pasar las nubes que se mueven bastante rápido y sin saber cómo afinarme de nuevo. Escribo, pero esa afinación de ayer no está volviendo. Tal vez porque no la había conseguido escribiendo sino respirando, ¿y si dejo de escribir y me concentro en la respiración, como ayer?


No me afiné, pero me relajé al sol y ahora me da fiaca seguir escribiendo. Como diria Serrat, "hoy las Musas han pasado de mí... andarán de vacaciones", cosa razonable porque es fin de semana largo. Nos vemos la próxima.

14. 8. 22



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