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Marina Pérez Muraro

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“Bruscamente la tarde se ha aclarado

porque ya cae la lluvia minuciosa.

Cae o cayó. La lluvia es una cosa

que sucede sin duda en el pasado.”

 

Siempre que llueve me acuerdo de estos versos de Borges. Hoy la tarde no le hizo caso al poema: no se aclaró, y más que lluvia es tormenta. Estamos en Valle Hermoso desde hace una semana, de vacaciones, en casa de Haydée, un verdadero paraíso terrenal: un terreno inmenso, arboladísimo y verde en el borde habitado del pueblo, en el medio del monte; una casa antigua súper espaciosa rodeada de un jardín florido y con amigues cerca. ¿Qué más se puede pedir?

Los primeros días hizo mucho calor y nosotres hicimos muchísima fiaca. Con quedarme en la galería mirando las hojas verdes iluminadas por el sol y oyendo el concierto de pájaros era feliz. La primera noche nos quedamos charlando en la galería mientras anochecía; el aire se fue oscureciendo, las caras se volvían sombras y los gestos leves invitaban a la intimidad; en el cielo fueron apareciendo estrellas y luciérnagas: parecían estrellas que se hubieran desprendido del firmamento para danzar a nuestro alrededor (en señal de bienvenida, quiero pensar; después de esa primera noche, no las volví a ver).

Hoy, como dije, llueve, llovió, lloverá. Está mucho más fresco pero igual estoy en la galería. Hubo truenos, relámpagos, cortina de agua y hasta un fugaz granizo, pero ahora, en este instante, cae una mansa lluvia minuciosa y algunos pájaros cantan. Con esta luz sin contrastes se distinguen mejor los mil tonos de verde, las diferentes hojitas que componen el abrazo vegetal que nos rodea. Repiquetea la lluvia como quien tamborilea los dedos, no con impaciencia sino ensayando un ritmo musical. No hay viento, los árboles están inmóviles. Hay tantos planos verdes como planos sonoros por los cantos de los pájaros, la lluvia y algún trueno suelto. ¡Y el perfume! Con la lluvia se limpiaron los aromas y florecieron. El aire es un puro perfume vegetal. En cada hoja, en cada rama, duermen gotas de lluvia como perlas brillantes por la luz.

Me quedé quieta mirando y escuchando y buscando palabras para expresar lo que siento. No las encontré pero me sentí bien. Tal vez estar quieta con libreta y marcador en mano es la excusa apropiada para la contemplación. Aunque no logre expresar lo que siento y veo, soy feliz contemplando. Un ejercicio meditativo.

La lluvia se fue aplacando, ahora apenas gotea. Otros pájaros empezaron a cantar.

Planos verdes: en la galería,  una enredadera de flores blancas; atrás, un manojo de lavandas; atrás, un ciprés; atrás, un árbol que no reconozco; y más atrás,  el monte.

Apareció un colibrí a dos metros de mí, se acercó a las flores de la enredadera y se alejó, fugaz. Creí escuchar el ruido de sus alas. Nunca tuve uno tan cerca.

Por la lluvia me senté en el centro de la galería en vez de en la esquina donde me siento habitualmente. Justo enfrente hay un bello y frondoso alcanfor. A la derecha,  un nogal y a la izquierda,  un algarrobo con el tronco verde por el musgo, pero recién hoy vi el musgo, ¿ya estaba y yo no lo vi, o apareció con la lluvia de ayer y hoy? Silencio de lluvia.

12.01.23


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