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Marina Pérez Muraro

Once

Hoy elegí escribir con el otro “ecolápiz de grafito” porque quería asegurarme fluidez y buen ritmo. Y no siempre con los lápices de colores sale mejor letra. Esta frase está fuera de lugar. Lo que quería decir es que quiero reflexionar sobre algo y para eso quiero que mi mano pueda ir veloz sobre el papel, que mi mente no se tenga que adaptar al ritmo de los lápices de colores. Quiero reflexionar mientras escribo, reflexionar escribiendo, como hice tantas veces en cuentogotas y en mi Libro de lecturas. Pero antes, el contexto: es sábado, faltan dos días para el equinoccio de primavera, el clima ya está primaveral, hoy divino, estuve tomando sol en el balcón casi una hora. Perdí uno de los privilegios de los que disfruté como una bendición en los últimos tiempos: mi vecina de al lado, una chica joven buena onda que durante años fue casi inaudible (vivía sola y solo se escuchaba su máquina de coser y, a veces, voces; después empezó a pasar cada vez más tiempo en lo del novio; después se fue a vivir a lo del novio y solo usaba el depto para trabajar, y después vació su depto) finalmente alquiló su departamento a, según me dijo, un profesor de historia conocido de su novio, y ahora escucho a mi nuevo vecino. Nunca estuve pendiente de los vecinos, pero a este lo escucho tan claramente que parece que estuviera en mi propio departamento, y estaba tan acostumbrada al silencio que resulta muy llamativo. Lo escucho hablar con sus alumnos a la mañana, lo escucho hablar por teléfono, escucho su tele o su música y escucho a una mujer que pasa con él el fin de semana. Su balcón está pegado al mío por eso hoy, cuando estaba en mi momento de meditación solar y reencuentro con mi alma, entraron en escena sus voces y su música. Por suerte no es constante, ahora ya no los escucho. Pero lamento el cambio, me gustaba más el silencio. Por lo menos sus voces son agradables; igual, preferiría no escucharlas. Y ahora no me atrevo a cantar en el balcón ni en el living (que es donde los escucho). En fin.

Otra cosa que me acompaña es una angustia subterránea, difícil de identificar. ¿Qué me angustia? Apostaría a que es el griego, últimamente parece que todo es culpa del griego, y si no es culpa suya, se lleva los reproches igual. “El griego” es Contextos de Pandemia, un personaje que nació en una conversación entre Rubén y yo, hartos de esa frase omnipresente y con pocas ganas de seguir oyéndola. Nos imaginamos una persona concreta ya que parece un nombre griego, como Parménides de Elea o algo así. Este tipo de humor es algo que compartimos Rubén y yo, algo que nos une, por eso no recuerdo de quién fue la idea, fue una creación conjunta. Cuestión que ahora cada vez que pienso en cómo nos afecta el coronavirus, no lo nombro y hablo de “el griego”. Y qué pena que la palabra “pandemia” se haya transformado en eso, porque es hermosa, me gusta cómo suena y en su origen significa “reunión de todo un pueblo” pero en la actualidad lo que nos une es la enfermedad y el contagio. Griego omnipresente, no se lo ve pero está subyacente en todo lo que hacemos. O sea que mi angustia tal vez está provocada por el griego y tal vez no. Y por pensar en él, la angustia reflotó, gracias a estar una hora al sol y releer esta libreta había logrado acorralarla, pero ahora revivió y ya no queda sol en el balcón. Voy a interrumpir acá y hacer yoga a ver si recupero algo de paz.

Resultó, acá estoy de nuevo, renovada. Debo reconocer que esto es una consecuencia positiva del griego, tal vez la única: antes para hacer ejercicio salía de casa, ahora encontré una forma de hacer ejercicio indoor que me viene muy bien y me resulta muy placentera. En 20 minutos termina el lavarropas (interrupción inminente) y es muy posible que también tenga que interrumpir para almorzar antes de redondear mi reflexión anhelada, ¿empiezo o no? Disfruto más cuando puedo lanzarme a escribir sin plazos prefijados, pudiendo seguir mi aliento todo lo que dure. Pero parte de la cuestión, ahora, es lidiar con lo posible, con las limitaciones, y hacer lo que se pueda con eso. Arranco nomás.

Tanto suspense, tanta intriga, tanta anticipación, ¿para qué? Sin querer caí en un recurso narrativo que no me gusta, no me gustan esas novelas que se la pasan anticipando que “algo” va a pasar, me parece un recurso muy barato. Y sin embargo acá estoy, dando vueltas con tantos preliminares que ya parezco Macedonio, haciendo una novela con prólogos (esta comparación sí me gusta, ¡sería un honor parecerme a Macedonio!). En fin. Hoy quise elegir un instrumento de escritura que me garantizara fluidez porque quiero que la herramienta no esté en primer plano, quiero que lo material de la escritura no sea el tema hoy, quiero reflexionar sobre lo que hago acá desde otro punto de vista. Este juego se bifurcó casi en sus inicios, empezó libreta-lápiz-mano y casi enseguida se convirtió en libreta-lápiz-mano-computadora-blog. De verdad es una bifurcación, no es simplemente un paso más en un mismo camino, cada herramienta de escritura y cada soporte de lo escrito (papel, bits) reclaman distintas cosas, se hacen presentes a su manera. No son solo soportes de escritura, implican diferentes posibilidades de difusión o comunicación. Si solo escribo en la libreta, es posible que jamás lo lea nadie. Si escribo en mi compu, también. Pero si lo que escribo en mi compu (lo que trascribo en mi compu después de haberlo escrito en la libreta) lo publico inmediatamente en la web, estoy abriendo la posibilidad de que lo lea cualquiera (para eso lo hago). Tal como está de saturada la web actualmente, es posible que no lo lea (casi) nadie, pero eso no importa, lo que importa es que yo sé que existe la posibilidad de que esto tenga un/a lector/a que no sea yo. Cambia el juego, se bifurca. Digamos que ahora cuando escribo estoy yo (mano-mente-etc.), la libreta, el lápiz, el compromiso con el blog y el fantasma del lector. Sonó el pi - pi - pi del lavarropas, así que vuelvo en un rato.

Colgué la ropa y almorcé, y pensaba volver acá con un nuevo plazo a la vista pero Rubén me hizo un regalo inmenso, me dijo que me olvide de todo y solo escriba, me dijo “date prioridad, respetate, y si se hace de noche y todavía estás escribiendo, está todo bien”. ¡Qué héroe! Me encantaron sus palabras.

Retomo por donde andaba antes del lavarropas con una aclaración: dejo por un rato el inclusivo, me quedo con “lector” a secas, incluyendo todas sus posibilidades (hombre, mujer, LGBTIQ+ y lo que surja) de la misma forma que me quedo con el ecolápiz de grafito, para ir más rápido. Todavía no tengo tan internalizado el inclusivo como para usarlo sin pensar, salvo la “e” en algunas palabras muy frecuentes.


Cuando pienso en la posibilidad de que alguien me lea, alguien que no soy yo, alguien abstracto que no sea ninguna persona real conocida por mí, alguien que no sé si existe o no pero existe como posibilidad, internauta que cae en mi blog por el azar de la web (cada vez menos azarosa y más algorítmica) curiosamente imagino a alguien que lee como yo; mejor dicho, no es que piense que todos los lectores potenciales leen como yo (es evidente que no) sino que el lector potencial que me interesa es el que lee como yo, casi como si fuera yo misma leyendo algo que me es ajeno, porque ese es el quid, nunca me puedo releer como si el texto no fuera mío. Sobre esto ya hablé en cuentogotas alguna vez, sobre lo que dicen otros escritores o músicos sobre leerse o escucharse (leer o escuchar la propia obra) como si uno no la conociera. Es imposible. Básicamente uno relee para corregir, supongo que diría Piglia, pero en este juego me propuse no corregir. Una pregunta de las bifurcantes es ¿cómo sigo jugando? Si esto fuera solo para mí (si no se bifurcara en el blog) puedo seguir probando diferentes instrumentos de escritura y describiendo cómo me siento con cada uno. Pero parte del juego consiste en saber que después transcribo eso al blog, y ahí me pregunto por el potencial lector que lee como yo, ¿no se aburre? ¿Qué interés puede tener en leer esto? ¿Qué le aporta, dónde está el placer? Y una pregunta fundamental para todo escritor: ¿seguirá leyendo? Parece que hay que aportar alguna novedad. Si quiero establecer una relación con otro (que me lee) tengo que darle algo a cambio de su atención, del tiempo que dedica a leerme. Hay tanta oferta milenaria y actual que vivimos todos saturados. Los que leen “como antes” prefieren leer en papel. Mi blog tiene pretensiones contradictorias: capturar al internauta desprevenido pero capturarlo como se atrae a un lector de libros impresos. O al revés: encontrarse con lectores “de antes” pero encontrarlos en la web, no en una librería o biblioteca. Así planteado, parece que elegí lo peor de cada término de la ecuación.

Igual, volvamos al inicio, esto no empezó para atraer lectores, esto empezó para habituarme nuevamente a escribir, los lectores potenciales llegaron después (en mi mente, en la realidad tal vez no lleguen nunca). A mí me gusta lo que estoy haciendo, más allá del mismo hacer, me gusta el resultado, es como ver “en vivo y en directo” un proceso de escritura en el momento mismo de producirse, no solo su materialidad sino también su esencia, su finalidad, sus dudas, sus vacilaciones. Pero comprendo ampliamente que solo puede tener interés para quienes les gusta escribir. Imagino que quien no tiene un vínculo con la escritura, se aburrió antes de empezar, ¿no?

Hice una pausa para releer lo que escribí hoy. Creo que la pregunta clave es ¿cómo sigo jugando? pero no solo por el potencial lector, sino también por mí misma. El origen del juego fue el placer de la vez que escribí sin mirar, sin buscar nada, solo por el placer material de escribir. Quise recrear ese momento y por concentrarme en lo material fui probando distintos instrumentos de escritura, pero ese momento mágico nunca volvió igual. Es curioso cómo recuerdo tan vivamente ese momento, curioso porque ya dije que mi memoria tiene una niebla permanente, pero ese momento lo recuerdo bien. Parece que pasó algo ahí, algo importante, algo copado que me deja queriendo más. Es como el misterio del sexo. Como tener un encuentro erótico con alguien, disfrutar más allá de lo conocido, y después intentar recrear ese momento con la misma escenografía o coreografía, pero no hay caso, ese erotismo maravilloso que nos regaló la vida porque sí, no lo podemos invocar por medios humanos.

Por cosas como estas es que me fui alejando de la escritura. “Cosas como estas” quiere decir que percibo cosas de las que nadie habla y no sé cómo transmitirlas con palabras. Más todavía, a veces no quiero transformarlas en palabras porque siento que las distorsionaría. Acá me empiezo a enredar con los planos de la realidad y no quiero ir por ahí ahora, aprieto el freno y me desvío.

Vuelvo a mi pregunta: ¿cómo seguir jugando? No es solo la sospecha de que el lector potencial de mi blog ya se aburrió de que yo pruebe distintos lápices y describa con cuál escribo más fluido, es que además me di cuenta de que por más que lo intente, no recupero el éxtasis de aquella noche. Parece que la búsqueda tiene que darse de otra manera.

Escribir sin ideas previas me parece un gran desafío. Ahí sí que veo una veta, me doy cuenta porque me da miedo empezar, es enfrentarse a la nada, es soltar lo conocido, creer que nada va a aparecer, pero después siempre aparece.

Hay algo que no fluye ahora pero no es el lápiz, soy yo. Hay algo que quiere ser expresado. Esta es una nueva bifurcación: ¿le doy más importancia a que la escritura fluya, sea lo que sea lo que escribo, o trato de oír eso interno que quiere ser expresado y que –si le doy espacio – trata de acercarse a las palabras? Entonces la escritura se convierte en otra cosa. Supongo que hay algo que quiere ser dicho, pero no sabe hablar. Pruebo detener el ritmo diario y tratar de escucharlo, tratar de escuchar eso que no tiene voz ni palabras pero está. Ya lo dije, tengo que detenerme. Se cortó el flujo. Tengo que contactar con eso y darle mi voz, ponerlo en palabras. Este es el otro lado de la escritura, el menos material, donde las herramientas no son lápices ni libretas sino la atención y las palabras, el lenguaje humano. Años atrás me separé del lenguaje (en este plano), sentí que “todo eso” que sentía entonces era tan inmenso que no podía entrar en el lenguaje, si intentaba contarlo con palabras lo desvirtuaba. Por supuesto seguí usando el lenguaje en todos los demás planos de la vida, y pensé en la posibilidad de escribir por el placer de jugar con el lenguaje, no por expresarme. Y ahora acá estoy, en el jardín de los senderos que se bifurcan, sin saber para dónde agarrar. Parece que di vueltas en redondo pero siento que algo me aclaré. Queda abierta la pregunta para la próxima vez que escriba acá.

19.9.20


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