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Seis

  • Foto del escritor: Marina Pérez Muraro
    Marina Pérez Muraro
  • 26 ago 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 may 2023

No aguanté hasta el fin de semana, acá estoy de nuevo. Habría vuelto ayer martes pero trabajé demasiado. Hoy empiezo el día con este reencuentro. Estoy en el balcón, aprovechando un rayo de sol que logró atravesar las nubes. El tiempo está indescifrable, pasa de presagiar tormenta a dejar escapar algo de sol. Ojalá caiga Santa Rosa y apague todo el fuego.

Decidí escribir con lápices de colores para poner una nota de color y por hacer durar el lápiz Pessoa (coherencia por favor: mi frase de cabecera es la de Marco Polo a Kublai Kan en Las ciudades invisibles de Calvino, es evidente que el lápiz Pessoa no es infierno, por lo tanto intento “hacerlo durar”). Empecé con un lápiz verde ya que la libreta es verde; un verde oscuro porque clarito no sé cuánto se vería. Veremos. Nunca me gustó escribir con lápices de colores, tienen otra textura que los de escribir. Son lindos para pintar pero no son dúctiles para escribir. Me cambian el ritmo, con este lápiz voy más lento que con Pessoa. La letra queda más linda, tal vez porque voy más despacio. Y la mente también va más lenta. Antes de empezar creí que mente y mano se disociarían, que mi mente iría más rápido que lo que logra capturar mi mano en el papel, pero no, mi mente se adaptó a mi mano y vamos todas juntas. La mente, la mano. Estamos desde hace un tiempo tan revolucionados con el lenguaje inclusivo que una letra puede ser una cuestión de Estado. Me gustó que mente y mano fueran femeninas, aunque una termine con E y la otra con O, porque son yo y soy mujer. Vamos las 3 juntas, la mente, la mano y la unidad total que abarca todo y se llama Marina, como si una palabra pudiera abarcar algo tan insondable como un ser humano. Está bien, porque un nombre no es una descripción. “Universo” abarca todo lo que existe, también “cosmos” (hermosa palabra). Ganaron las nubes, ya no me da el sol.

A este lápiz también hay que sacarle punta seguido para poder escribir (le saqué, se rompió, le volví a sacar). Esta caja de lápices la compré hace un par de años, un verano que para bajar mis revoluciones se me ocurrió pintar mandalas. Empecé pintando mandalas en el celular y preferí pasar a la materialidad. Siempre me gustaron los colores, también me gustan los hilos de colores, lanas, etc. Me gustan las lanas que van cambiando de color en la misma madeja. Tejés y se combina diferente según qué punto tejas.

El blog cobró forma, le dediqué tiempo estos días. Ahora cada entrada tiene una foto de la libreta (porque de entrada el blog se llamó “libreta”). También por eso pensé escribir acá con distintos colores, para agregar variación al blog. Esta entrada también tendrá la foto de los lapicitos de la Negra que me envió en respuesta a la entrada anterior. De entrada, a cada entrada del blog le puse por título un número en letras (“Uno”, “Dos”, etc.) para que se supiera en qué orden leer. Hoy pensé alterar las fechas de publicación para que las entradas se vean del Uno en adelante al entrar en la página. Más o menos el mismo mecanismo que hice con mis librogs para que el lector que caiga por la web los lea en el orden que quisiera inducir (pero la diferencia es que los librogs nacieron concluidos y esto está en proceso de escritura).

Ayer me moría de ganas de escribir acá, y era acá, en esta libreta. Ahora hay un vínculo entre ella y yo. No es materialidad, no me pasó en los dos años que estuvo en mi mesa de luz. Me pasó este fin de semana, se armó un pacto, una promesa de reencuentro. Dejó de ser un objeto para convertirse en amiga. Como me pasó con cuentogotas, no era un blog, era un amigo. Volvió del arcón de los recuerdos una frase de mi lejana adolescencia. Por motivos diversos (principalmente, por mi admiración a mi madre) a mis 15 años se me había antojado leer a Simone de Beauvoir. Entendía poco y mucho me aburría, pero seguía empecinadamente adelante. Entre los mamotretos que leí había un librito finito que se llamaba Para qué la acción. Me quedó grabada una idea de Simone: dice que el consejo de Cándido (de Voltaire) de cultivar el propio jardín es superfluo porque cualquier jardín que uno decida cultivar se convierte en propio, al dedicarse uno a él, lo siente propio. Algo así pasó con esta libreta: al dedicarle mi alma, se convierte en parte de mí.

26.08.20




 
 
 

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