Como no logro ponerme a escribir (porque en mi tiempo libre elijo hacer otras cosas y sigo siendo una écrivaine du dimanche), por esta vez uso palabras ajenas con las que me identifico.
Para empezar, casi completo, el capítulo que más me gusta del Manual de escapología de Antonio Pau, el más bello (tal vez por eso lo dejó para el final), que expresa tan bien lo que sentimos mutuamente Pablo y yo que siento que lo escribió pensando en nosotros:
HUIDA A DOS
Es la más bella huida. Es una huida de madurez. No tiene nada que ver con la huida de las parejas jóvenes que escapan de la incomprensión de las familias, ni con esos viajes inacabables que emprenden los amantes en las novelas bizantinas. Esta es la huida a un refugio compartido. Dos personas que se quieren se dan a sí mismas como refugio. Son las dos las que se dan como refugio, pero lo que resulta es un único refugio. Ellas mismas lo sienten como uno.
Igual que otros refugios, este sirve también de resguardo frente a las inclemencias del mundo. Tiene la particularidad de que su espacio es reducido: en él solo caben dos. Aunque esto no es exacto: es un refugio de dos, pero admite huéspedes. Es posible incluso que el huésped no pueda encontrar mejor refugio que ese que forma la intimidad de los amantes. En ningún otro recibirá el mismo calor y la misma comprensión. Pero el huésped sabe que ha entrado en un recinto ajeno, y que su permanencia en él tiene que ser transitoria.
Puede llegar un momento de la vida en que dos personas que se quieren deciden huir del mundo a ese refugio que son ellos mismos. Y como ese refugio son ellos mismos, nada tiene que ver la geografía. El refugio irá siempre con ellos: tanto si permanecen en el lugar de siempre, como si viajan cerca o lejos, como si se van a vivir a un lugar remoto.
[…]
La huida a dos conduce a un refugio que llevan siempre consigo los que se quieren, porque ese refugio son ellos mismos. El sentimiento que los amantes perciben estando en él es lo que en alemán se llama Zweisamkeit. En otras lenguas no hay palabra para designarlo. Se podría decir que es la sensación de plenitud que sienten los amantes cuando están juntos. La palabra compañía es demasiado débil para identificar ese sentimiento. La expresión compañía emocional, que empieza a generalizarse, es poco expresiva.
Siguiendo el paralelismo que existe entre las palabras Einsamkeit (soledad) y Zweisamkeit, se ha propuesto en italiano hablar de solitudine y duitudine. En español podrían distinguirse la soledad y la duoledad. Nuestro Campoamor habló de “soledad de dos en compañía” (Las tres rosas. Poema en tres jornadas, 1886), pero lo que expresa esa frase es que prevalece en los amantes el sentimiento de soledad, a pesar de estar juntos, y el propio poeta lo calificaba de espantoso. En realidad, el orden de las palabras debería ser el inverso: «compañía de dos en soledad”. Pero Zweisamkeit es mucho más.
Zweisamkeit es el estado de elevación que sienten dos personas que se quieren y para quienes el mundo que les rodea les resulta innecesario, porque se bastan a sí mismas. Su trasunto gráfico serían las dos líneas paralelas que se cruzan en el infinito. Con la particularidad de que los amantes viven a la vez el presente y el infinito. Se perciben como dos, pero a la vez convergen. Es decir, por un lado, mantienen la dualidad, pero por otro se sienten fundidos en una unidad: es ese necesario equilibro entre soledad y compañía, entre proximidad y distancia, entre individualidad y comunidad.
El refugio al que huyen los amantes tienen que construirlo, como todo refugio. Y no solo construirlo, sino también mantenerlo. El material de que está hecho es la mirada; sí, un material sutil como la mirada. Los amantes tienen que mantener largamente la mirada fija el uno en el otro. Es necesario un tiempo diario de atención intensa, de dedicación exclusiva, de mirarse a los ojos. Esos son los sillares de piedra que hacen posible la Zweisamkeit. Porque la mirada atenta de los amantes —detenida la de cada uno en la del otro— tiene, en su aparente levedad, la solidez tectónica de la piedra.
La Zweisamkeit es el resultado, en definitiva, de la pasión unitiva de los amantes, o lo que Platón llamó la unión ardorosa. El filósofo escribió en el diálogo El Banquete (h. 385) que «la naturaleza humana era antes muy diferente de como es hoy día. Al principio hubo […] una especie particular que reunía el sexo masculino y el femenino, pero ya no existe [...]. Una sola cabeza reunía dos caras opuestas la una a la otra; cuatro orejas, dos órganos genitales y el resto del cuerpo repetido también. Marchaban erguidos como nosotros y sin tener necesidad de volverse para tomar todos los caminos que querían. […]. Sus cuerpos eran robustos y vigorosos y sus ánimos esforzados, lo que les inspiró la osadía de subir hasta el cielo y combatir contra los dioses. Zeus, después de largas reflexiones, se expresó en estos términos: ‘Los separaré en dos y así los debilitaré y al mismo tiempo tendremos la ventaja de aumentar el número de los que nos sirvan: andarán derechos sostenidos solamente por dos piernas’.
Una vez que Zeus hizo esa división, cada mitad trató de encontrar aquella otra de la que había sido separada y, cuando se encontraban, se abrazaban y se unían con tal ardor en su deseo de volver a la primitiva unidad, que perecían de hambre y de Inanición en aquel abrazo, no queriendo hacer nada la una sin la otra […]”.
La idea de un ser originario doble que luego se escinde está presente también en la tradición hindú: Brahma dividió a Ardhanarishvara en dos, y resultaron Shiva y Parvati, Y el mismo ser dual del principio aparece en la mitología persa: a Gayomard lo dividió Ormuz, y resultaron Mashyagh y Mashyanagh. Cuando ya son dos, se buscan apasionadamente para ser uno de nuevo.
«Serán dos en una sola carne”, dice el Génesis (2,24). Dos que se hacen uno es la esencia de la Zweisamkeit. Dos seres, pero un solo refugio. Y en el refugio, ese intenso sentimiento de quienes, siendo dos, se perciben como uno.
Después, pensando en las inclemencias del mundo que dan ganas de huir de él (krakatoas nacionales e internacionales), el final de una nota de María Esperanza Casullo sobre la última película de Nanni Moretti (que vimos con Pablo y nos encantó). La nota se titula “Bailar arriba de un elefante” y se publicó hace un par de días en elDiarioAR:
Hoy también es un momento en que es muy difícil sentir optimismo; las instituciones en las que creíamos se desvanecen en el aire y cualquier utopía parece imposible. Frente a eso, ¿qué hacer? Moretti nos dice: sólo se puede salir a bailar. Buscarnos, reírnos, abrazarnos. Bailar, hacer música, contarnos historias que nos hagan felices, aunque no sean “razonables”, aunque vayan en contra de la “verdad histórica” y en contra de lo que hoy “sabemos” es inevitable. Recuperar nuestras tradiciones al mismo tiempo que nos reímos de ellas y las hacemos desfilar disfrazadas. Salir a las calles para bailar y cantar. Hacerlo aunque la razón nos diga que es imposible o (peor aún) que no es efectivo, que no es pragmático, que no es lo que hay que hacer, que hay que aceptar lo que es. En definitiva, hoy los análisis y los datos son secundarios. Lo que necesitamos es música, amigos y un elefante para bailar sobre él, aunque sólo sea por un rato.
Chin pum.
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