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Marina Pérez Muraro

Quince

¿Cómo decirlo? Ayer me quedé tan feliz con lo que escribí acá que todavía me dura. Estoy feliz, estoy como la canción de Charly, “no quiero saber nada con las miserias del mundo hoy”. No fue el placer físico de la escritura sino el otro, no sé si es mental, emocional, espiritual, es la alegría del encuentro con algo copado; no, no sé si es exactamente eso, no es como si “algo copado” hubiera caído del cielo, ni tampoco como desenterrar un tesoro oculto… Ayer terminé diciendo “suficiente pesca. Salgo feliz de la corriente” y cuando lo escribí tenía presente una imagen subyugante que leí hace años, hubiera jurado que era de Virginia Woolf pero también me sonaba posible que fuera de Úrsula K. Le Guin, y tenía razón en ambos casos, porque la imagen inicial es de Virginia pero Úrsula la retoma y la amplía (yo la encontré en el texto de Úrsula, no en el de Virginia). Es una mujer pescando a la orilla de un lago, Woolf equipara la actitud de escribir con la de pescar con la imaginación en las profundidades humanas y Úrsula agrega a la pequeña hija de la pescadora jugando un poco más allá. Esta imagen la leí hace muchísimos años, me quedó grabada pero transformada, veía a la mujer pescando sobre el hielo, no a orillas del lago, pescando con caña en un círculo hecho en el hielo como los esquimales y su pequeña hija al lado. El texto de Le Guin se llama “La hija de la pescadora” y el de Virginia Woolf “Profesiones para mujeres”. Hoy releí el texto de Le Guin para reencontrar esta imagen y me volvió a emocionar, aunque muchos planteos quedaron desactualizados porque gracias a dios, no, gracias al activismo, el feminismo avanzó y muchos reclamos antes impensados ahora están en el tapete (el texto de Le Guin debería ser repensado a la luz de la economía del cuidado) pero otras cosas siguen vigentes y su texto me sigue alentando y emocionando: “lo único que una escritora debe tener es lápiz y papel”. Le Guin habla de la posibilidad de compaginar maternidad y escritura aunque son “dos trabajos de jornada completa”. Cuando lo releí en España pensé que yo estaba intentando mantener 3 trabajos de jornada completa, porque además mantengo mi casa, y obviamente es imposible. Le Guin habla del dilema entre ser escritora a posteriori de las responsabilidades familiares o prescindir de tener familia para poder escribir, y aboga por conciliar maternidad y escritura, por eso agrega a la imagen de Woolf la pequeña hija de la pescadora jugando a su lado. Bue, releer este texto me llevó a esos lados pero en realidad lo recordé por la sensación de haber pescado algo ayer, sin proponérmelo conscientemente, tal vez por eso la sensación de relax junto al agua o del placer físico de estar en el agua (anoche soñé con piletas, 3 piletas diferentes en casas de amigues y yo en el agua), la sensación de que escribir es como sumergirse en un medio diferente al habitual, en el cual me muevo y respiro de otra manera, las percepciones cambian, me meto sin esperar nada pero después de un rato, si hay suerte, algo aparece, algo emerge. Y el placer es todo: haber nadado es un placer, no solo haber pescado algo. Estar ahí adentro, como cita Le Guin a Alcott cuando escribía y se entregaba a esa vorágine, feliz. Lo mío no es tan exaltado, es como una siesta de Tom Sawyer al lado del río, debajo de un sauce, con el hilo de pescar atado al pulgar del pie, si un pececito muerde el anzuelo su movimiento lo despierta. Nunca pesqué de verdad, tampoco soy una gran nadadora, pero estar en el agua me encanta. Y hay algo más, la alegría de nadar y de la pesca, la felicidad que me quedó porque me gustó lo que escribí ayer. Tengo tan inculcada la modestia, no permitirme decir que algo que yo hice está bueno (bue, decirlo pero en voz baja, no demasiado enfáticamente) que me cuesta mucho decir que me gusta lo que escribí, o aceptar el enorme piropo que me dijo Silvia ayer (bien, ¡ya tengo 3 lectoras!) que es tan grande que no lo puedo reproducir. Pero la pesca de ayer tiene la virtud del encuentro, como un descubrimiento, no estoy hablando de mí sino de algo externo y puedo decir de eso externo que me gusta. Acá reaparece el genio elusivo de Elizabeth Gilbert, ese “constructo psicológico” como ella lo llama que sirve para mantener una distancia saludable con la propia obra y, sobre todo, con el propio talento, no interiorizarlo sino aceptarlo como un don que otorga una divinidad pero el mérito es de la divinidad, no de une que lo recibió. Algo así siento con mi pesca de ayer: qué lindo regalo que me dejó mi genio ayer, ¡gracias!

Ah, escribí todo esto con un marcador rosa.

12.10.20




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