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- Marina Pérez Muraro
- 16 sept 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 30 jun 2024
Un adelanto de primavera hoy que, según pronostican, termina mañana. El día está radiante y cálido (también ventoso). En mi balcón hace días (¿o semanas?) que el clavel del aire dio tres flores fucsias y violetas y la planta de flores amarillas que me regaló mi hermana hace años volvió a florecer por primera vez desde entonces. Son unas florcitas pequeñas y arracimadas, de un amarillo pálido; las hojas son redondas y verde oscuro. Acá en el jardín el arbusto de flores de novia está cargadísimo de flores blancas y el "membrillo de jardín" (o "durazno de jardín", no recuerdo bien) hace lo propio con flores magenta pálido. El arbusto de flores blancas baila al son de la brisa y el de flores magentas permanece imperturbable, porque las flores blancas nacen de ramas flexibles, ligeras y verdes, y las flores magentas de ramas gruesas, añosas, como troncos.
Los árboles reverdecen —¡cómo me gustan las hojas verdes alumbradas por el sol!— y los que empiezan su viaje del verde claro al amarillo para llegar en unos meses al naranja pálido son los nísperos (ahora tengo línea directa al proceso desde la ventana de mi habitación). Rescaté del suelo, para comerlas, dos mandarinitas no tan destrozadas por su caída del árbol, pero su sabor ya cambió, tienen gusto a pasadas, ya no son lo que fueron. También amarillean los limones.
El cielo está despejadísimo, y ahora que el sol ya quedó oculto por el edificio, cada vez más atenuado su color, como si el reflejo solar que asoma por la esquina del edificio lo blanqueara suavemente (antes de ponerme a escribir estuve un buen rato disfrutando del abrazo del sol y de los colores que despierta adentro de mis párpados). Escucho pájaros (veo algunos volar) y llantos de un nene o nena que no quiere algo que dice una voz adulta. Todavía queda sol atrapado en la copa del ficus.
Parece que perdí el hábito. Tan contenta estaba cuando descubrí que lo había creado; tan indestructible lo imaginé. Y no, varios meses sin escribir, y acá estoy, retomando la práctica como en las anotaciones de 2021, sin saber a dónde voy , dudando del valor de lo que hago (salvo por el respeto a mi empecinamiento), desconectada de la fuente vital que descubrí antaño. Tengo un poco de frío, confié tanto en este anticipo de primavera que bajé sin abrigo.
Como por manotear algo, voy a escribir sobre una imagen que me acompaña desde hace un mes o más. Una imagen que fue muy potente en mi juventud, la marcó, y que reviví ahora. Venía pensando que "llegué a mi límite" cuando me di cuenta de que no llegué a mi límite y me detuve, sino que lo traspasé, porque no lo reconocí hasta ya haberlo atravesado. Y esta misma imagen fue la que tuve en mi juventud: que los límites son intrínsecamente diferentes de las barreras o los obstáculos, los limites jamás impiden que los atravieses; lo que constituye un límite es que una vez que lo cruzaste ya no podés retroceder, no podés volver para atrás, no podés seguir como antes. Tremendo poder. Tan calladitos ellos, tan inadvertidos, y de golpe ¡zácate! sos otra.
Busqué en mis papeles recobrados y me di cuenta de que volví a esta imagen en distintos momentos de mi juventud; después la olvidé, y ahora, ya mayorcita, como la volví a encarnar, la volví a percibir, la recordé. Es decir: primero sentí el límite, el no retorno, y después recordé mis palabras, me dije "esto yo ya lo había pensado" porque ya lo había sentido. Releyendo las tres versiones de esta imagen que encontré en mis archivos, me asombra que en la última pensé que siempre hay que retroceder: es muy distinta esta idea. Lo que siento ahora tiene más que ver con la segunda versión: traspasado el límite, ya no se puede volver (en la primera dejaba la puerta abierta a que se pudiera volver "con dolor").
Entonces, el mundo sigue igual, pero yo ¡zácate! ya cambié y no puedo volver al estado anterior. El agua se solidifica, se licua, se evapora; Marina, no. No hay ciclo, no hay eterno retorno. Pero hay desorientación, tristeza, temor; hay muchas cosas. Alivio, esperanza. Y dejo porque no quiero desbarrancarme por el abismo de los sustantivos abstractos.
Un pájaro voló hasta lo más alto de la copa del níspero, vi su silueta recortada contra el cielo hasta que cambió de rama. No es muy grande, tiene la panza amarilla y un antifaz oscuro en la cabeza. ¿Es un pinzón? ¿Hay pinzones acá? Pasó de rama en rama, comiendo nísperos (supongo) y se alejó volando hacia el jardín de al lado.
¡Pinzón no! ¡Es un benteveo! Claro, si escucho su canto muchas veces. Por fin le vi la cara. El Benteveo Amarillo de Monteiro Lobato.
Esto se pone cada vez más ventoso y frío. Apareció un padre con su hijo a pelotear (el padre habla por su celular mientras juega a la pelota; pobre hijo). Voy a tener que dejar.
16.09.2023
PD: Con el consejo de mi terapeuta en mente (buscarme cosas "nutritivas" —para el espíritu, no el estómago— porque quedé "muy desnutrida"), cuando salí a comprar al supermercado me desvié y me compré tres plantines con flores. Como no recordaba sus nombres, los busqué y también a las que mencioné hoy: la planta de florcitas amarillas que me regalo mi hermana es una Kalanchoe blossfeldiana de flor doble (no confundir con la Kalanchoe daigremontiana que crece sin que la busques); el clavel del aire se llama Tillandsia aeranthos. El arbusto del jardín se llama corona de novia (esto lo descubrí en el vivero) y las plantas que compré son una Salvia splendens de flores rojas (hermosa, me enamoró a primera vista), una dimorfoteca (Dimorphotheca ecklonis) de flores violetas y un rayito de sol (Lampranthus multiradiatus) de flores naranjas. Anoto los nombres científicos porque son muy sonoros! Mañana toca jardinería de balcón.
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