Llego el momento tan esperado: 22 de agosto de 2021, cumpleaños del proyecto 1 e inicio del proyecto 2. Lo tenía agendado en la mente como si me hubieran invitado a una fiesta. Para celebrar conmigo y homenajearme, la naturaleza me regala un sol amoroso un mes antes de la primavera. Es domingo, tomo mate sentada a la vera del ventanal y el sol está tan agradable que me cambié la remera por una de verano sin mangas.
Hoy cumple un año mi pacto de escritura en libretas con pasaje al blog inaugurado en Cuatro (las tres entradas anteriores son su protohistoria, el germen). Estoy feliz por haber sostenido y respetado el impulso. Es lo bueno de crear un habito: en algún momento, sigue solo. Hace un año todavía estábamos confinados, hoy estamos vacunados. Hace un año todavía no entendíamos lo que pasaba, hoy tenemos totalmente incorporados nuevas costumbres como saludar con el puño cerrado y usar tapabocas en público. Me gustó pensar la vez pasada que construir el hábito de escribir todos los domingos había sido como construir “un cuarto propio" al decir de Virginia Woolf: un espacio material de escritura. Creo que muchas veces usé la expresión “espacio de escritura" para referirme a este momento de autoencuentro pensándolo como un “espacio" mental, un permiso para salirme de la rutina doméstica y laboral. La vez pasada sentí que este espacio mental era equivalente a un espacio físico, como si tuviera un estudio, despacho, escritorio, refugio, alguna habitación especial a donde irme a escribir (especial, espacial). Cuando releí Trece recordé que hace menos de un año sentía que no podía emprender el proyecto 2 por no tener la posibilidad de aislarme para sumergirme en el encuentro con mi pasado. Ahora siento que este hábito de escritura, este espacio inmaterial pero consistente, me permite emprender la inmersión en cómodas cuotas. Ya no tengo que esperar la oportunidad para ausentarme un tiempo prolongado, puedo hacer el viaje por tramos, un poco cada domingo. Esta diferencia es fundamental y se basa en saber que voy a volver, que empiezo el viaje hoy y es obvio que hoy solo voy a recorrer una parte ínfima del trayecto, pero no importa, porque tengo la confianza y la convicción de que el domingo que viene haré otro tramo, y el otro, y el otro, y etc. No puedo dejar de relacionarlo con la práctica de yoga. Los dos grandes regalos del confinamiento fueron este espacio de escritura y yoga. Cuando empecé a hacer yoga, en abril del año pasado, hacía apenas 15 minutos cada vez pero casi todos los días y enseguida noté que me hacía bien, vi efectos positivos. Después fui aumentando los minutos de cada práctica pero las tuve que ir espaciando en la semana. Desde que volví a trabajar en forma presencial me propuse hacer yoga dos veces por semana en días fijos y estoy logrando cumplirlo. El gran aprendizaje de este año es el hábito, la constancia en algo por sí mismo, perseverar en un acto más allá de su resultado.
Un último comentario sobre este espacio inmaterial creado por el hábito: no solo lo creé para mí, sino también para mí entorno; al menos así lo siento. Rubén y Manuel se habituaron a verme escribiendo (por más que muchas veces, como ahora, escribo cuando todavía no se despertaron).
Hago una pausa. Se siente el sol, hasta me saqué el pantalón y las medias. Me encanta estar al sol pero me parece que para escribir no me va bien, tal vez debería correrme un poco a la sombra. Escribo con la lapicera de madera y como apoyo la libreta directamente sobre mis piernas la letra sale muy inestable.
Solución salomónica: como se despertó Rubén, le cedí el silloncito al sol y me mudé junto al ventanal pero a la sombra. Me vestí y agarré un libro para sostener la libreta y ahora el mate lo hace él. Una prueba más de que el espacio inmaterial de escritura no necesita paredes físicas ni aislamiento social sino una actitud interior: no me molesta que él este trajinando cerca, yo sigo en la mía.
Como dije en Trece, el Libro de Lecturas empezó con una idea muy simple: anotar todo lo que leía, como mínimo autor/a/s y título y, si se me ocurría algo más (posible respuesta a un hipotético ¿qué te pareció?), también. Un dato clave es que lo inicié al regreso de mi viaje de anagnórisis de 1993 (un viaje de cinco meses de mochileros por Europa con mi pareja de la primera juventud, al final del cual nos separamos después de nueve años juntos, con lo cual volví a Buenos Aires divorciada y sin trabajo –pero con vivienda propia, familia que ayudó mucho y amigues–).
El primer libro que leí a mi regreso fue América de Kafka. Me imaginé el aire que podría tener su adaptación cinematográfica y como me pareció una buena idea, la anoté en un cuaderno que tenía por ahí, ya empezado, donde anotaba cosas sueltas. Después se me ocurrió ser metódica y anotar todo lo que leía (aunque el todo enseguida dejó cosas afuera, por ejemplo mucha poesía, porque como digo en este primer tomo, “la poesía va y viene, leo y releo, hojeo, empiezo por la mitad y dejo sin terminar, es diferente”).
Ese primer cuaderno inicial no es el primer tomo del Libro de Lecturas porque meses después, no recuerdo bien cuándo, encontré en una librería unos cuadernos hermosísimos, de papeles lisos, gruesos y coloridos, según me dijeron entonces italianos; me compré los cuatro que había y pasé en limpio todo lo que había escrito hasta entonces que correspondía a mis lecturas. En la primera hoja del primer cuaderno escribí “AÑO NUEVO, VIDA NUEVA" y abajo “Lecturas a partir del 22.11.93” porque había decidido que 1994 había empezado con mi regreso a Buenos Aires en noviembre de 1993, cuatro días antes de mi cumple, y no en diciembre como dice el calendario. (Un legado del novio del que me separé en Europa es escribir las fechas con puntos entre los números en vez de guiones o rayas, era su estilo, según él es la manera alemana, y me la contagió.) En el revés de la tapa, con el paso del tiempo, anoté las fechas de escritura de los primeros once tomos del Libro de lecturas (es decir, hasta un poco después de que nació Manuel) y entre la tapa y la primera hoja guardé un papel, un fragmento del cuaderno rayado donde había anotado lo de Kafka, pero no lo guardé por eso sino porque del otro lado hay una anotación mía sobre el regreso a Buenos Aires después del viaje de anagnórisis que no transcribí cuando pasé en limpio lo del cuaderno rayado pero después considere que sí formaba parte de este libro. Lo que si transcribí está pasado en limpio muy prolijamente con mi mejor letra y tinta de distintos colores según de qué se tratara (negro para literatura, violeta para cine, verde para lo que leía para el proyecto con Luciana, azul para el seminario de Piglia). Por supuesto me hubiera encantado seguir con tanta prolijidad y en cuadernos semejantes pero no fue posible. [Es increíble todo el despliegue que viene haciendo Rubén frente a mí. Y aún así, acá estoy.]
Hay algo lindo en que inicié esa escritura al volver a América después de cinco meses en Europa y que lo primero que leí fue América de Kafka. En mi comentario remarco que es una América europea, lo que un europeo imagina sobre América. Ya ni recuerdo por qué elegí leer ese libro al volver de mi viaje, tal vez justamente por esto, por mi regreso.
Leí completo el primer tomo, llega a diciembre de 1994. Es un diario de mi vida en 1994 a través de lo que leí. Mis comentarios sobre lo leído oscilan entre lo técnico y lo intuitivo y mis críticas son impiadosas. Me resultó entretenido leerme, no tenía ganas de dejar. Tomé nota de algunos puntos clave en mi anotador auxiliar. Ya en este primer tomo aparecen cosas que fueron cruciales en mi evolución (la intuición, el autoconocimiento, la relación con escritores contemporáneos que pude conocer, Jaime Roos, el machismo de algunos escritos, el orden social, mi propia escritura, etc.). Tal vez lo más impactante es mi reencuentro con Rayuela de Cortázar porque recuperé la historia de las tres lecturas anteriores y en mi cuarta lectura (la de 1994) me enojé con Cortázar. Ahí consigné ese cambio de estética que llamé “la cualidad uruguaya” (“sencillez y profundidad indisolublemente unidas"). Me dio mucho placer la prolijidad, mi letra cuidada, el uso de los colores.
Ineludible tener en cuenta las condiciones materiales de este primer cuaderno. Vivía sola, en un departamento propio de un ambiente, tenía un trabajo muy bueno (porque trabajaba con amigas en algo que me gustaba y ganaba bien), estaba recién regresada del viaje y recién separada de Rogelio (y aunque no lo digo en este tomo, más adelante el divorcio me pareció una experiencia metafísica muy recomendable), todo tenía un aire de renacimiento con las condiciones de subsistencia más que cubiertas, con familia y amigues a mano para no sentirme sola y con la oportunidad por primera vez en mi vida de tener mucho tiempo para mí, para leer, para pensar, para hacer las cosas a mi ritmo sin condicionarme a nadie, etc. (Las amigas con las que trabajaba son Adriana y Marieta, las que me regalaron la libreta 1 madrileña).
Más datos a tener en cuenta (atención milennials, centennials o como se llamen): no teníamos teléfonos celulares ni internet en casa (y casi en ningún lado), solo el teléfono fijo y el contestador para recibir los mensajes de quienes llamaban cuando no estaba en casa. No teníamos identificador de llamada, solo podíamos saber quién llamaba al atender. Yo, además, no tenía televisor ni videocasetera: solo veía películas en el cine o en casa ajenas. Tenía todos mis libros y la posibilidad de comprar más porque ganaba bien y no mantenía a más nadie que a mí misma, pero solo leía en papel (impresos o fotocopias), nada electrónico y la música la conseguíamos en cedés o casetes. No googleaba ni wikipediaba al toque el dato que estaba buscando. Todo esto hace menos de 30 años.
Hice una pausa que se hizo larga, pasó el día, releí, depure, reorganicé y ahora solo queda la hoja final de la libreta 4, una última hoja amarilla; corresponde usarla para despedirme de ella. Se merece un lugar especial porque es la libreta de las grandes decisiones: acá decidí no comprar más libretas ni cuadernos sino fabricarlos yo y decidí dar inicio al proyecto 2 dentro del proyecto 1. Capaz que en algo influyó la alternancia de colores de hoja en hoja, tal vez la discontinuidad cromática abrió una puerta mental a nuevas posibilidades. Es también la libreta del primer aniversario y de la consolidación de la práctica cotidiana. Muchas cosas importantes. Queda la última carilla. Vamos a decirle adiós con un dibujo.
Anocheció y asomó la luna llenísima y plena, redonda y amarilla como el sol que le da su luz. Me acompaña mientras paso en limpio lo que escribí, cada vez más blanca y lejana a medida que sube en su camino. El cielo está absolutamente despejado, ella lo ilumina, reina y señora de la inmensidad, e irradia sobre mí su claridad tranquila. Lejos de luces urbanas sentiríamos más su influjo.
22.08.21
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