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Marina Pérez Muraro

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Domingo. Llueve intensamente, sin pausa, desde hace muchas horas. Cuando me fui a dormir, tarde, en la noche, seguíamos hundidos en el calor bochornoso, aplastante, húmedo y desmedido que nos mortificó en la semana. Al poco de acostarme se descargó la tormenta con tanta intensidad que las gotas de lluvia pasaron por entre las rendijas de la persiana de madera, atravesaron todo el ancho de la habitación y cayeron sobre mí, en la cama. Medio dormida, sentía las gotas de lluvia y me parecía tan increíble que tardé en asimilar la información, creí que era un cosquilleo propio sobre mi piel, un estímulo nervioso extraño. Finalmente me levanté y comprobé que me había alcanzado la lluvia, junto a la ventana podía sentir cómo entraba, había mojado el suelo y había llegado hasta mi cama. Increíble.

Apenas se descargó la tormenta, el alivio fue instantáneo. Antes, estaba en mal estado, embotada, me había empezado a doler la cabeza. Se descargó la tormenta con toda su furia y a mí me apaciguó. Me puede dormir, aliviada, escuchando la lluvia, mi cuerpo desaprisionado.

Me desperté unas horas más tarde, menos de las necesarias, así que seguí en la cama remoloneando y dormitando de a ratos. Finalmente me levanté para hacerme el desayuno con toda la intención de volverme con él a la cama —Manuel duerme y no lo voy a despertar, anoche se quedó hasta más tarde que yo instalando Linux en su computadora (algo que a mí me parece tan difícil como un doctorado en Harvard)—. En un gesto hacia mi desayuno que casi nunca tengo, me hice tostadas (por lo general como el pan sin tostar, no por preferencia sino por fiaca). Mientras tostaba el pan y pensaba cómo instalar desayuno y escritura en la cama (mi mesita de luz es mínima y está llena —porque no es una mesa sino un banquito—) recordé la mesa-bandeja o bandeja con patas que usaba Manuel cuando era chico y me pareció ideal. Me traje el mate, las tostadas y el queso untable en la bandeja verde y me sentí una reina. Un pequeño gesto para mi alimentación pero un gran salto para mi automimo y bienestar.

No sé por qué me gusta tanto hacer cosas en la cama. Lo siento como una especie de rebeldía, pero no sé hacia qué. Siempre me acuerdo de Buenas noches, Alejandro y como la vi en la infancia, surge una pregunta del tipo de "¿el huevo o la gallina?": ¿comer en la cama me parece un acto de rebeldía porque Buenas noches, Alejandro me marcó cuando era chica, o yo ya sentía esto y cuando vi la película me sentí identificada y por eso siempre lo asocio? Con el recuerdo borroso que tengo de mi infancia, diría que la película me impactó muchísimo (eso seguro) y que después, más grande, cuando empecé a vivir sola y a permitirme desayunar en la cama porque sí, por placer (no por estar enferma), asocié el placer a la película. La verdad, la cara de Alejandro cuando vive como quiere es la imagen de la felicidad.

Sigue lloviendo intensamente, a raudales (a caudales). La lluvia cae inclinada pero no hacia mi ventana si no, tal como la veo yo, de izquierda a derecha. Por momentos es tan fuerte que pone un velo blanco sobre el verde de los árboles. Lo único que veo por la ventana es el cielo blanco tiza y las copas verdes (del ficus, del níspero y de los árboles que están más atrás) sacudidas brevemente, luego otra vez quietas. No tiene pinta de parar. Anuncia una tarde de cine casero.

Ya terminé el mate y me comí las tostadas. Sigo en la cama con la mesa-bandeja ahora convertida en escritorio. Para sortear el borde de la bandeja, apoyé el libro blanco sobre las dos maderas que usaba Manuel para apoyar su notebook; son parte del equipo junto con la bandeja, todo pintado de verde claro, el color de Manuel en su infancia. Escribo con uno de esos elementos de escritura que no sé bien cómo se llaman, para mí no son ni biromes ni marcadores. Tiene la punta metálica y el cuerpo transparente deja ver el cartucho central con tinta de color. Este escribe verde. Capaz que lo podemos considerar birome (en un sentido amplio) o bolígrafo (¿estilográfica? Esa palabra acá no la usamos). No lapicera porque las lapiceras tienen cartuchos recargables; esto es descartable. Tengo que averiguar el nombre o bien llamarlo por la marca (creo que todos los que compré hasta ahora son de Filgo). Por un lado, escribir con esto tiene una ventaja: la tinta queda en el papel apenas lo roza, quiere decir que puedo escribir haciendo tan poca presión que casi no siento el acolchonamiento de la libreta. Por otro lado, por el otro lado del papel, la tinta se ve más que la de las biromes que usé hasta ahora y cuando escribo sobre el lado izquierdo, sobre las páginas que ya están escritas en el reverso, veo asomarse las lineas ya escritas y eso me incomoda. Para minimizar el efecto, cuando escribo sobre el lado izquierdo trato de escribir en el mismo camino de lo ya escrito, superponer trazos de ambas caras del papel para que no se transparente lo de un lado por entre las líneas del otro. Así, vamos bien.

Bajó un poco la intensidad de la lluvia y por unos minutos cantó un pájaro. Qué raro, creí que no cantaban cuando llovía. Volvió a callar. Unos minutos después, reapareció tímidamente. Tu-ti tu-tiiiii con un trino al final.

Me detuve buscando cómo seguir. Ya hablé del desayuno, de la lluvia y de la libreta. ¿Y ahora, qué? Oh, inspiración, oh, genio elusivo. Me gustaría ser como este pájaro y tener siempre algo para decir, aunque sea una misma frase, siempre la misma melodía. Se suaviza la lluvia pero se escuchan truenos a lo lejos (antes no tronaba), qué raro.

Me sigue gustando el acolchonamiento de la libreta, me sigue pareciendo un juego entretenido. Ahora ya llegué a la última hoja del segundo cuadernillo, ya pasó un tercio del papel al lado izquierdo, ambos están acolchonados. En la primera página del cuadernillo siguiente hay una frase que escribí yo en birome, no recuerdo cuándo, probablemente antes de hacer la libreta, cuando estaba preparando el papel; de arriba hacia abajo dice "Hola esto es una prueba".

Algo que pasa escribiendo así es que mi mano izquierda hace un poco de sombra, tengo que doblarla para que no moleste. El día está tan gris que esa pequeña sombra perturba. Escribo sin anteojos, además, así que veo todo difuso. Escribo junto a la frase "Esto es una prueba" solo de un lado de ella; del otro lado, el papel queda virgen; forma entonces una muralla en la escritura, un resguardo, una porción de papel robada a la catarata caligráfica que todo lo invade. Me da la idea de otro juego: dejar frases dispersas por la libreta al azar, en distintas orientaciones, para ver qué pasa cuando me encuentro con ellas, como interactúan con lo que en ese momento esté escribiendo. Será que estoy muy poco inspirada hoy y nada se me ocurre. Me puse los anteojos, tuve la sensación de que el desenfoque visual no me ayudaba a escribir. Encendí el ventilador de techo también, porque no corre aire y me dio calor. Hace mucho ruido y va muy lento, tengo que buscar a alguien que lo arregle.

¿Cuántas páginas puedo escribir sobre la nada misma? (Truena.) ¿Cuántas páginas tengo que escribir antes de que asome una chispa? Una chispa de algo que a mí me parezca valioso, que me parezca que puede ser interesante más allá de mí para algún otro que me lea. Esta sensación de que escribo sobre la nada y de que esto no puede interesar a nadie es casi permanente cuando escribo acá y sin embargo ya me dijo Alguien, y me lo dijo muchas veces, que sí le resulta interesante leerme, que le gusta leer esto que para mí es la nada misma, y me lo puedo imaginar, porque si me desdoblo y me imagino lectora, a mí también me gusta la literatura sobre nada. Y Manuel se levantó y me pidió que le haga un masaje en el cuello, además de que ya es hora de almorzar, así que tengo que dejar por un rato.


Me levanté, me vestí, le corté un poco el pelo a Manuel (solo las puntas de su larga cabellera), preparé la comida, lavé los platos de anoche, y mientras pelaba las verduras me pregunté ¿tengo que justificar mi escritura? ¿Si tiene un interés para otro que no soy yo, eso la justifica? ¿Escribir algo que tal vez solo me interesa a mí y publicarlo en la web es un acto rebeldía como la pequeña rebeldía de quedarme en la cama a la mañana, despierta, un pequeño motín que solo pude permitirme cuando dejé de vivir con mis padres (más concretamente, con mi madre, comandante en jefe)? Me suena a que hay algo semejante, no en los actos en sí (quedarme en la cama, escribir porque sí) sino en aquello que los sofoca; algo que tengo internalizado desde mis orígenes y que todavía tiene influencia. Si ya hubiera dejado de ejercer poder, no sentiría ninguna rebeldía. Ahora escribo en la cocina, otra vez, como la anterior, mientras se cocinan las verduras para el almuerzo. Llueve pero cada vez más suavemente. Y como ya están cocidas, dejo para terminar de preparar el almuerzo y comer. Quién sabe si volveré hoy.


Almorzamos, lavé los platos y ahora espero a Alguien. Pensé usar este rato para remendar ropa pero me agarró una melancolía, creo, por lo que pasó al escribir. Releí lo de hoy a ver si entendía algo. Tengo la sensación de que no sé qué quiero hacer hoy, también de que me hubiera gustado que pasara algo distinto al escribir; también de que me descubrí más condicionada por mi infancia de lo que había reconocido. Mis pequeñas rebeldías me suenan muy, muy menores. ¿Cómo puede ser que tenga tan poca libertad, a esta altura de la vida? No hablo de la libertad que dan otros (social, institucional, política, económica), hablo de la libertad interior. ¿Todavía, a esa altura de mi vida, si me quedo en la cama a la mañana me estoy rebelando contra el mandato materno? Quisiera recuperar la sensación de alegría, de hacer lo que quiero, pero quedó opacada por la duda. ¿Es el día gris? Ya no llueve pero sigue nublado. ¿Dónde está la insatisfacción? Ahora escribo en el living, en el silloncito. Floreció el jazmín. Cada mañana asoman cinco florcitas de Santa Lucía que durante el día desaparecen. Tendría que seleccionar con qué plantas quedarme porque ya hay demasiadas en el balcón. Y llegué al centro del tercer cuadernillo.

La mayor libertad sería no tener contra qué oponerse. No que no exista oposición, sino que una ya no sienta su influencia. Realizar cada acto porque sí, por sí mismo, por placer, impulso o razón, sin marco, sin paisaje alrededor, pero ¿es eso posible? ¿para mí, para todos? ¿no hay siempre un marco sobre el que se recortan nuestras acciones? Un marco que valora o cuestiona lo que hacemos y que no es externo, está internalizado. Levantarme a hacer el almuerzo para un hijo, está bien. Lavar los platos después del almuerzo, está bien. Escribir en vez de remendar, bueno, puede pasar, no es urgente el remiendo, ya lo voy a hacer. Ponerme a escribir en la semana en vez de laburar, está mal, tan mal que ni siquiera me lo planteo como posible. Me siento rara. No me gusta a dónde llegué. Me parece que me tiene confundida el día gris (la grisaille).

Igual, hoy hay algo de paz. Todo está inmóvil ahora y dejé la mente en blanco por un rato.

17.12.23




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