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  • Marina Pérez Muraro

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Primer día del año. Empezó el 2024. Empiezo el año con tareas pendientes: nunca pasé al blog la entrada anterior, no terminé de ordenar y limpiar la casa como me propuse a mitad de año, no logré organizar mis horarios ni la alimentación familiar como soñaba, y en mis dos trabajos tengo pilas de tareas pendientes. Pero hice otras cosas, en la segunda mitad del año, que antes ni me animaba a soñar.

Empezamos el año con cero ánimo festivo, más bien bajo cero, negativo, no solo sin ilusión, sino con miedo al 2024, a todo lo que anuncia. Diez días antes del fin de año Krakatoa erupcionó con una virulencia pestífera, macabra, diabólica y maquiavélica. Vimos con pasmo los torrentes de lava saliendo del cráter, cubriendo y calcinando todo a su paso, amenazando con partir la corteza terrestre, mientras el cielo se oscurecía de ceniza y miedo. ¿Tan fácil es destruir? ¿Tan débiles son las construcciones humanas? Es horroroso constatar cuán frágil y precario era lo construido con tanto esfuerzo. Como si nos hubiéramos creído el último chanchito del cuento, el que construyó su casa con cemento y ladrillo, cuando en realidad éramos como el primero, nuestra casa era de paja apilada, con un solo soplido el Lobo Feroz pudo dejarnos en el páramo, desamparados. Veremos cómo se porta el 2024. Veremos si el Lobo Feroz pudo soplar con fuerza suficiente, veremos de qué material estaba hecho nuestro sistema político.

Hay más fragilidades que me angustian: cada vez veo más frágiles a mis padres con sus 84 años. Qué se puede hacer mas que acompañarlos y amarlos.

Qué se puede hacer salvo ver películas dijo el gran Charly hace años. Eso hicimos, inauguramos un cine club de dos en el living de casa; una de las cosas buenas que pasaron. Y hay que defender lo que está bien en el mundo, como dijo Jorge Larrosa —hoy más que nunca—.

Cosas que hacen bien: mi balcón reverdecido y florecido, cada vez más exuberante. Ahora, cada mañana, cuando me asomo al balcón me reciben cinco o siete santalucías, brillantes con sus dos pétalos azules como orejas de Dumbo. Durante la mañana resplandecen, al mediodía ya no están y a la mañana siguiente reaparecen. Hace pocos días, una mañana un poco más fresca de lo habitual, se quedaron dormidas, cuando me asomé todavía no estaban abiertas, las pude ver remoloneando en sus cunitas verdes antes de aparecer. Otra vez, al regar al anochecer, metí la mano en la maceta donde meses atrás había plantado una cebolla y quedaron en mi mano cuatro cebollitas recién nacidas. Me emocionó mucho sacar comida de la tierra, ¡un milagro! Más milagro aún porque recordaba haber plantado una cebolla y lo que nacieron parecen cebollas de verdeo. Milagro o mala memoria...

Escribo interrumpida por mensajes de felicidades, propuestas de encuentros y organizaciones con mi hermana por las próximas visitas médicas de nuestros padres. Todavía no almorcé. Hice yoga al levantarme (¡por fin!) y desayuné tarde. Encontré más pliegos del papel de mudanza reutilizado como los que usé para hacer esta libreta, los planché y los dejé bajo peso para alisarlos y hacer otra libreta acolchada en el futuro.

Está hermoso el tiempo, muy amigable. Hoy no parece verano sino una primavera benigna. Ojalá siguiera así hasta el otoño. Sé que es imposible. Está tan agradable que ni ventilador tengo encendido, hay una brisa hermosa que entra por el ventanal y me acaricia con la misma suavidad que las manos de Alguien. Se mueve el cedrón, se mueven las largas ramas de té de burro que crecieron como nunca este año, me embarga la emoción por Alguien y me pregunto cuánto escribir acá, cuánto publicar, hasta cuándo me voy a cuidar, ¿tiene sentido?

Mi cuerpo despertó, mi alma, se abrieron las compuertas de la emoción, se quebraron los diques de contención, mi cuerpo ya no es mío, es compartido, es total cuando estamos juntos y si no es a medias, me inflama el deseo y tengo ganas de dejar de escribir y llamar a Alguien para vernos. Me parece que va a ser mejor.

1.1.24



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