¡¡¡QUÉ REENCUENTRO!!!
¡Cuántas ganas!
La libreta me esperó pacientemente y yo me hice rogar. Ganas no me faltaron, pero se me juntaron varias cosas que me apartaron de la escritura (laburo extra, una seguidilla de molestias físicas que todavía no desaparecieron del todo pero ahora están muy atenuadas, bajón por Krakatoa, sesiones de cine club casero —sarna con gusto no pica—, priorizar yoga por sobre escribir, etc.). Hoy decidí priorizar la mente / el espíritu por sobre el cuerpo y en vez de hacer una sesión completa de yoga, hice solo unos estiramientos y me puse a escribir.
Contextualicemos: es domingo, hace un mes el calendario dijo que empezó el otoño y el clima lo dijo unos días más tarde pero al toque se primaverizó. Hoy hay algo de sol, una temperatura agradable (ni frío ni calor) y una "nubosidad variable" (como dicen los meteorólogos) que anuncia lluvia más tarde. Hubo muchos días de mucha lluvia, algunas de las plantitas que había traído de lo de Patricia se ahogaron con tanta agua y murieron. Tiré la planta acuática que traje de la reserva; a los pocos días de instalarla en el balcón me di cuenta de que era una locura tener un miniestanquecito de agua con la epidemia de dengue que hay (impresionante, hay dengue por todos lados, volví a sentir la paranoia sanitaria como al comienzo del covid). El balcón sigue exuberante, se va poniendo selvático. Aparecieron plantas nuevas y otras murieron. Cambié de lugar algunas macetas del lateral, ahora la planta Frida Kahlo volvió a las alturas y domina ese sector con sus crenchas largas y verdes (no sé cómo se llama, y como hay un cuadro de Frida Kahlo —un retrato de ella— donde al fondo se ve una planta así, siempre la relaciono con ella). Es domingo, un poco antes del mediodía. Estoy en el living, en el silloncito, entra algo de brisa, puse un sahumerio para disimular el olor del raid que tiré recién, el humo viene derecho a mi nariz. No hay sol a la vista sino unas nubes de un gris azulado, acuarelosas, pero cada tanto un rayo —o algo más sutil que un rayo— se entrevera e ilumina cerca del ventanal. Cuando entra, el recorrido de la luz es muy lateral, en diagonal.
Tengo ganas de que aparezca un mate mágicamente al lado mío; tomaría unos mates ahora, pero si me levanto para prepararlo tengo que interrumpir la escritura y no quiero. A ver, practiquemos la telequinesis, a ver si solo con desearlo la pava se llena de agua y la calienta y el mate se prepara solo y viene hasta mí, sin necesidad de mi intervención manual (... no funcionó). Sigo sin mate.
Esta libreta ya está muy usada. Notoriamente hay más hojas del lado izquierdo que del derecho, y se siente mucho la diferencia de acolchonamiento entre un lado y el otro. Ahora que escribo sobre el derecho siento la dureza del libro sobre el que está apoyada. Quedan solo 7 hojas sin escribir, no creo que la termine hoy pero sí, muy probablemente, la próxima vez que escriba acá. Y ahora di vuelta la hoja y otra vez escribo sobre el lado izquierdo, el acolchonamiento es de caminata lunar, muy notorio. Me gusta, es divertido. Se hunde la libreta donde pasa la punta de la birome y crea unos valles y colinas móviles a medida que avanza. El papel marrón y arrugado contribuye a la imagen de un terreno natural en miniatura, un desierto con dunas moviéndose por el viento (el viento que provoca la birome desplazándose sobre el papel) (otra vez el lado derecho).
Hubo algo que escribí hace un mes, casi, que no pasé en limpio pero puede que lo incluya ahora. Lo escribí angustiada, por eso no quise publicarlo entonces. Ahora que esa angustia se marchó, me animo a publicarlo. ¿Qué animal podría representar a la angustia? La alegría es un pájaro; la tristeza, un gato; la angustia, ¿qué animal es? Me va a costar contestar esta pregunta hoy porque ahora no estoy angustiada. Recuerdo que a mis 20-y-pico-casi-30 sentía que la depresión es una nube negra que aplasta. Décadas después vi un corto animado que equiparaba la depresión a un perro negro, estaba muy bien desarrollada la imagen. Como leí hace poco Coronada de Nicolás Baintrub, se me ocurre que la angustia podría ser un ave rapaz, un águila como las que describe el libro, con garras, fuerza y ninguna piedad hacia sus presas; pero evidentemente estoy influenciada por el libro. Trataré de responder la pregunta la próxima vez que sienta angustia.
Qué placer escribir a mano. Un placer semejante deben de sentir los pintores. Nunca lo había pensado. Me resulta más fácil imaginar el placer de ir poniendo colores sobre una tela, digamos el placer visual de los colores y las formas, pero recién pensé que si yo siento placer al mover mi mano sobre el papel y ver aparecer letras una tras otra, podría ser que los pintores también sientan placer al mover su mano sobre la tela, desplazar el pincel hacia un lado u otro, etc.
Algo intermedio entre pintura y escritura: la caligrafía. Los calígrafos orientales muy probablemente sentirían placer al desplazar sus pinceles con tinta y crear esas formas tan armoniosas. Implican movimientos como danzas y una disposición mental / espiritual muy en consonancia.
Pensar en la caligrafía china me llevó a pensar en Fabienne Verdier y dudar si hablar de ella o no por sentir y críticarme que me voy siempre por las ramas; crítica por demás absurda porque solo hay ramas por donde irse en mi escritura libretística; no hay ningún tronco principal del cual me estoy alejando. Solo ramas, paso de una a la otra como el Barón Rampante de Ítalo Calvino que vivió décadas en las copas de los árboles sin pisar el suelo. Parte del placer también de escribir acá: me puedo ir para cualquier lado, no le debo tributo a ninguna historia, ninguna idea, ninguna época; no le debo reverencia a ninguna forma ni a ningún género; no está la superstición del argumento, la estructura o la trama; no hay tronco central, solo ramas entrelazadas, aéreas, sin sustrato, que van apareciendo a medida que avanzo. “Literatura digresiva” la llama Pablo, y me gusta esa definición.
Pero volvamos a la rama Fabienne Verdier, ya que la mencioné. Es una francesa que estudió caligrafía en China y hace unas obras tan gráciles como los trazos orientales pero con unos pinceles gigantescos que cuelgan del techo (y cuando digo “gigantescos” es literal). Como ya hablé de ella en cuentogotas, para no repetirme, remito al lector interesado a mi entrada de entonces.
Quedan solo tres hojas y media libres, me pregunto si parar acá para terminar la libreta la vez que viene, pero no tengo ganas de ser ahorrativa, tengo ganas de seguir. Como otras veces, cuando llega al final de una libreta me agarra una especie de añoranza anticipada, me apena que se termine, cada una es diferente y con cada una siento cosas distintas, me gustaría que todas sean eternas pero también me gusta variar, empezar una nueva y encontrarme con otro papel, otra textura, otras interacciones. Pero eso será la próxima, ahora estoy todavía con mi libreta acolchada, única, no habrá ninguna igual, incluso aunque fabrique otra con este mismo tipo de papel, cada arrugamiento es azaroso y por lo tanto irrepetible, y la suma de azares acumulados se plasma en un objeto único —objeto, sujeto o evento— como dice otro bello corto animado, El poeta danés (se lo mostré a Pablo la semana pasada porque veníamos hablando de la suma de azares acumulados que propiciaron nuestro encuentro).
Cuántas referencias estoy incluyendo hoy. Se ve que le perdí el miedo a Escila, ya no me preocupa, me animo a jugar con ella. Tal vez las referencias son una forma de explicitar mi contexto mental, así como explicito mi contexto ambiental cuando me pongo a escribir. Escribo a mano sobre una libreta acolchada hecha por mí, sentada en un sillón al lado del balcón, con luz diurna pero sin sol, escuchando cada tanto voces de vecinos y pájaros extraños que antes no había, y además tengo esta caja de resonancias en mi interior: jerga meteorológica, Baintrub, Calvino, Verdier, calígrafos chinos, Frida Kahlo, tantos pintores, el perro negro, el poeta danés, los mitos griegos, Pablo, mis textos anteriores, y mucho más que no puedo nombrar porque sería un aleph (apareció Borges, esta es la historia de nunca acabar —apareció mi infancia— etc.)
Me da ganas de seguir pero me empieza a abrumar pensar el tiempo que me va a llevar pasar en limpio todo lo que escribí hoy (más lo de la vez pasada que no publiqué). ¿Qué hago?
Otra duda: ahora quedan libres una hoja y media. Si dejo acá, la próxima vez tendría dos opciones: empezar acá e in media res cambiar a la próxima libreta (no me entusiasma la idea) u obviar lo que haya quedado libre acá y pasar directamente a la siguiente libreta (tampoco me gusta la idea de dejar una libreta incompleta pero me parece el mal menor). Una tercera opción es garabatear lo que sea acá como para completarla ahora, aunque eso implique más escritura insustancial que me llevará tiempo pasar en limpio. O sea, descubro que no tengo la superstición del tronco central pero tengo la superstición de no dejar páginas en blanco y de no saltar de una libreta a otra en una misma sesión de escritura. Supersticiones del formato, podríamos decir, de lo material por sobre lo espiritual, autolimitaciones del juego que me inventé hace cuatro años.
Y llegué a la última carilla de la libreta nomás, se resolvió el misterio, la termino hoy. Solo queda espacio para la despedida. Como tuve un período de silencio, estuvimos muchos meses juntas. Me encantó usarla, el acolchonamiento es muy divertido. Me gusta pensar que voy a poder fabricarme otra parecida y volver a jugar con paginas acolchadas. Bueno, libreta, llegó el momento de decirte adiós, gracias por divertirnos juntas, me encantó escribirte.
21.4.24
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