Hoy también, como la última vez que escribí, es un sábado al mediodía del comienzo del invierno; Manuel duerme, Pablo trabaja y yo escribo; pero el tiempo está exactamente al revés: es un día radiante, hay un sol rutilante, el cielo está despejadísimo, pero el aire es una heladera; estamos en medio de una ola polar desde hace días que va a durar una semana más (dicen) y nos hizo ser un país más frío que Groenlandia (dijeron). Para mi mente subtropical, este despliegue solar acompañado de semejante frío tiene visos de contradicción. Miro el sol desparramado en el balcón, haciendo brillar cada planta, cada árbol, cada mota de polvo, y no puedo asociarlo con el frío, pero es así, están ambos juntos hoy. Me pareció una buena imagen de mi felicidad personal gracias al amor con Pablo conviviendo con la realidad nacional (Krakatoa) e internacional que es más bien un asco por todos lados. No son contradicciones, son cosas muy diferentes que conviven sincrónicamente. Ninguna es causa ni consecuencia de la otra.
Releí lo que escribí la vez anterior y pensé que hay algo de sabiduría en recién aceptar una verdad dolorosa cuando somos capaces de asimilarla sin que nos destruya. Estoy sorprendida por la claridad de mis sentimientos, la contundencia. Otra vez vuelve mi reflexión sobre los límites. Esa sensación de que ahora que soy consciente de esto —o aquello— ya no puedo retroceder, que ya no puedo volver a ver el mundo como lo veía antes. Podría ser parecido a aprender a leer: una vez que aprendimos, ya no podemos dejar de leer si vemos palabras ante nuestros ojos, es involuntario. O como “perder la virginidad”… a mis 15 años la virginidad era un tema del que hablábamos mucho, y a mí lo que me rompía el coco era ¿cómo puede ser que exista una palabra para nombrar algo que consiste solamente en la ausencia de una experiencia? La virginidad sexual no es algo en sí misma, solo indica que la persona “virgen” nunca tuvo relaciones sexuales. ¿Hay una palabra para nombrar cada experiencia que no tuvimos en nuestras vidas? Tantas cosas que no hice ni haré nunca y no merecen un nombre propio. Me perturbaba que la ausencia de una experiencia se convirtiera en algo en sí mismo, adquiriera un valor positivo, sobredimensionado. Pero bueno, me fui por las ramas de mis recuerdos de adolescencia. La analogía ahora va por otro lado: efectivamente, a partir de la primera vez que une hace el amor con alguien, ya no puede volver al estado anterior de inexperiencia. Pero prefiero dejar acá de explorar el símil, porque me veo derivando en la infinita variedad de las experiencias sexuales y en los profundos descubrimientos que vengo experimentando desde que conocí a Pablo y eso me va a llevar a confesiones “demasiado íntimas para la web”, así que mejor me censuro acá. Además, me puse a escribir de contrabando, tengo que salir a hacer compras, almorzar, ducharme, laburar un rato… tengo que dejar.
29.06.24
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