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Marina Pérez Muraro

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Inauguro la libreta 10, en un tiempo acotado, un rato del domingo después del desayuno-almuerzo y antes de salir a ver a mis viejos. Estamos en el patio del edificio, disfrutando el sol después de unos días de mucho calor; como hay viento fresco, nos sentamos en las hamacas que es donde queda solcito. Son más de las 3 de la tarde y buena parte del patio ya está ensombrecido. Acá me da el sol en la cara y casi todo el cuerpo pero no me molesta porque la temperatura es muy agradable. El mayor sonido es el revuelo de hojas por el viento. Yo estoy sentada en una hamaca en el sentido habitual para hamacarse, con mi pierna derecha flexionada sobre la izquierda que apoya en el suelo, y me balanceo suavemente de atrás a adelante. Sobre el muslo derecho se apoya un libro y sobre él, la libreta. Escribo con un marcador celeste de punta fina y la letra sale horrible, supongo que por lo inestable del conjunto. Pablo está en la hamaca de al lado, a mi derecha, pero él se sentó a horcajadas del asiento, una pierna a cada lado, y apoyó su espalda en la cadena que lo sostiene. Él, cuando se balancea, también va para su atrás y su adelante, que para mí es más cerca o más lejos de mi derecha. Para él, yo estoy enfrente; para mí, él está a mi lado. Todo el conjunto (dos hamacas, dos personas, dos direcciones de balanceo) se armoniza en un sistema –como el solar– de acercamientos sutiles e intercepciones posibles. Está leyendo; ahora se inclinó hacia adelante (su adelante) y apoyó su codo izquierdo en su pierna izquierda.

Esta libreta es la cuarta que hice yo, la primera que hice con el procedimiento de coser los cuadernillos directamente a un lomo flexible, como conté en 64. Aunque es una técnica que en los tutoriales siempre buscan que quede con look medieval, yo usé para las tapas/lomo un material bien industrial: un sachet de leche. Demostré que se puede hacer así, pero recuerdo que me resultó trabajoso manipular el sachet porque es demasiado resbaloso, todo se desliza, y los cuadernillos quedaron cosidos al lomo demasiado flojamente. Son solo dos cuadernillos de 16 hojas cada uno, del mismo papel que vengo usando para hacer libretas (excepto la acolchada). Esta libreta se puede plegar por completo sobre sí misma (como la 5, también cosida al lomo) y en la tapa me sonríe beatíficamente una vaca, epítome de las que nos dan la leche "en generosa actitú" como dicen Les Luthiers en su payada.

Empezó noviembre, el mes del jacarandá, y ya explotaron en las calles. Tal vez por las minivacaciones que nos tomamos a mediados de octubre —que me agarraron por sorpresa y posiblemente desacomodaron mi almanaque mental— cuando vi los primeros jacarandás floridos en la calle me sorprendí, como si hubieran florecido fuera de tiempo, y después caí en la cuenta de que ellos estaban bien, habían florecido cuando les toca, era yo la desubicada. ¿No sé en qué momento del año vivo?

Cambio de pierna, ahora la izquierda se apoya sobre la derecha. A veces siento más el calor del sol, a veces más el fresco de la brisa, a veces el calor solar en mi lado derecho y el fresco de la brisa en el lado izquierdo; a veces el balanceo de Pablo parece circular, como si se moviera en redondo alrededor de un centro donde cuelga la hamaca. Supongo que además de ir para su atrás y su adelante, al mismo tiempo cambia el peso de una pierna a la otra. Tiene un método de lectura diferente al mío: lee varios libros en simultáneo, alternando entre unos y otros según la disposición de cada momento, por eso siempre va con más de un libro a cuesta. En secreto, lo admiro: para poder hacer eso, yo necesitaría más memoria y más atención de las que tengo.

Además de los jacarandás en las calles, en estas semanas sin escribir muchas otras flores aparecieron en los balcones y en el patio. En mi balcón florecieron al mismo tiempo diez clivias, un escándalo de color y exuberancia; también las dimorfotecas, los malvones, la kalanchoe, etcétera. Todo reverdeció y prosperó, y ayer, fugazmente, pasó un colibrí de un balcón al otro. También maduraron los nísperos; el árbol del jardín está lleno de frutos naranjas y este año pudimos recolectar algunos, deliciosos; y dos limones.

Acabo de pensar en el reloj, debería fijarme la hora. Apoyo mi hombro derecho y cabeza contra la cadena de la hamaca y disfruto el sol. Está hermoso. Canta el pájaro que nos deleita durante la noche. A veces parece uno, a veces parecen varios. Días atrás sonaban claros y potentes en el silencio nocturno. Abrazados en la cama, en la oscuridad, en la quietud inmensa, sentí que el canto de los pájaros creaba el espacio y sostenía la cúpula celeste. Sospecho que es una idea de Saer, que en alguna página suya leí algo así, o será que puedo percibir así gracias a él o gracias a algún otro poeta, porque son los poetas quienes con sus cantos crean espacio y lo sostienen.

3.11.24





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