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Marina Pérez Muraro

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Primera semana de ausencia. Todavía no me parece cierto. Sigo sin caer. Estuve en su departamento con Natalia, ayudando a Mariana a vaciarlo. Encontré mis libros en su biblioteca, ubicados en la P, como una escritora más. Dentro de Zona crepuscular estaba la fotocopia del dibujo que hice en 1996 para dar mi nueva dirección a mis amigues; y dentro de Cartagineses, el folleto de la muestra de teatro en la que recité mis poemas, creo que también en 1996 (Cartagineses es una rejunte de cosas que pasé a máquina, fotocopié y abroché cual libro casero hace añares; ni lo recordaba, ni lo considero obra literaria, pero Silví lo guardó todos estos años como si lo fuera). En un estante pequeño junto a su escritorio donde tenía portalápices y cosas de escritura, en la misma posición que un par de libretas bonitas a todas luces traídas de algún viaje y nunca usadas, estaba el cuaderno que hice en el verano y le regalé para su cumpleaños; por su supuesto, sin usar. Me hubiera gustado que lo usara para sus cosas de todos los días, que lo llenara de anotaciones y lo manoseara mucho, que lo gastara bien gastado, le habría hecho otro cuando lo terminara. No pudo ser. El jardín de los senderos que se truncan. Hay tanta narrativa sobre las grandes decisiones ¿no? En nuestras propias vidas, por ejemplo, dedicamos tiempo a pensar si mejor hacer o haber hecho esto o aquello; en los relatos históricos, en las noticias, en la literatura; tantas palabras alrededor de los momentos cruciales, los que tuercen destinos, como nudos que desvían fuerzas imaginarias. Pero de lo que más hablamos estos días con Mariana, Natalia e Inés fue en qué medida las pequeñas acciones cotidianas de la vida de Silvia participaron en la crisis final. Si no se hubiera pasado tantos años alimentándose como se alimentó… si no se hubiera pasado tantos años trabajando de noche… si no se hubiera tomado tan a pecho el trabajo… si hubiera podido disfrutar más y exigirse menos… Hubo grandes momentos trascendentales pero también un continuum indiferenciado de pequeños hábitos de consecuencias imperceptibles que construyeron su vida y, tal vez, su muerte. Primera vez que escribo esta palabra relacionada con Silvia. Me quedé mirándola. Acá está: muerte. Silví murió. Se murió. La mataron sin querer, no la atendieron bien, la mató el covid, la pandemia, no sé bien qué o quién. No puedo creerlo, no puedo tolerarlo, no puedo aceptarlo. No puede ser que ya no esté. Basta, basta con esto, no quiero seguir. Si la viera aparecer ahora creería que todo fue un mal sueño que finalmente se esfumó y la abrazaría con fuerza.

Empezó el otoño. La semana pasada hizo mucho calor, parecía pleno verano de nuevo, y el viernes refrescó. Ayer y hoy estuvo hermoso, soleado y fresco. Mañana es el cumpleaños de Patricia. La vida continúa, nacen bebés, hacemos proyectos, celebramos lo que podemos. Se puede hacer poesía después de Auschwitz, se puede aceptar la alegría después del horror, como dijo Saer. ¿La habrán recibido bien a Silví, Piglia y Saer, cuando pasó del otro lado? También encontré en su biblioteca el libro que Piglia le envió autografiado en respuesta a su carta de amor. Lo busqué porque recuerdo muy bien cuando Silví me contó que le había escrito una carta a Piglia y dudaba si mandarla o no. Por supuesto le dije que la mandara; mi respuesta era cantada porque yo había hecho lo mismo con otros admirados, por eso siempre pensé que si me preguntó a mí era porque quería recibir aliento para hacerlo. La envió y Piglia le respondió con una carta escrita por su secretaria y un libro dedicado de puño y letra (ilegible como siempre, hay una palabra que no entiendo). Cuando Mariana me propuso llevarme un recuerdo de Silvia pensé en este libro y se lo pedí, porque siempre nos unió el amor por Piglia y por Saer y cuidar ese libro es honrarla.

Estoy escribiendo la noche del domingo después de cenar, con la luz del velador, una birome azul, la libreta sobre mis piernas. Se escucha el viento golpeando cosas afuera. Está el gesto manual, estoy yo, pero no hay magia, otra cosa se impone. Es muy rara la palabra ausencia: lo que yo siento ahora es una presencia, Silvia está en todas partes. Viva, estaba en un sitio en particular, haciendo algo determinado. Ahora está en todos mis minutos, está en su dejar de estar, presente en su ausencia. El sentido de la ausencia es la nostalgia. En este mismo momento hay 7.800 millones de personas que no están presentes en mi departamento, pero la única que falta es Silvia. Y, al mismo tiempo, la siento presente, adentro mío, todo el tiempo. Por suerte la recuerdo sonriendo, feliz, contenta con estar en su casa, con ganas de hacer cosas. Recuerdo sus palabras de amor y su cariño infinito.

20.03.22



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