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  • Foto del escritor: Marina Pérez Muraro
    Marina Pérez Muraro
  • 16 jul 2022
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 13 nov 2022

Sábado al mediodía, sigue nublado, volvió el frío. En un par de horas saldremos a visitar a mis padres. Escribo en la última mitad del último cuadernillo de esta libreta con un lápiz de color rojo, la libreta de tapas rojas apoyada sobre una carpeta de cartulina también roja, de un rojo alegre y brillante. Agarré está carpeta porque me desperté con una frase de John Berger en la cabeza (una frase del texto tan hermoso con el que lo descubrí y ya mencioné acá) y en esta carpeta guardo una fotocopia de ese texto junto con otros poemas y fragmentos que me gustan mucho, en general relacionados con la escritura. En una época esta carpeta era una herramienta en uso, después se convirtió en archivo, abandoné el papel y me pasé a lo digital: ya no copio a mano lo que me gusta de un libro, lo escaneo (ahora me doy cuenta de que deberían incorporarse a esta carpeta roja varios archivos que tengo desperdigados por mi PC, mi celular o mi tablet. A organizarme... algún día). En la carpeta roja hay transcripciones a mano de libros ajenos hechas por mí hace décadas, algunas fotocopias y algunas impresiones de computadora; entre ellas, algunas hechas con impresoras “de punto”, las que se usaban antes de las de “chorro de tinta”, las que  fabricaban laboriosamente cada letra puntito junto a puntito y solo escribían con dos tipografías posibles. Esos papeles me parecieron una reliquia mayor que mis apuntes a mano, y la extrañeza tiene sentido, porque todavía uso la escritura a mano pero si quisiera imprimir con una de esas impresoras ya no tendría dónde hacerlo. Como dijo (creo) Oscar Wilde, nada es más viejo que lo que acaba de envejecer. La escritura a mano tiene 5000 años, la de impresoras de punto 40 o 50, pero parece mucho más antigua (obsoleta, perimida) porque la escritura manual la seguimos usando y esas impresoras ya no. Estuve un rato paseando por el contenido de mi carpeta, recordando tantos textos maravillosos, y me dio ganas de hacer algo con esta selección,  algo que conserve también su aspecto visual y recupere esas tecnologías aunque sea con una imagen. Veremos. Agarré el lápiz rojo porque fue el primero de color que apareció cuando abrí la cartuchera y pensé que combinaba con libreta y carpeta, además hace mucho que no uso un lápiz de color y falta poco para terminar esta libreta, pensé que estaba bueno retomar esta posibilidad. Con este lápiz el ritmo es bueno, la letra también, no necesitó demasiadas interrupciones para sacarle punta, pero siento la mano dura, requiere más fuerza, me cansa un poco y todo queda muy clarito.


Interrumpí un ratito, hablamos con Rubén del almuerzo,  él está en la cocina reciclando las sobras de ayer y puso música pop fuerte para acompañarse. Es música que me gusta, pero en este momento siento que me inunda, su contundencia sonora me envuelve y me aleja de la escritura. Ventajas de ser diestra en la escritura y medio sorda del oído derecho: puedo taparme el oído izquierdo con la mano izquierda y seguir escribiendo con la derecha (aunque no es tan cómodo porque el papel temblequea al paso del lápiz como si pasara un tren); puedo recuperar un silencio de pecera, de cámara aislante, la cualidad acústica de aislarnos del entorno y escuchar nuestro propio cráneo de otra manera; como el oído derecho no está tapado, esta sensación no es absoluta. Escucho más fuerte los cambios que producen las diferentes presiones de mi dedo sobre mi oído izquierdo que los sonidos externos que llegan a mi oído derecho.

Otra cuestión corporal es que tengo los pies fríos, me tengo que poner mass media. Ya lo dijo Macedonio en su tratado sobre eudaimonía: no hay que irse a dormir con los pies fríos. Y tampoco estar despierta con los pies fríos si podemos evitarlo, agrego yo. Dejo acá porque está todo medio complicado.

16.07.2022


 
 
 

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