Doce
- Marina Pérez Muraro
- 27 sept 2020
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 21 may 2023
Domingo. Nublado. Por fin el momento más acariciado de la semana. Iba a ser ayer, pero por elecciones mías y cosas que fueron surgiendo quedó para hoy. No hubo sol ni ayer ni hoy (hubo tormentas y lluvia ayer, hoy sigue cubierto), faltó esa parte del ritual. Ayer hice ejercicio, hoy no para llegar antes a este encuentro. Hoy estoy probando un lápiz Staedtler alemán 2H de franjas amarillas y negras con sombrerito verde que está casi nuevo. En uno de sus lados está raspada la cubierta para que se vea la madera interior y tiene escrito MANUEL. Es decir, era un lápiz de Manuel de su primaria y en algún momento en que lo dejó de usar pasó a vivir a mi cartuchera, donde lo encontré días atrás. Qué poco usamos estos lápices en casa, debe de tener unos 12 años por lo menos y está casi nuevo. Le saqué punta antes de empezar; con la punta ultra afilada es medio duro para mí, pero a las pocas líneas ya se había redondeado lo suficiente para fluir como me gusta. Vamos bien juntos.
Qué curioso que vengo hablando de la relación entre mi mano y los instrumentos de escritura sin pensar que hace un año no podría haber jugado este juego y que si ahora puedo jugarlo sin pensar en eso quiere decir que puedo pasar por alto el problema. Hace un año y cuatro meses me caí en la calle y me rompí el quinto metacarpiano de la mano derecha (escribo con la derecha). Estuve dos meses con la mano inmovilizada (me pusieron un clavo que después sacaron y una férula) y después otros 2 meses y medio en rehabilitación pero cuando me dieron el alta todavía no podía ni estirar ni flexionar la mano como antes. Seguí rehabilitándome por mi cuenta y fui mejorando lentamente, ahora está casi igual a la otra (no del todo pero casi). Hay por ahí una prueba que hice de escribir con la derecha antes de empezar la rehabilitación, Rubén se enterneció y dejó el papelito a la vista. En estos días caí en la cuenta de que vengo hablando acá de las sensaciones de escribir con distintos lápices y nunca mencioné mis dificultades para agarrarlos con la derecha, quiere decir que estoy muy recuperada. Últimamente me doy cuenta de que pasa algo con mi mano cuando trato de sostener algo chiquito en la palma derecha (por ejemplo, una moneda) o cuando trato de pelar una fruta agarrando el cuchillo hacia mí, esos momentos me cuestan. Agarrar el lápiz no se me complica.
Está asomando un rayo de sol por algún hueco entre los nubarrones. Ojalá.
¿Qué más sobre el contexto? Hay silencio. No escucho a mis vecinos ni a los pájaros. Acá cerca, supongo que en el jardín del edificio, hay uno que me encanta cómo canta. Rubén me dijo que es un mirlo, un blackbird como el de la canción, que por lo general cantan antes del amanecer (singing in the death of night), el nuestro canta a eso de las 4 de la mañana pero tiene temporadas de cantar a la tarde también, en estos días empezó su temporada de canto. Me gusta muchísimo su canto, por mí que cante todo el tiempo.
Algo importante del contexto “interior” (esta es una forma muy rara de decirlo, si es contexto no puede ser interior), quiero decir algo que está presente en este momento como el lápiz y los nubarrones y la ausencia del mirlo es que me contestaron algunas de mis preguntas de la última vez que escribí, milagrosamente. Me había quedado con la sensación de que este experimento es casi un ejemplo de onanismo, que empezaba y terminaba en mí, sin proyección, y al otro día Coni me pidió que le reenvíe el enlace al blog porque lo había perdido y quería seguir leyendo; me dijo que le hacía bien leerme, que lo disfrutaba un montón, que el tema de la materialidad de la escritura le parecía muy interesante y que le gustaba seguir el proceso mientras iba ocurriendo. :-) Y al final de la semana la Negra también me dijo que disfrutó leyéndome y que le parecía muy interesante el proceso y la búsqueda, que le parecía que ya venía buscando así desde cuentogotas, y me mandó una foto de la libreta que estaba por empezar ella con sus dibujos para “acompañarme en el viaje de empezar libreta”, como dijo. Morí de amor y les agradecí inmensamente a ambas por leerme y decírmelo, y finalmente con algo que dijo la Negra me cayó la ficha de que no me estaban leyendo porque lo escribí yo y me quieren sino porque en algún momento ya no importa quién haya escrito sino que el texto (en palabras de la Negra) “engancha”. Así que tengo la respuesta a una de mis preguntas: tengo dos lectoras que siguen leyendo porque les da ganas. Genial, el circuito fluye, me hace bien saberlo. En estas épocas de masividad puede haber quien vea absurdo que me quede contenta con 2 lectoras, pero no me importa el número. Me hace acordar algo que pensaba antes de Manuel, que el cambio más grande es entre no tener ningún hijo y tener uno, ese cambio es más grande que pasar de tener un hijo a tener dos. Como nunca tuve un segundo hijo, no pude comprobarlo, y una madre de 2 me dijo que no era cierto, pero no me convenció. Algo así siento ahora. Con tener dos lectoras el circuito está abierto y soy feliz.
La otra pregunta que siguió produciendo cosas en mi interior esta semana es la de si seguir buscando la fluidez avant toute chose o detener el flujo a la escucha de eso inmaterial que a veces asoma. Recordé una tercera forma de escribir, algo que parece el equilibrio perfecto, algo que viví en el pasado, en la época en que más escribí y que más me sentí en contacto con la literatura. Me encantaría poder describir bien ese estado. La síntesis que se me aparece es una palabra: DISPONIBILIDAD. (Apareció Rubén hace un rato, le pedí un mate, cerró la puerta de la cocina pero aun así escucho a lo lejos lo que él escucha, realmente me está interfiriendo, así que le pedí que se ponga auriculares. ¡Qué alivio, de nuevo silencio! Necesito este silencio para poder describir lo que quiero).
Hubo una época en mi vida que recuerdo como una de las más felices, “hubo un tiempo que fue hermoso”. Me sentía permanentemente en contacto con otra dimensión vital. Todo el proceso de escritura de Los elementos fue un largo embarazo creativo. Este fue el período más extremo, pero más allá de Los elementos tuve esa disponibilidad para la poesía un tiempo más. Eso quiero describir. La sensación era que yo misma me convertía en instrumento de escritura, no por poner cara de lápiz, sino instrumento como un instrumento de música, yo misma me afinaba como se afina un instrumento musical. Es un equilibrio entre expandir la percepción interna y externa y que desaparezca el yo, no es una lo importante sino el mundo que se manifiesta, una simplemente tiene la posibilidad de percibir y pasar a palabras. Por eso digo disponibilidad, era como prepararse para que algo me visite. Hay una historia bellísima sobre esto, una imagen muchísimo más potente que lo que yo sentí, la que cuenta Elizabeth Gilbert en su charla TED que tanto amo sobre la poetisa Ruth Stone. Stone vivía en el campo, en una granja, y sentía venir los poemas como una fuerza de la naturaleza corriendo por el campo hacia ella, podía sentir que temblaba la tierra bajo sus pies, entonces dejaba todo lo que estaba haciendo y salía corriendo hasta su casa a buscar papel y lápiz; y si llegaba a tiempo podía pasar el poema al papel cuando la atravesaba, si llegaba tarde el poema pasaba de largo y seguía por el campo buscando otro poeta, y si llegaba justo en el momento en que el poema estaba a punto de escapar, ella a veces conseguía atraparlo por la cola, volver a introducirlo en su interior y con la otra mano pasarlo al papel; en esos casos el poema aparecía completo pero al revés, de la última palabra a la primera. Es una historia extraordinaria. Anoche volví a mirar la charla TED de Gilbert porque no recordaba el nombre de la poeta, me volví a conmover, y después busqué poemas de Stone, leí su historia y la de su nieta rescatando la casa de la abuela para conservar su espíritu, la vi a Stone leyendo sus poemas, qué mujer grandiosa.
La charla de Gilbert cierra con otra pregunta y su propia respuesta. ¿Qué pasa con el artista que alcanza un estado divino de inspiración al día siguiente, cuando vuelve a ser una persona común y corriente? ¿Cómo reconciliarte con tu dimensión humana después de haber rozado esa dimensión divina? Anoche pensé que no era ese mi problema porque me pareció que Gilbert hablaba de cómo te ven los demás, cuán genial te reconocen, y eso no me importa, pero ahora al escribir esto me digo que tal vez sí es una pregunta para mí porque claramente quiero volver a sentir esa inspiración. Es como una droga, quiero más. Bueno, de cualquier placer uno quiere más, ¿no?
Otra frase que me acompañó esta semana, además de la historia de Stone, es una frase que recordaba en boca de mi madre citando a algún famoso y no recordaba qué famoso era: “cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”. Según Google (le pregunté anoche) la dijo Picasso, hay bastante unanimidad sobre su autoría. Me lo puedo imaginar, con lo prolífico que era. Volvió esa frase y la historia de Stone y mi disponibilidad alguna vez vivida y hace tiempo perdida y cuajan en esto que estoy haciendo, el juego de la libreta. Si me encuentro con papel y lápiz una vez por semana capaz que algún día me visita la inspiración y me encuentra trabajando. Gilbert cuenta una anécdota de ella misma, en un momento en que se sentía trabada con la escritura le dice a su genio: yo estoy acá haciendo mi parte del trato, vení vos a cumplir con la tuya.
Me detuve. Miré por la ventana. El cielo está cubierto, gris, pero hay claridad. Todos los verdes están luminosos. El malvón tiene flores rojas de un rojo muy intenso. Mientras escribo estas líneas el cielo aclara y el aire oscurece. Ahora los verdes están sombríos. Las copas de los árboles se balancean muy suavemente. En mi balcón se mueven las clivias y los yuyos que crecen entre los áloes. Un nubarrón más oscuro se desplaza lentamente sobre nosotros, como un barco lento. Pasó Rubén y se asomó al balcón como el capitán de un barco en el puente de mando. Voy a interrumpir porque mis urgencias fisiológicas me reclaman.
27.9.20
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