top of page

110

  • Foto del escritor: Marina Pérez Muraro
    Marina Pérez Muraro
  • 12 ago 2023
  • 4 Min. de lectura

Y mientras tanto, mientras yo cambiaba de vida y reorganizaba mi hogar, mientras yo atravesaba todas las revoluciones del siglo XX comprimidas en tres meses de sacudones, el mandarinero del jardín dio unas mandarinas bebés preciosas y perfectas, pequeñitas, de cáscara finita adherida a los gajos y fácil de sacar, sabrosas y ricas, como un bombón frutal que se puede comer en dos bocados. Las fui viendo colorearse en estos meses, pasar del verde oscuro al naranja intenso, motas alegres salpicando la copa verde; les fui echando el ojo desde la ventana, añorando su encuentro, deseando bajar a estar con ellas y probarlas, pero por las revoluciones caseras solo pude bajar una vez hace algunas semanas y juntar 5 o 6, y hoy, de nuevo, y juntar solo dos. Están demasiado altas, no llego a alcanzarlas y no tengo escalera. No es muy alto el mandarinero, parecen estar al alcance de mi mano, pero no, no llego. Está muy frío el aire hoy, me volví a casa con mi magro botín de dos mandarinas bebé. Son pocas, pero son las mejores del mundo. Tengo mucha suerte: las mejores medialunas del universo las elaboran a una cuadra de mi casa y las mejores mandarinas del mundo crecen exactamente en el jardín de mi edificio.

Estoy en el living, entonces, que ya no es más dormitorio, es living y mi lugar de trabajo / joumófis. Son las cinco y media de la tarde del sábado previo a las PASO, en 30 horas se sabrá algo, los opinadores estarán opinando, los comentólogos estarán comentando, cataratas de palabras analizarán los resultados. Hoy me quedo en casa. Pude hacer una hora de yoga a la mañana después de mucho tiempo (las revoluciones no son favorables al yoga) y por fin volver a mis libretas a la tarde. De a poco me voy recuperando, en muchos sentidos del verbo "recuperar". Uno que no anticipé fue recuperar mi pasado; aunque algo empecé a sentir cuando en 109 escribí que lanzarme al futuro me conectaba con mi pasado, no vaticiné la intensidad del encuentro. Partes enormes de mi vida habían quedado escondidas, sepultadas, olvidadas, anuladas, y con las revoluciones salieron a la luz, encontraron lugar, se hicieron escuchar. Me reencontré con años muy lejanos. Muy movilizador.

Encendí el velador porque la luz solar es cada vez más tenue. El cielo está celeste pálido con unos tules de nubes blancas que lo atraviesan. Me comí una de las mandarinitas: confirmado, se comen en dos bocados. Un poco dulce, un poco ácida, perfecta. Cuando era chica mi madre me llamaba a veces "Marina mandarina".

Paré para mirar las plantas del balcón, ponerme zoquetes de lana y hacerme un mate. Estoy dispersa, errática. Escribo sentada en el silloncito negro pero ahora está contra la pared opuesta, enfrentado a la tele, por fin puedo ver mis libros en los estantes. Improvisé un banco al lado del sillón con una mesa ratona y almohadones grandes. Mis pies descansan sobre la hermosa alfombra que me pasaron mis viejos, recién lavada; el tejido hace una trama de dos colores muy suaves medio indefinibles. Es hermosa y además me protege del frío y del dibujo de las baldosas que es demasiado llamativo para mi gusto.

La vez que viene voy a escribir en mi habitación (sí, ¡recuperé mi habitación!). Eso sí que va a ser una experiencia nueva y potente. Hoy escribo con el marcador de punta fina gris y estoy tan dispersa que voy contando todo esto de a jirones.

Ayer hablaba con Manuel (porque también recuperé a mi hijo; no a él en sí sino un canal de comunicación entre ambos) o mejor dicho yo hablaba sola y el bueno de Manuel me escuchaba aportando su punto de vista; como sea, pensé que pongo mucho esfuerzo en las cosas que me interesan porque me quiero quedar tranquila con que si al final no salen, no se concretan o no se terminan, no fue porque yo no me esforcé como hubiera podido. A priori suena bien, ¿no? Si hay algo que está a mi alcance, mejor hacerlo. Pero ayer, por una cuestión laboral, me replanteé si esto está tan bueno, y me di cuenta de que lo mismo me pasa con las relaciones afectivas, y ahí claramente no está bueno hacer tanto esfuerzo que implique un desequilibrio. No está bueno haber sostenido una relación desequilibrada desde el vamos porque pude hacer tanto esfuerzo. No está bueno el desequilibrio ni compensarlo con esfuerzo. En fin, nunca es tarde para aprender.

Me siento rara. Para empezar, algo que me consumía desde hace casi la mitad de mi vida mucha de mi energía (= tiempo, mente, alma, espacio, dinero, etc.) ya no está presente (Revolución Francesa). En segundo lugar, abruptamente y sin que estuviera en mis planes, necesité dejar de destinarle mi energía incluso a la distancia (decapitación de Luis XVI y revolución copernicana). Antes de las revoluciones, imaginando este momento, pensé que me iba a sentir vacía; quería encontrarme con ese vacío y ver qué me pasaba (preveía una sensación parecida a la de este poema mío). Pero no me siento vacía, al contrario. Salieron a la superficie sentimientos muy profundos y muy antiguos (el volcán y la purga). Con tantas cosas a la vista, imposible sentir vacío. Hay de todo acá, hay para entretenerse. Como si estuviera caminando por una playa, sí, pero una playa adonde el mar arrojó cosas de lo más diversas, y yo voy levantando lo que me encuentro, examinándolo, tratando de entenderlo.

Estoy bien conmigo misma. Tal vez sea el momento de mi vida en que estoy mejor conmigo misma. Eso es una gran cosa. Alguna paz tiene que traer la edad.

Afuera hay una luz muy bella. El cielo tiene un tono pastel un poco más oscuro y más liláceo que antes. Es un tono muy hermoso y efímero, va mutando ante mis ojos, se hace más intenso. Hacia la derecha, atrás de un edificio, asoma una mancha rosada.

Tengo tantas cosas por hacer. Tanto por desandar y reandar. Si para algo debería servir la edad, es para aprender dónde poner el propio esfuerzo.

12.8.23





 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Kommentare


© 2019 by Marina Perez Muraro. Creado con Wix.com

bottom of page