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Marina Pérez Muraro

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El pájaro-alegría sigue aleteando de rama en rama, llenando el aire de trinos. Pasó una nube gris que le dio frío, pero se refugió en su nido y recobró fuerzas. Vino su prima Esperanza y ahora cantan a dúo.

Son casi las 8 de la noche. Ayer empezó oficialmente la primavera pero no se hace sentir, hay un viento helado en la calle que se mete por todas las rendijas. Seguimos con estufas.

Escribo hoy porque mañana voy a trabajar en tareas domésticas y profesionales, y el domingo… quiero pasear. Con mis dos pajaritos. Espero que no esté tan ventoso.

Escribo ahora, además, porque recién vuelvo de una sesión de osteopatía y quedé relajada, flojita, destrabada, y quiero disfrutar esta sensación lo más posible.  No da para hacer ahora ninguna de las tareas que pretendo hacer mañana.

Escribo en el living, en el silloncito, con un lápiz 4B negro y rojo al que saqué punta antes de empezar y, previsoramente, dejé a mano sacapuntas y tachito para las polleritas de lápiz que desprende. La libreta está apoyada sobre un libro de tapas duras y blancas apoyado sobre mi rodilla izquierda cruzada sobre la derecha.

Interrumpí unos minutos para wasapear con mi compañera de trabajo (en plan amistad, no laburo). Retomo, pero antes le saco punta al lápiz de nuevo. Qué linda la sensación de escribir con grafito. Las biromes son muy prácticas, pero amo el grafito.

Estoy escuchando una música bellísima que descubrí por casualidad (es decir, gracias al algoritmo de YouTube. Si es cierto que Einstein dijo que Dios no juega a los dados, ahora tenemos que decir que los algoritmos no juegan a los dados). Es un recital de un grupo que se llama Constantinople, una música intercultural, mezcla de África y Persia, muy muy hermosa.  La escuché ya varias veces, también otros recitales de Constantinople, son todos sublimes. Vi uno donde musicalizan poemas de Rumi con una cantante prodigiosa. Ahí me di cuenta de cuánto de árabe tiene el flamenco español. Qué gran cosa la fecundidad cultural.

Esta música es tan bella que me captura. No es la mejor compañía para escribir porque cobra demasiado protagonismo. Me siento escuchando música y, en segundo lugar, escribiendo. Pero como me capturó, no soy capaz de ponerle pausa.

Composición tema: La vaca. Podríamos derivar a “cosas que capturan”, ya no por su belleza, sino porque apelan a algún punto débil nuestro. Me estaba acordando de  cuando me capturó un olor (como escribí en 88), eso fue bello. Y también estoy pensando en la nube gris que pasó ayer y le dio frío al pájaro-alegría; también algo que me captura, pero no es bello.

  Ahora bien: las asociaciones libres siempre son iluminadoras. Según leí en El emperador del perfume, hay una teoría científica que dice que olemos porque tenemos en nuestra nariz receptores de exactamente la misma forma que las moléculas de aquello que olemos, unas encajan exactamente en los otros, como piezas de rompecabezas. Tal vez aquello que me captura tiene la forma exacta para encastrar en algo mío, por eso se adhiere, por eso no nos podemos soltar. Siguiendo con la analogía, si quiero dejar de sentirme capturada, lo que puedo intentar es dejar de encajar en el encastre, en el enchastre.

Supongamos que lo que me captura tiene rasgos de lo que muches llaman “manipulación”. Igual podría preguntarme por qué puede manipularme tanto. No todas las personas son manipuladas de la misma manera. Otra vez, algún receptor habrá en mí para encajar en la molécula de manipulación ajena. Supongo que el primer paso para desencajarse es reconocer el enganche.

La música sigue súper presente, reclamando mi atención. En vez de intentar escaparme, mejor me zambullo en ella. ¿Qué me hace sentir? ¿Puedo decirlo con palabras? Para empezar, cabeceo a su ritmo, hombreo. No bailo porque estoy sentada pero sigo el ritmo con mi cuerpo (justo llegó el momento de los aplausos; ahora los bises). Aunque cantan, como es en un idioma que no conozco, no hay palabras. Hay voz humana, entonación, sentimiento, pero sin palabras, sin argumentos ni razones; sin metáforas ni relatos. Voz humana expresándose, cuerdas y percusión. Suavidad, profundidad. Algo que roza la melancolía pero prefiere expresarse con vitalidad (y justo ahora terminó el video, ahora que estoy tratando de ahondar en lo que me inspira… lo retrocedo varios minutos). Me recuerda un sentimiento que tuve hace décadas: estar contemplando una verdad antes ignorada, antes desapercibida; estar de pie, vibrante, descubriendo una nueva dimensión de la vida (de pie, que es la forma activa y quieta de estar alerta), una verdad que no nos pide nada, solo nos hace ver que no éramos como pensábamos. O no solo. No siempre. Algo que nos muestra que el terreno es mucho más amplio e insondable; inabarcable, pero está en nosotros decidir hasta dónde aventurarnos. Se parece a lo de los límites, pero es diferente. No obliga a nada, no castiga. No hay pérdida, no hay nostalgia. (Aunque es cierto que cuando me sentí así, a mis casi 30, ya no pude relacionarme igual con una gran amiga de años… pero eso no sé bien por qué fue.)

Ahora mis dedos tamborilean sobre la libreta, al ritmo de la música. Y otro vez terminó el recital; está vez sí lo apago a ver cómo sigo en silencio.

Que lugar tan extraño al que llegué. Directo a mis primeros 30. Tan misterioso no es, era la época de mi primer postdivorcio y ahora estoy atravesando el segundo. Como dijo Piglia, en la literatura argentina la pérdida de la persona amada pone al protagonista en una posición de excepción metafísica (algo así, no recuerdo las palabras textuales y no las voy a buscar ahora. Y por supuesto Piglia no dijo “persona amada” sino “mujer” pero quise hacerlo inclusivo).

¿Estoy metafísica? ¿Y eso con qué se come? Hablando de comer, debería ir a preparar la cena. Esos fideos no se van a cocinar solos.

Quedó en el tintero que hoy, en la calle, caminando contra el viento, me acordé de mi poema sobre la primavera, me acordé que habla de que me gustan las expectativas, paladear algo que va a ocurrir, acariciarlo con mis ganas antes de vivirlo. No recordaba que mi poema también habla del deseo, de que es, al mismo tiempo, inalcanzable y lo más a mano.

Todavía no se abrió la ventana que trae un aire renovado, todavía estoy con zoquetes y estufa. Esperamos el calorcito. Esperanza canta desde el fondo del cofre de Pandora.

22.09.2023  



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