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  • Foto del escritor: Marina Pérez Muraro
    Marina Pérez Muraro
  • 10 dic 2023
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 12 dic 2023

Domingo. Cuando desperté la casa estaba fresca, abrí las ventanas y el aire cálido penetró suavemente. Picotée tareas domésticas, terminé de pasar en limpio la entrada anterior, hice media hora de yoga y me sentí en el mejor de los mundos posibles, si no fuera por Krakatoa. Colgué la ropa, me hice un mate que primero se tapó y después se enfrió (¿por qué, Señor, pasan estas cosas?) y ya fue hora del almuerzo. Escribo en la cocina, a medias atenta a las dos ollas en las hornallas, con la sensación de robar libertad a lo cotidiano, de hurtar resquicios para lo que me importa por entre el andamiaje de la sustentabilidad. No debería estar escribiendo, debería estar atenta a lo que cocino. Pero escribo, por primera vez en la mesa de la cocina; por suerte nada de lo que está sobre las hornallas corre el riesgo de quemarse. Me acordé de un cuento de Hebe Uhart sobre este tipo de elecciones, pero si me levanto ahora a buscarlo ni escribo ni cocino. Me levanté, sí, a ver cómo está todo en las ollas y debo interrumpir. Más tarde vuelvo, amada mía.



Acá estoy de nuevo, después de almorzar y lavar los platos, tengo una media hora antes de salir a pasear. Estoy en el living, en el silloncito, con una birome azul y el libro blanco de apoyo. Ya no da el sol en mi balcón, el aire parece menos cálido, tal vez porque hay una brisa, pero supongo que afuera sí hace calor. Las plantas del balcón se bambolean suavemente y las ramas del ficus, a veces, también.


Me pregunto si en mi afán de ignorar a Krakatoa voy a terminar como Horacio Oliveira convenciéndome de que estoy entumecida por el frío siberiano con tal de no darle cabida al bochorno estival porteño. Espero que no sea grave.


Llegué a la última página del primer cuadernillo, ahora veo el hilo que lo une el siguiente. Sigo adaptándome a escribir acá, a la mullidez (¿existe este sustantivo?), a lo almohadonoso de la libreta. Lo almohadonoso de la libreta. Repetí las mismas palabras para experimentar el gesto manual de escribir acá sin el acto mental de componer una frase. Escribo despacio, como para no despertar todo el poder de las sinusidades del papel. Escribo sin contener la almohadonosidad con la mano izquierda; en este momento, lo único que hace la mano izquierda es sostener el libro por debajo y, por arriba del libro, ayudar a inmovilizar el lado par de la libreta solo con apoyar el pulgar sobre ella; un gesto mínimo que colabora a brindar firmeza.


Di vuelta la página, el pulgar izquierdo se levantó, dejó paso a la hoja, y volvió a su lugar fielmente. Creo que si escribo más rápido el acolchonamiento se hace más notorio, no sé por qué, si porque al escribir rápido presiono mas el papel, sin darme cuenta, o porque al desplazarme más rápido todo el sistema mano-libreta-birome se ve más exigido y conmocionado. Podría probar escribir más rápido a ver qué se siente. Para no pensar qué escribir, voy a copiar algo archiconocido, por ejemplo (me acomodo, tomo aire y tomo carrerita antes de empezar el experimento):


El arzobispo de Constantinopla se quiere desarzobispoconstantinopolizar, quien bien lo desarzobispoconstantinopolice buen desarzobispoconstantinopolizador será.


Bueno, no sé qué decir. No noté una dificultad mayor. Sí salió la letra horrible, pero eso es por escribir rápido. Ninguna conclusión relevante.



Domingo a la noche. Otra vez escribo en la cocina, mientras vigilo las dos ollas en las hornallas para hacer la cena, como en un déjà vu del mediodía. La diferencia es que en el medio salí a pasear y me tomé dos cervezas y media (Stout), o sea que ahora el acolchonamiento no es solo de la libreta, está en mí misma. No diría que estoy en pedo, pero tampoco coordino con absoluta sobriedad. O sea que la letra ahora sale bastante despatarrada (casi letra de médico) pero no es culpa de la libreta sino de quien escribe. Logro escribir bastante bien, dentro de todo. La sensación es muy agradable.


Estoy feliz por el paseo, un domingo glorioso. Estoy suficientemente alcoholizada para que todo sea fácil, fluido y divertido. Cuestan la sustentabilidad, los deberes domésticos; si no tuviera un hijo a quien alimentar probablemente no cocinaría nada ahora. Vamos por lo fácil, fideos y salchichas.


No voy a poder pasar esto en limpio hoy, quedará para cuando sea posible. La letra sale como puede, no parece mi letra; está bien, todo fluye; cuando relea voy a entender qué escribí; ahora disfruto de este torrente de palabrerío libre e inconsecuente. Todo fluye como en la escritura automática de los surrealistas, pero no es automatismo, es alcohol en sangre. Se desliza la birome, ocupa páginas de la libreta, casi como con la escritura aérea, así de fácil y liviana, no por arreglo de mi mano sino por obnubilación neurológica, el alcohol nos ha embrigado, qué me qué me importa que se rían y nos llamen los mareados.


No veo bien lo que escribo, se despararra la letra y se desenfoca la vista. Y la libreta almohadonosa sigue brindando sus páginas lunares. Creo que voy a dejar, las salchichas huelen y el agua para los fideos está por hervir.


10.12.23





 
 
 

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