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Marina Pérez Muraro

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Felicidad. Es un día radiante, un sol benéfico nos arropa y hace relumbrar el mundo. Es domingo; el aire, afuera, está frío; yo me senté en la esquina del living donde todavía entran los rayos del sol, en el suelo, sobre la alfombra y almohadones, con las piernas estiradas, la libreta apoyada sobre un libro de tapas duras, un mate tardío al alcance de la mano que ahora escribe con una birome azul (de vaga, iba a usar un lápiz, pero por no sacarle punta, elegí una birome).

Siguiendo la línea de mis piernas, se despliega a mi vista mi pequeño jardín manual, resplandeciente de verdes brillantes, donde ya empezaron a asomar algunas flores. Hace un par de semanas planté en una maceta unas arvejas que había comprado frescas para comer pero habían empezado a germinar en la heladera, y están creciendo, veo sus brotes decididos elevarse con los días. A mi derecha, girando la cabeza, mis ojos están en la línea exacta de la copa del árbol del jardín; si pudiera caminar por el aire, podría ir en línea recta del ventanal de mi depto a sus ramas frondosas. El cielo está celeste, despejado y brillante. Para atenuar el sonido de los rezos budistas de mi vecino, puse música en casa, más bien baja, para que no se imponga.

La felicidad no es solo placidez dominguera, lo fundamental es el alivio de ver bien a mis padres, después de la operación de mi viejo días atrás. Se recuperó maravillosamente, están felices los dos. Fue muy emotivo ver los gestos de amor que se dedicaron mutuamente, sobre todo porque en las semanas previas lo que más veíamos era el desgaste de la convivencia. Un sacudón en la rutina ayuda a poner las cosas en otro sitio. Ahora tenemos unas semanas de descanso hasta la operación de mi madre; en este momento, disfrutemos estas breves vacaciones médicas.

La semana pasada me compré varios libros, entre ellos dos de Piglia. Empecé a leer Escenas de la novela argentina y me reencontré con una idea suya que ya conocía y que me parece muy interesante: cómo las tecnologías modifican las técnicas narrativas. Recuerdo una charla suya en la que analizaba cómo el uso de la máquina de escribir y después del procesador de texto había cambiado la forma de narrar. Acá habla principalmente del uso del grabador y la incorporación de la oralidad en la literatura, la influencia en el "nuevo periodismo" y en la novela. Y dice, al pasar, que supone que el uso de internet también va a alterar la forma de concebir la literatura, aunque él hasta ahora solo vio un uso temático (las clases originales son del 2012). Su párrafo textual dice así:


Otro modo de ver esta cuestión —que nos interesa porque está ligada a discusiones contemporáneas presentes en los debates literarios actuales— sería preguntarnos por la manera en que las nuevas tecnologías y la posibilidad de hacer circular los propios textos en la web pueden influir en las técnicas narrativas y si se producirán o no modificaciones en los modos de concebir la literatura, de recibirla o de producirla a partir de la explosión de estas nuevas técnicas. Lo que hemos visto hasta ahora ha sido la aparición temática: ahora los personajes, en lugar de escribir cartas, se mandan e-mails; cada vez que apareció una modificación técnica la novela la registró de esta manera. Pero todavía no he visto el modo en que estas técnicas pueden producir efectos en la técnica narrativa. En el caso del grabador, sin embargo, tenemos la suficiente distancia para poder ver cómo esa nueva escena técnica produce una serie de cambios en el espacio de la narración.

Ricardo Piglia, Escenas  de la novela argentina, Eterna cadencia, p. 79.


Cuando lo leí/escuché (porque antes de leer el libro, vi los cuatro programas originales de la TV Pública) relacioné su idea con lo que reflexioné tiempo atrás sobre lo que hago acá, el desajuste de esta escritura con respecto a las formas literarias conocidas (algo que ahondé en 77, pero también antes en 73 y después en 80). Entonces lo relacioné con mi búsqueda interior, el propósito de esta práctica en mi vida personal, para qué lo hago y qué me aporta. Pero Piglia me hizo ver que mi búsqueda solo puede tomar esta forma gracias a la tecnología, y que fue la tecnología la que abrió el camino para mi búsqueda. Por un lado, hay algo arcaico en cómo escribo: con lápiz (birome, etc.) sobre papel (ni máquina de escribir, ni procesador de texto, nada), y en esta etapa también se ve lo que dice Piglia: no seria igual esta escritura si no escribiera a mano sobre papel, por algo mantengo el pacto inicial y se convirtió en la columna vertebral de lo que hago. Pero incluso en esta primera etapa arcaica está presente la segunda: la certeza de que, después de escribir en la libreta, voy a pasar lo escrito al blog y publicarlo en la web, si quiero, inmediatamente. Por algo lo que escribo acá no es igual a lo que escribo en mi Libro de lecturas. La del Libro de lecturas es escritura íntima, por momentos catártica, documental, impublicable. La de las Libretas es escritura pública (aunque sea muy personal por momentos), nace con la ilusión de ser leída. Piglia me hizo preguntarme: si no existiera la web, ¿escribiría esto sin fin, esta obra informe? Tal vez, sin esta opción, me vería en la necesidad de escribir algo que pueda ser editado en papel. Si no existiera la web, no sé qué habría hecho: tal vez nunca volver a escribir, tal vez encarrilarme en formas conocidas... chi lo sa. De un contrafáctico se puede deducir cualquier cosa.

Terminó la música que había puesto; para poner otra, tengo que levantarme. Hace rato que flexioné mis rodillas y escribo con la libreta casi vertical. El sol ya salió del living pero todavía resplandece el balcón. Cómo me gustan las hojas verdes iluminadas por el sol, se vuelven tan claras, parecen capturar la luz y multiplicarla. En los bordes de las hojas de los áloes sus pinchitos amarillos relucen ordenados. Hay dos hojitas (creo que son del jazmín) que destacan paradas e iluminadas, parecen unas orejas de conejo verdes, expectantes. En el jardín sigue habiendo mandarinas inalcanzables, ayer bajé y solo pude rescatar dos de las ya caídas pero no abiertas. Descubrí florcitas blancas en unos arbustos (parecen flores de trajes de novia) y un incipiente hijo de níspero, unos metros más allá de su progenitor, que espero que sobreviva al afán disciplinador del jardinero (no sé si sigue viniendo, hace mucho que no lo veo).

Puse música nomás y volví a estirar mis piernas. La semana pasada me dijeron que mis descripciones eran proustianas (cosa que no puedo confirmar porque no leí bien a Proust; recuerdo que empecé el primer tomo de En busca del tiempo perdido, hace más de 30 años, pero ni siquiera recuerdo si lo terminé o no). Cuando comenté esto me respondieron "Proust tampoco sabía que era proustiano", gran verdad que nos lleva derecho a las reflexiones de Borges en "Kafka y sus precursores". Y que demuestra, una vez más, que la escritura que busca ser leída se completa con la lectura, con una lectura distanciada, no inmediata a la escritura (iba a decir "con una lectura ajena", pero puede ser una lectura hecha por quien escribió pero alejada del momento de creación; por ejemplo, hoy releí 73 y me sorprendió a mí misma).

Esta escritura está muy autorreferencial hoy, y está bien, porque fueron tan sacudidos los últimos meses que es necesario un abrazo de reencuentro. Y dejo acá, a ver si tengo tiempo de pasar todo al blog antes de que termine el fin de semana.

27.8.23





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