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Marina Pérez Muraro

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Soñé que estaba en una playa y escribía un poema, pero antes de eso pasaba algo mejor: yo creaba el mar con mis ojos. Estaba en la galería de una casa, mirando el paisaje más allá de la construcción y pensaba "podría mirar un mar" y el paisaje se ponía azul agua, azul mar, era mar de verdad, la tierra se transformaba en mar y la casa desde donde yo miraba estaba cerca de la costa. Salía a caminar, a recorrer el paisaje. Era una costa al estilo europeo, muy rocosa y llena de casas viejas de piedra, de tonos beige, amarillentos, arcillosos, rocosos. Pocos árboles. Mucha gente. El mar azul inmenso. Caminaba para un lado y para el otro, había muchas casas cuadradas como cubos, mucha gente, rocas, acantilados. Por fin en un recodo veía un camino de arena que bajaba hasta la playa, llegaba al mar, también rodeada de personas. Me metía en el mar azul brillante y ahí, flotando, se me ocurría un poema que empezaba "¿Dónde está el botón de colores...?" y seguía en tono de pregunta con el Naranja, el Verde, otros colores personificados y un botón que permitía cambiar de uno a otro. En mi sueño, surgían los versos de dos estrofas o más; yo salía del agua para poder escribir el poema, me sentaba donde podía (en la arena, entre la gente, entre rocas y construcciones de las mismas tonalidades que también había junto al mar), lo único que tenía a mano era una birome y una hoja A4 impresa en ambos lados pero escribía igual, pensando que el color de la birome era más oscuro que el de la impresión y lograría leer lo escrito por mí. Veía mi letra escribiendo el poema, tratando de recordar lo que había pensado en el mar, veia la birome agujereando el papel con su punta como pasa cuando una escribe sin apoyo, con el papel en el aire y aprieta mucho (solo tenia ese papel, malamente apoyado en mis rodillas, y escribía apurada por retener el poema marino). Por el rabillo del ojo veía a pasar a Paula Prada, una amiga de mi adolescencia que no veo hace años. En mi sueño luchaba por retener el poema que ya se estaba escapando, resistiéndose a ser trasladado al papel, cuando sonó el despertador y somnolienta, con los ojos cerrados, seguí luchando por retener el poema, consciente ya de que lo había soñado pero esperanzada con recordarlo para poder transcribirlo en cuanto abriera los ojos. Seguí nadando en ese estado de despertamiento, en la zona intermedia entre el sueño y la vigilia que tan fructífero es para mí, tan puertas de la percepción abiertas, flotando entre las frases del poema, hasta que fueron perdiendo fuerza, se fueron desvaneciendo, diluyendo en la negrura, dejaron de sonar, no las pude retener, no las pude recordar, y desaparecieron. Acepté la derrota. Abrí los ojos, Rubén me alcanzó un mate, agarré esta libreta y una birome azul y escribí todo esto.

(Qué bueno que es domingo y que anoche dejé libreta y cartuchera al lado de la cama por si me ponía a escribir apenas despertar).

Tenía muy presente el poema soñado, pero después recordé que yo creaba el mar con mis ojos y me pareció maravilloso. Es cierto que una crea todo en sus sueños (como dijo Borges, en nuestros sueños somos lxs protagonistas pero también lxs narradores) pero muchas veces los cambios suceden y nosotros nos adaptamos; en este sueño yo quería ver un mar y lo creaba voluntariamente. Una vez creado, el mar, la playa, tenía su propia forma y sus propias leyes, no podía modificarlo, era real, pero había surgido de mi deseo.

Es la tercera vez que sueño un poema, que yo recuerde. La primera vez al despertar escribí un poema que no era el soñado, era algo como esto: escribir que había soñado un poema. Y ahora recuerdo que esta es la cuarta vez que sueño un poema, porque aquella que numeré como primera vez en realidad fue la segunda. La primera vez no escribí nada, la segunda vez escribí sobre la primera y la segunda en el mismo poema. Y la, entonces, tercera vez, fue la mejor, puede escribir el poema que había soñado, como ya conté antes (creo que lo conté) (un poema sobre lo que quedó de Pompeya que se me puso medio tanguero al escribirlo). Esta cuarta vez, entonces, me hace acordar a las anteriores, pero también tiene mucho de lo que me pasó semanas atrás, cuando se me ocurrió el poema de los colores estando en la ducha. Digo: en las dos ocasiones estaba metida en el agua (lo más en el agua que se puede en mi departamento).

Recién pensé "lluvia vertical". La lluvia siempre es vertical, ¿cómo podría ser horizontal? Una ducha es como una cascada más que como un mar particular. Una nube propia que nos llueve a voluntad pero no portátil como la de los dibujitos animados del auto de Los locos Addams. Si nos metemos en la bañera, podemos cantar bajo la lluvia como Gene Kelly pero sin bailar.

Una cosa lleva a la otra. Ya no estoy en la playa soñada. Ya no estoy en mi mar ni en mi sueños. Estoy en mi cama, en mi departamento, es un hermoso domingo primaveral, hay sol, cielo celeste, brisa fresca, el sonido de radio de lo que escucha Rubén en la cocina (no es radio, es YouTube desde su celular, pero suena distorsionado como una radio lejana, un sonido agudo y chirriante, porque es la voz de alguien que habla, no música) y golpes de pelota y voces de vecinos en el patio de abajo. Solo tomé dos mates. Voy a abrir mejor la ventana y buscar el tercer mate.

Acá estoy de nuevo (sin el tercer mate todavía, Rubén está calentando el agua para "darme un mate rico", dijo). No tengo mar a la vista pero tengo un cielo celeste e inmaculado y media ventana está ocupada por las copas verdes de los árboles. En el jardín hay dos nenas, escucho sus voces.

Ayer volví a pensar en lo difícil que es describir. Quedé fascinada con una imagen en la calle, le saqué fotos pero ninguna reproduce lo que yo vi ni voy a lograrlo reproducirlo con palabras.

Acá a la vuelta hay una casa que está pintada de color naranja fuerte, un color muy vivo y llamativo. En la vereda hay un árbol bien verde. Y junto al árbol crece una enredadera, una Santa Rita que trepó por el árbol hasta la terraza de la casa y se enganchó a ella haciendo un puente vegetal. A primera vista parece que la enredadera surge de la casa y no de la vereda. Cuando la vi, la Santa Rita estaba cargadísima de flores y el sol la iluminaba, a ella, al árbol y a la casa. Eran tres colores vivos: el naranja de la casa, el verde del árbol y el violeta rabioso de las flores (ahora que lo pienso, en el poema del sueño estaba el Naranja y el Verde). Las flores violetas iluminadas por el sol eran algo tan extraordinario que no podía dejar de mirarlas. Y ahora viene mi queja por mis limitaciones lingüísticas: ¿de qué sirve que diga de algo tan hermoso que era "extraordinario" o "hermoso"? Eso no describe lo que vi sino lo que yo sentí al verlo. Me gustaría tener esa imagen disponible todo el tiempo (por eso la foto, pero no hizo justicia), me gustaría regalarle mis ojos a quien quisiera verla, a quien yo quisiera que pudiera ver lo mismo. Regalarle la imagen mental que tengo, como si pudiera mandarle un mail con mi recuerdo; y no dejar de recordar yo, que no se diluya la imagen como el poema del sueño.

¿Cuántas veces pasé por delante de esa casa sin reparar en esa explosión de colores? No son solo los objetos (vegetales y humanos), fue la luz del sol la que terminó de pintar ese cuadro subyugante para mí, para quien pasara y mirara, por unos minutos, y quién sabe cuándo lo pintará de nuevo. El violeta resplandeciente por el sol, apareciendo por entre el verde del árbol también brillante, con el naranja de la casa, también fulgurante, como fondo, me cautivó. No puedo describir más lo que vi sino lo que sentí. Beleza pura. Tenía ganas de conseguir un banquito y quedarme mirando hasta que el sol se moviera. Me paré al lado del árbol, miré para arriba y un techo violeta y verde me cubría. Me hubiera quedado más pero me fui a cumplir con mis obligaciones, sabiendo que no podía atrapar la visión, que la perdería, que la foto no la reflejaba ni conseguiría nunca describirla con palabras.

Ya hablé sobre la pobreza de las descripciones tiempo atrás, al comienzo del blog. ¿Por que digo "ya hablé" si no hablé, escribí? Como si este blog fuera una conversación ¿conmigo misma? ¿Un monólogo en un escenario vacío? ¿La silla de Hyde Park Corner sin nadie a la vista? ¿Un mensaje en una botella arrojada al mar informático? ¿Un ejercicio de retórica?

Estoy bien acá, escribiendo en la cama, mate va, mate viene gracias a Rubén, que también me trajo galletitas. Me da ganas de seguir así. También me da ganas de estar al sol y alimentarme mejor. También me gustaría pasar al blog esta entrada y la anterior que quedó pendiente del domingo pasado; es tedioso pero es necesario. Y voy a tener que ir a hacer compras, y quiero hacer yoga, y tengo que dedicar un rato a mi laburo extra... el aura de la escritura se va diluyendo, como una bruma que se disipa y deja ver, nítido e implacable, el reino de la vigilia y las obligaciones. Es como tratar de oír una voz lejana cada vez más inaudible. El murmullo de las musas, que hablan a lo lejos, en secreto, en un idioma inentendible; a veces pescamos una palabra suelta, la entonación de una voz, una cadencia, una melodía, un aroma subyugante, el roce del ala de una inspiración. Y reaparecieron los griegos, como siempre.

Si me levanto de la cama, se pone en marcha la vida familiar. Empiezan las interacciones, los planes, las organizaciones (¿qué comemos? ¿qué hacemos? ¿cuándo vamos?). Si me quedo como estoy, puedo prolongar el impasse, la pausa (como el botón de pausa de un reproductor) por lo menos un rato más. Ventajas de convivir con un artista que pretende respetar mis actividades creativas (la desventaja es que respeta tanto su propia actividad creativa que queda a mi cargo la manutención, razón por la cual yo misma no respeto mi actividad creativa). Y acá está el susodicho trayendo un mate más. También tengo que poner ropa a lavar.

"Avisame cuando termines" dijo el susodicho. La clave no es él sino cuánto permiso me doy yo. ¿Cuánto me permito desentenderme de la vida familiar aún inmersa en ella? La torre de marfil es una prerrogativa masculina. Acá vuelve ese texto maravilloso de Úrsula K. Le Guin que ya cité alguna vez sobre mujeres escritoras y sobre escribir y compaginar vida familiar.

Bueno, más allá de la vida familiar, tengo ganas de bajar al jardín, así que voy a levantarme de la cama y dejar esta situación alejandrina dominguera. Acción.

6.11.22



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